Salmo 89 |
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Cuarto Libro de los Salmos
Fugacidad de la vida humana
1*Oración de Moisés, varón de Dios.
Oh Señor,
Tú eres de generación en generación.
2*Antes
que los montes fuesen engendrados,
y naciesen la tierra y el orbe,
y desde la eternidad hasta la eternidad,
Tú, oh Dios, eres.
3*Tú
reduces a los mortales al polvo,
y les dices: “Reintegraos, hijos de Adán.”
4*Así
como mil años son a tus ojos
lo que el día de ayer,
una vez que ha pasado,
y lo que una vigilia de la noche,
5*así
(a los hombres) los arrebatas,
y son como un sueño matutino,
como la hierba verde;
6que
a la mañana está en flor y crece,
y a la tarde es cortada y se seca.
7*Así
también nos consumimos
a causa de tu ira,
y estamos conturbados por tu indignación.
8Has
puesto ante tus ojos nuestros delitos,
y a la luz de tu rostro
nuestros pecados ocultos,
9*porque
todos nuestros días declinan
por efecto de tu ira,
nuestros días pasan como un suspiro.
10*Los
días de nuestra vida son en suma setenta años,
y en los robustos, ochenta;
y los más de ellos son pena y vanidad,
porque pronto han pasado y nos volamos.
11¿Quién
pesa según el temor que te es debido
la vehemencia de tu ira y tu indignación?
12*Enséñanos
a contar nuestros días,
para que lleguemos a la sabiduría del corazón.
13Vuélvete,
Yahvé —¿hasta cuándo?—
y sé propicio a tus siervos.
14Sácianos
con tu misericordia desde temprano,
para que nos gocemos
y nos alegremos todos nuestros días.
15*Alégranos
por los días en que nos humillaste,
por los años en que conocimos la desventura.
16Manifiéstese
a tus siervos tu obra,
y a sus hijos tu gloria.
17*Y
la bondad del Señor, nuestro Dios,
sea sobre nosotros;
y conduce Tú las obras de nuestras manos,
[para que prospere la obra de nuestras manos].
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1. En este Salmo, que encabeza el libro cuarto
del Salterio (Salmos 89-105), se medita
saludablemente la fugacidad y caducidad de
nuestra vida (cf. Salmo 88, 48-49 y notas), lo
que nos mueve a reconocer nuestra nada y
entregarnos con la confianza de un niño a la
amorosa sabiduría de nuestro Padre celestial que
se digna tomar a su cargo nuestros pasos. Su
afinidad con el grandioso cántico de
Deuteronomio 32 es innegable. Aunque algunos lo
han dudado, Fillion sostiene ampliamente que el
Salmo pertenece a Moisés, “el varón de Dios”
(Deuteronomio 33, 1). Tan venerable origen,
confirmado por “el color antiguo del estilo”,
rodea de un encanto especial a este bellísimo
tesoro de piedad que “bastaría para hacer
bendecir la memoria y la religión de Moisés”
(Herder).
Tú eres: Según los mejores autores, las
palabras
nuestro refugio, que algunos conservan, son
sin duda una glosa que perturba el ritmo y
también el sentido, pues aquí sólo se trata de
Dios (cf. versículo 2 y nota).
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2. En contraste con la inestabilidad del hombre
(versículo 3 ss.), cuyas generaciones son —ya lo
decía Homero— como las de las hojas, se nos
muestra aquí la estabilidad del Eterno, que era
antes que
los montes, etcétera. Ahora sabemos que, así
como el Padre era eternamente —“Principio sin
principio”— así también “en el principio el
Verbo era” (Juan 1, 1). “Principio principiado”,
no hecho pero sí engendrado, el Hijo debe al
Padre todo su Ser, pero es tan eterno como el
Padre, pues Él lo engendra también “desde la
eternidad y hasta la eternidad”, como un espejo
perfectísimo de Sí mismo (Hebreos 1, 1-3;
Sabiduría 7, 26). Por eso la Sabiduría, que es
el Hijo, puede decir como aquí de su propia
eternidad: “El Señor me tuvo consigo al
principio de sus obras.” Véase este admirable
pasaje en Proverbios 8, 22-36 y notas.
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3. Véase en Génesis 3, 19 esta sanción que Dios
se vio obligado a imponer al primer hombre (cf.
Romanos 5, 12; Sabiduría 2, 24 y nota) y que la
Iglesia nos recuerda el Miércoles de Ceniza.
Adán significa hombre, y de ahí que algunos
traduzcan: “hijos de hombres”.
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4. San Pedro cita este versículo en II Pedro 3,
7 s. La Sagrada Escritura usa con frecuencia el
concepto de día con un sentido especial. Cf.
Isaías 13, 9; 34, 8; 61, 2; 63, 4; Sofonías. 1,
15 (de donde se tomó el primer verso del Dies
Irae); Apocalipsis 20, 4-6, etc.
