Salmo 87 |
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Lamento del hombre en extrema aflicción
1*Cántico. Salmo de los hijos de Coré. Al maestro de coro. Sobre el tono
de “Mahalat”, para cantar. Maskil. De Hemán el ezrahita.
2*Yahvé,
Dios de mi salud,
día y noche clamo en tu presencia.
3Llegue
hasta Ti mi oración,
inclina tu oído a mi clamor.
4Pues
mi alma está saciada de males,
y mi vida al borde del sepulcro.
5Me
cuentan entre los que bajan a la tumba;
he venido a ser como un hombre inválido,
6*abandonado
a su propia suerte
como los muertos;
como las víctimas
que yacen en el sepulcro,
de quienes ya no te acuerdas,
y que no son más objeto de tu cuidado.
7Me
has puesto en una profunda fosa,
en tinieblas, en el abismo.
8*Sobre
mí pesa tu indignación,
y con todas tus olas me estás ahogando.
9*Has
alejado de mí a los amigos,
me has hecho objeto
de abominación para ellos;
me encuentro encerrado, sin poder salir.
10Mis
ojos flaquean de miseria;
clamo a Ti, Yahvé, todo el día,
hacia Ti extiendo mis manos.
11*
¿Es que para los muertos
haces tus maravillas,
o se levantan los difuntos para alabarte?
12¿Acaso
en las sepulturas
se proclama tu bondad,
en la tierra de los muertos tu fidelidad?
13
¿Se harán tus prodigios manifiestos
en las tinieblas,
y tu gracia en la tierra del olvido?
14*Yo
en cambio, Yahvé,
te expreso mi clamor,
y desde temprano te llega mi ruego.
15
¿Por qué, Yahvé, rechazas mi alma
y escondes de mí tu faz?
16Soy
miserable,
y vivo muriendo desde niño;
soporté tus terrores
y ya no puedo más;
17tus
iras pasaron sobre mí,
y tus espantos me han anonadado.
18Me
rodean como agua todo el día,
me cercan todos juntos.
19Has
alejado de mí al amigo
y al compañero,
y mis familiares son las tinieblas.
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1. Sobre
“Mahalat”, véase Salmo 52, 1 y nota.
Hemán
era cantor y levita (I Paralipómenos 6, 16-23).
Ezrahita:
hijo de Ezrah. Aparece en este Salmo un afligido
que canta el misterio del dolor llevado al sumo
extremo. Pero no desespera porque su corazón
descansa en Dios y su confianza inquebrantable,
arguye ante el divino Padre con esa porfía sin
límites que tanto nos inculcó Jesús y que
parecería inconveniente a los que ignorasen la
parábola del amigo importuno (Lucas 11, 5 ss.),
de la viuda y el juez inicuo (Lucas 18, 1 ss.) y
tantas otras lecciones que a millares nos dan
las páginas sagradas. Como los Salmos 16, 17,
22, 27, 30, 34, 53, 55, 56, 70, 76, 90, 93, 139,
etc. (además de los Salmos penitenciales y de
los mesiánicos), es éste un verdadero tesoro
para hallar consuelo en la oración.
*
2. Entre las discutidas variantes del Texto
Masorético conservamos el claro y hermoso
sentido de los LXX y de la Vulgata que concuerda
muy bien con todo el contexto.
*
6. Como
los muertos: Por amados que hayan sido, los
dejamos solos en la sepultura pues nada
podríamos hacer con sus cuerpos. Por la misma
razón éstos ya no son para Yahvé objeto de
especial providencia como lo eran cuando vivían
(I Pedro 5, 7). Cf. versículo 11.
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8. Estos sentimientos y filiales quejas se
parecen mucho a los de Job, que la Iglesia ha
elegido para el Oficio de Difuntos y que son
instrumento riquísimo de verdadera piedad. Véase
Job 7, 16-21; 10, 1-12; 13, 22-28; 14, 1-6 y
13-16; 17, 1-3 y 11-15; 19, 29-27; 10, 18-22.
Respecto del sentido mesiánico véase Salmo 68, 5
y nota.
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9. El alejamiento de los que se decían nuestros
amigos es una desilusión infaltable para el que
sufre la adversidad y para el verdadero seguidor
de Cristo. Véase versículo 19: Salmo 68. 9 y
nota; el Kempis libro II, capítulo 9: “La
privación de todo consuelo”.
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11 ss.
Para los muertos: ¿Acaso las reservarías
para ellos (cf. versículo 6 y nota) y no para
nosotros que tanto te necesitamos?
Se
levantan: En presente. En futuro no podría
decirse esto, pues sabemos que resucitarán (I
Corintios 15, 23 y 51 ss.; I Tesalonicenses 4,
13 ss.) y así también lo esperaban los antiguos
justos para la venida del Mesías (Salmos 15, 9
s., 26, 13; Job 19, 25 ss.). Entretanto el
Scheol era para ellos el oscuro destino de los muertos (cf. Salmos
6, 6; 113 b, 17 y notas) y no contemplaban la
propia glorificación de cada uno sino como obra
del Cristo venidero, siendo esto lo que les
hacía suspirar por su advenimiento. Igual cosa
se nos inculca en el Nuevo Testamento, donde se
habla constantemente no de la muerte de cada uno
sino de la Parusía del Señor (cf. Marcos 13, 33
ss.; Lucas 17, 28-36; Romanos 8, 23; Filipenses
3, 20 s.; I Tesalonicenses 5, 1-4; I Pedro 1, 7;
5, 4; II Pedro 3, 12; Apocalipsis 22, 12, etc.),
donde aparecerá nuestra gloria definitiva, y no
ya del alma sola, sino también del cuerpo (cf.
II Corintios 5, 3-10; Apocalipsis 6, 9 ss., y
notas); no ya individual, sino con toda la
Iglesia, que se unirá a Jesús como el cuerpo a
la Cabeza en las Bodas del Cordero (Apocalipsis
19, 6 9), para ver finalmente glorificado sobre
la tierra a Aquel que en su primera venida no
tuvo sino dolores para conquistarnos esa gloria.
Tal ha de ser el ansia de la Iglesia que somos
todos nosotros, como la novia —así la llama el
Apocalipsis— que anhela sus nupcias (Apocalipsis
22, 17 y 20; Cantar de los Cantares 8, 14 y
notas).
*
14 ss. Yo
en cambio, es decir: no soy mudo como esos
muertos sino que día y noche te estoy rogando
(versículo 1). ¿Cómo, pues, no me escuchas
(versículo 15) si estoy tan necesitado?
(versículo 16 ss.). Así concluye el Salmo,
siendo tal vez el único en que no se deja
entrever al final el consuelo de haber sido ya
escuchada la oración. Esto, que lo hace aún más
precioso como ejercicio espiritual de nuestra
fe, es sin duda lo que ha hecho colocar este
Salmo en el Oficio de los dolores de María el
viernes de Pasión, porque Ella, como Abrahán,
sufrió ante todo y más que nadie la prueba de su
fe al ver que las promesas gloriosas del Ángel
(Lucas 1, 32 s.), lejos de realizarse ya
entonces (Lucas 1, 54 s.), terminaban al pie de
la Cruz. Cf. Juan 19, 25 ss. y nota.
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