Salmo 29 |
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Acción de gracias después de una enfermedad grave
1*Salmo-cántico para la dedicación de la casa de David.
2Yo
te alabo, Yahvé, porque me libraste
y no dejaste que a costa mía
se alegraran mis enemigos.
3Yahvé,
Dios mío,
clamé a Ti, y me sanaste.
4*Tú,
Yahvé, sacaste mi vida del sepulcro;
me sacaste de entre los que descienden a la fosa.
5*Cantad
himnos a Yahvé
vosotros sus santos,
dad gracias al Nombre de Su santidad.
6*Porque
su enojo dura un instante,
mas su benevolencia es por toda la vida,
como el llanto viene al anochecer
y con la aurora vuelve la alegría.
7*Me
decía yo en mi presunción:
“Nunca me pasará nada”;
8pues
Tú, oh Yahvé, en tu benevolencia,
me habías prestado honor y poderío;
mas apenas escondiste tu rostro,
quedé conturbado.
9Clamé
a Ti, oh Yahvé,
e imploré la misericordia de mi Dios:
10*
“¿Qué beneficio se obtendrá con mi sangre,
cuando yo descienda a la fosa?
¿Acaso te alabará el polvo,
o proclamará tu fidelidad?”
11*Me
oyó Yahvé y tuvo compasión de mí;
Yahvé vino en mi socorro.
12Convertiste
en danza mi llanto
desataste mi cilicio
y me ceñiste de alegría,
13para
que mi alma
te cante himnos sin cesar.
¡Oh Yahvé, Dios mío,
te alabaré eternamente!
*
1. Él sentido del “epígrafe”, confirmado por el
de la Vulgata, alude a la inauguración del
palacio real que David levantó en el monte Sión
(II Reyes 5, 11), quizá después de convalecer de
una enfermedad. En tiempo de los Macabeos, o
quizá de Esdras y Nehemías, este Salmo sirvió
para solemnizar la fiesta de la Purificación del
Templo y del culto. De ahí que algunos
interpretan así el epígrafe:
“Salmo
(Cantico para la dedicación del Templo) de
David”.
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4. Del
sepulcro: La enfermedad ha sido, pues, muy
grave. Nótese también el sentido típico: la
referencia a Cristo que resucitó del sepulcro
(en hebreo
“scheol”, lugar de los muertos).
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5. Gracias
al Nombre de Su santidad: En la Biblia el
nombre es como la persona misma, su esencia. Por
eso el nombre define lo que es su portador.
Jesús nos descubre que en Dios ese nombre es
“Padre”,
y lo llama
“Padre Santo” (Juan 17, 25), destacando su
infinita perfección (cf. Romanos 16, 27 y nota).
De ahí que nos enseñe en el Padrenuestro a
“santificar su Nombre”, es decir, a llamarlo
Santo, como en Israel, y tenerlo por tal. Es lo
que hace la Virgen María en el Magníficat cuando
exclama hablando del Padre:
“¡Santo es su Nombre!” La Iglesia extiende la alabanza al divino
Hijo, consubstancial al Padre, diciéndole: “Tú
solo eres Santo” (Gloria de la Misa).
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6 ¿Quién no ha experimentado esto hallándose
enfermo? Cf. Salmo 129, 6 y II Pedro 1, 19,
donde esa aurora será la de la venida de Cristo,
que ahora esperamos alumbrándonos con las
profecías “como antorchas que lucen en lugar
oscuro”. Este Salmo debiera estar escrito, para
consuelo, en las salas de todos los hospitales.
San Atanasio y San Gregorio aplican también este
hemistiquio al pecador arrepentido: “Por ingente
que sea el número de los pecados, la contrición
los convierte de repente en alegría” (San
Atanasio). Acerca de ese punto véase Salmo 50 y
notas.
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7. Como solemos hacer todos, se había sentido
inconmovible en su buena salud y Dios le mostró
con la enfermedad cuan frágiles somos. Vemos una
vez más cómo no hay circunstancia de la vida que
no esté reflejada en este océano de sabiduría
que es la Sagrada Escritura, y cómo, si Dios nos
manda pruebas, es porque son indispensables para
abrir nuestros ojos carnales, cegados por “la
fascinación de la bagatela” (Sabiduría 4. 12).
Puede verse a este respecto nuestro libro sobre
“Job y el
problema del mal, del dolor y de la muerte”.
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10. Motivo muy frecuente en las plegarias de los
hombres piadosos del Antiguo Testamento. Dios
nada ganaría con la muerte de un hombre; al
contrario, perdería un adorador (Salmo 6, 6;
Isaías 38, 18 ss.). Véase especialmente el Salmo
115, 6 y nota y las admirables lecciones del
Oficio de Difuntos (tomadas todas del Libro de
Job). Te alabará el polvo o proclamará tu felicidad: Son las dos formas de
honrar a Dios: la oración y la predicación o
apostolado.
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11 ss. Nada más edificante que esta contagiosa
alegría de la gratitud.
Desataste
mi cilicio (versículo 12): A veces se han
aplicado estas palabras a la Resurrección del
Señor, pero hemos de ser muy cautos en esas
acomodaciones, pues vemos que el versículo 10
podría aplicarse a todos menos al Redentor
divino, cuya Sangre, lejos de ser inútil como la
nuestra, fue al contrario el precio,
infinitamente valioso, de nuestra salvación.
Monseñor Saudreau trae a ese respecto una bella
palabra de San Ignacio de Loyola que, señalando
a San Francisco de Borja la necesidad de
reprimir la tendencia inmoderada a las
maceraciones corporales, le hacía notar que de
éstas sólo quedan unas cuantas gotas de sangre
nuestra, que poco valen, en tanto que tenemos a
disposición toda la Sangre preciosísima de
Cristo cuyo mérito es infinito. La traducción
del versículo 11 es según los Setenta y la
Vulgata.
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