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5. Este versículo reza en la versión de
Bover-Cantera:
Son a modo
de sueño, que cuando quiere amanecer disipas;
cual verdeante hierba. Es un pasaje oscuro,
vertido diversamente, pero que expresa sin duda,
como todo el contexto, este concepto de la
fugacidad de nuestra vida. Véase las
incomparables figuras que nos da sobre esto el
libro de la Sabiduría (5, 9-13).
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7. Como anota Fillion, habla aquí Israel, el
mismo pueblo en cuyo favor se ora en los
versículos 13 ss.
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9. Como un
suspiro: LXX y Vulgata dicen:
como una
tela de araña, figura frecuente en la Biblia
(cf. Job 8, 14; Isaías 59, 5; Oseas 8, 6). Fray
Luis de Granada, comentándolo en ese sentido,
dice: “Los días de nuestra vida los gastamos
como las arañas, porque así como este animal
trabaja noche y día… y todo este trabajo tan
largo y tan costoso no se ordena a más que hacer
una red muy delicada para cazar moscas, así el
hombre miserable ninguna cosa hace sino trabajar
día y noche con espíritu y cuerpo, y todo este
trabajo no sirve más que para cazar moscas que
son cosas de aire y de muy poco valor.”
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10. Nos
volamos: Así, literalmente (cf. I Corintios
7, 31 y nota). Notemos el decrecimiento de la
longevidad: en Génesis 5 la vida se cuenta casi
por siglos, hasta la edad de Adán (930 años) y
de Matusalén (969). Desde el diluvio la redujo
Dios a 120 años (Génesis 6, 3). En tiempo de
David ya se consideraba muy anciano a uno de 80
años (cf. Salmo 88, 48 s. y nota). Véase también
sobre la duración de la vida, Eclesiástico 18,
8; cf. Isaías 65, 20.
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12. Para pedir esta sabiduría del corazón (cf.
Salmo 50, 12; Sabiduría 1, 5 notas), que es el
mayor de los bienes (Proverbios 8, 11) y con la
cual nos vienen todos los demás (Sabiduría 7,
11), véase la oración de Salomón (III Reyes 3,
5-13) y la exhortación de Jesús, hijo de Sirac
(Eclesiástico 41, 18-38). Nada es más fácil que
obtenerla: basta desearla de corazón (Sabiduría
6, 12 ss.)
Enséñanos a contar nuestros días, esto es, a
conocer, para no apegarnos, su fugacidad, en la
cual muy difícilmente llegamos a creer. Cf.
Salmo 38, 5.
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15.
Alégranos, etc.: Aunque tiene aquí un matiz
distinto de la Vulgata (que dice:
nos
alegraremos, etcétera), este hermoso
concepto filial, que muestra la humillación y la
prueba como lección saludable de la cual luego
nos alegramos, es muy propio de la Biblia (Salmo
118, 71 y 75; Daniel 9, 8, etc.). Sería ideal
para escribirlo en las plazas públicas de todos
los países azotados por la guerra, como un acto
de contrición colectiva (cf. Lamentaciones 3, 42
y nota). Pero bien sabemos que el mundo no sigue
esos caminos. Los pueblos, después del dolor,
tienen más sed de “pan y circo” y el orgullo
herido se aumenta con el azote; y se hace
entonces más culpable, como el pobre que es
soberbio (cf. Eclesiástico 25,4 y nota). Esto,
que la historia nos muestra, lo confirman las
profecías. Cf. Apocalipsis 9, 21; 16, 9 y 11 y
notas.
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17.
Conduce Tú: Véase la terminante afirmación
de Jeremías 10, 23 y la indignación de Dios en
Isaías 23, 9-12 contra los que han obrado con
mucha actividad pero sin tomarlo en cuenta a Él.
Estas palabras de Dios aumentarán nuestra fe y
nos librarán de ese funesto concepto de un Dios
pasivo, que es el mayor desprecio, tanto para su
celosísima Providencia (cf. Mateo 6, 33), cuanto
para su Sabiduría y Santidad que Él nos presenta
siempre como la única fuente de todo bien (cf.
Juan 15, 5 y nota). ¡Cuántas veces, en los
trabajos temporales y aun en los que pretenden
ser apostólicos, obramos tan ensimismados en
nuestro propio modo de ver, como si ese Dios a
quien visitamos por la mañana en el templo
hubiese dejado de existir hasta el día
siguiente! Cf. Salmo 85, 1 y nota; 126, 1 ss.;
Mateo 5, 36; 10. 30; Hechos 17, 28; Romanos 9,
16; I Corintios 3, 6 s.; Filipenses 2, 13;
Isaías 26, 12; etc. El final que va entre
corchetes no está en los LXX (Codex B) y algunos
autores lo suprimen.
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