| Salmo 142 | 
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						Para saber qué camino seguir
						
						
						1*Salmo de David. 
						
						Yahvé, escucha mi oración, 
						
						presta oído a mi súplica según tu fidelidad; 
						
						óyeme por tu justicia, 
						
						2*y 
						no entres en juicio con tu siervo, 
						
						porque ningún viviente 
						
						es justo delante de Ti. 
						 
						
						3El 
						enemigo persigue mi alma, 
						
						ha postrado en tierra mi vida; 
						
						me ha encerrado en las tinieblas, 
						
						como los ya difuntos. 
						
						4El 
						espíritu ha desfallecido en mí, 
						
						y mi corazón está helado en mi pecho. 
						 
						
						5*Me 
						acuerdo de los días antiguos, 
						
						medito en todas tus obras, 
						
						contemplo las hazañas de tus manos, 
						
						6*y 
						extiendo hacia Ti las mías: 
						
						como tierra falta de agua, 
						
						mi alma tiene sed de Ti. 
						 
						
						7*Escúchame 
						pronto, Yahvé, 
						
						porque mi espíritu languidece. 
						
						No quieras esconder de mí tu rostro: 
						
						sería yo como los que bajaron a la tumba. 
						
						8*Hazme 
						sentir al punto tu misericordia, 
						
						pues en Ti coloco mi confianza. 
						
						Muéstrame el camino que debo seguir, 
						
						ya que hacia Ti levanto mi alma. 
						
						9Líbrame 
						de mis enemigos, Yahvé; 
						
						a Ti me entrego. 
						 
						
						10*Enséñame 
						a hacer tu voluntad, 
						
						porque Tú eres mi Dios. 
						
						Tu Espíritu es bueno; 
						
						guíame, pues, por camino llano. 
						
						11Por 
						tu Nombre, Yahvé, guarda mi vida; 
						
						por tu clemencia 
						
						saca mi alma de la angustia. 
						
						12*Y 
						por tu gracia acaba con mis enemigos, 
						
						y disipa a cuantos atribulan mi alma, 
						
						porque soy siervo tuyo.  
								
								
								
								
								* 
								1. Es el séptimo, y último de los llamados 
								Salmos penitenciales y encierra pasajes de los 
								Salmos 24, 26 y 54. Tiene mucha afinidad con el 
								Salmo anterior y se lo recita en Laudes del 
								Viernes Santo como oración de Cristo, sustituido 
								a nosotros. Según los LXX y la Vulgata, fue 
								escrito por David cuando lo perseguía su hijo 
								Absalón (II Reyes 17), y no hallamos motivo para 
								dudar de esto, que procede sin duda de antigua 
								tradición judía (cf. versículos 8 y 10).
								Óyeme por 
								tu justicia: Por tercera vez insiste en ser 
								oído y lo hace como apremiando ya fuertemente a 
								Dios al recurrir a su
								justicia, 
								esto es, a su santidad que no podría dejar de 
								cumplir su promesa de escucharnos (cf. versículo 
								11). Tal es la justicia a que apela él salmista, 
								y no por cierto a una
								justicia 
								de juez justo, pues ésta no nos convendría según 
								enseña el versículo 2, ya que el hombre caído, 
								hijo de Adán, sólo puede salvarse por 
								misericordia. David puede hacer sin miedo esa 
								apelación a la justicia de Dios por lo mismo que 
								no persigue ninguna justificación propia, sino a 
								la inversa pide que Él le enseñe a cumplir su 
								divina voluntad (versículos 8 y 10). 
								
								
								
								
								* 
								2. Tiene grandísima importancia la doctrina que 
								aquí se enseña, de que nadie puede hacerse bueno 
								por sus propios recursos, o sea, que todos hemos 
								de aceptar, mediante los méritos de Cristo, la 
								limosna que, sin merecerla, nos ofrece Él de 
								esos méritos suyos, únicos que pueden limpiarnos 
								y abrirnos la casa del Padre. Cf. versículo 10; 
								Salmos 118; 155; 129, 3 y notas.
								Con tu 
								siervo: Algunos observan que tal vez podría 
								haber aquí un ruego de David no por sí mismo 
								sino por su pérfido hijo Absalón, a quien amaba 
								entrañablemente a pesar de todo (II Reyes 18, 
								33). Cf. versículo 12 y nota. 
								
								
								
								
								* 
								5. Medito 
								en todas tus obras: Principalmente las que 
								has hecho conmigo. “Considera quién es el autor 
								de tu vida, la fuente de tus cosas, de tu 
								justicia y de tu salud; porque si lo piensas 
								bien, verás que tu justicia es un regalo de sus 
								manos. De ti y propiamente tuyo no hay sino 
								malas obras. Deja, pues, lo que hay de tuyo y 
								descansa en lo que ha obrado en ti Aquél de 
								cuyas manos saliste” (San Agustín). La Liturgia 
								expresa esta doctrina diciendo al Espíritu 
								Santo: “Sin tu socorro no hay nada en el hombre, 
								nada que no sea malo” (Secuencia de 
								Pentecostés.). Recordar las obras de Dios para 
								admirarlas y crecer en la confianza es lección 
								muy davídica. Cf. Salmo 76, 11 ss. y nota. 
								
								
								
								
								* 
								6. Como 
								tierra falta de agua: Cf. Salmos 125, 4; 41, 
								2; 62, 2 y notas; Deuteronomio 11, 10-17. No 
								olvidemos que el tener sed es condición 
								indispensable para recibir. Cf. Salmo 80, 11 y 
								nota. 
								
								
								
								
								* 
								7. 
								Escúchame pronto: No puede dársenos mayor 
								familiaridad en nuestro trato con Dios. Con 
								razón este Salmo ha sido considerado como “un 
								extracto del bálsamo más precioso de los Salmos 
								de David”; muchas almas hacen de él su oración 
								cotidiana, por su consuelo en todos los trances 
								de la vida y por la seguridad que él nos da de 
								hallar rectamente los caminos de Dios (versículo 
								8). 
								
								
								
								
								* 
								8 ss. 
								Muéstrame el camino: A la turbación 
								(versículo 4) y a la urgencia (versículo 7) se 
								une aquí la vacilación (versículo 10), que es 
								una de las mayores torturas para el alma que ha 
								conocido la falacia del hombre y no confía ya en 
								la suficiencia humana. Jesús nos asegura su 
								iluminación en tales casos, cuando nos promete 
								que quien lo siga no andará en tinieblas (Juan 
								8, 12) y que en su Palabra descubriremos la 
								verdad que nos hará libres (ibíd. 31 s.). 
								Históricamente el origen de este texto está 
								quizá en II Reyes 18, 2 ss., donde vemos la 
								tremenda duda de David sobre sí debía o no salir 
								personalmente al combate contra el hijo rebelde. 
								
								
								
								
								* 
								10. 
								Enséñame... porque Tú eres mi Dios: 
								Convicción tan sólida como la que señalamos en 
								la invocación a la justicia del versículo 1: Si 
								Tú eres mi Dios ¿cómo no me vas a enseñar a que 
								haga tu voluntad? Lo contrario sería 
								inconcebible y Jesús, el que se llamó Maestro 
								único (Mateo 23, 10) y manso (Mateo 11, 29), lo 
								confirma expresamente en Juan 6, 45. De ahí lo 
								que sigue:
								Tu Espíritu es bueno y por tanto ha de conducirme
								por camino 
								llano, pues el Espíritu Santo no se complace 
								en tenernos perplejos, sino que ama a los 
								simples (Salmo 130; Lucas 10, 21). Por lo demás 
								(cf. Nehemías 9, 20), Dios nos muestra aquí el 
								reverso del versículo 2, como un anticipo de la 
								revelación que traería Cristo y sus apóstoles: 
								sin Él no podemos nada (Juan 15, 5), pero en Él 
								lo podemos todo (Filipenses 4, 13). Y ese buen 
								Espíritu se da infaliblemente a todo el que lo 
								pide (Salmo 138, 23 y nota). De ahí que la 
								humildad cristiana, lejos de ser apocamiento y 
								servilismo, como creen muchos, sea por el 
								contrario sinónimo de confianza y fortaleza 
								(Romanos 8, 15; Gálatas 5, 1; Éxodo 13, 14; 
								Salmo 32, 22 y nota), que llega al extremo 
								asombroso afirmado por Jesús en Marcos 9, 23. 
								
								
								
								
								* 
								12. Por tu 
								gracia: Como en Salmo 135, 10 ss. y en 
								tantos otros, el salmista pide y confía en ser 
								liberado de sus enemigos. El hecho de que deje 
								esto entregado a Dios está mostrando que, como 
								dice Fillion, “no es éste un espíritu ávido de 
								venganza”, y menos si se piensa que entre ellos 
								se hallaba Absalón su amado hijo (cf. notas 2 y 
								8), sino que está animado por esa privilegiada 
								confianza del que se sabe amigo de Dios frente a 
								enemigos que no lo son. Cf. Salmo 7, 5 y nota. 
 
 
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