Salmo 18 |
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Dos biblias: la naturaleza y la palabra
1*Al maestro de coro. Salmo de David.
2*Los
cielos atestiguan la gloria de Dios;
y el firmamento predica las obras
que Él ha hecho.
3Cada
día transmite
al siguiente este mensaje,
y una noche lo hace conocer a la otra.
4*Si
bien no es la palabra,
tampoco es un lenguaje
cuya voz no pueda percibirse.
5Por
toda la tierra se oye su sonido,
y sus acentos hasta los confines del orbe.
Allí le puso tienda al sol,
6que
sale como un esposo de su tálamo,
y se lanza alegremente cual gigante
a recorrer su carrera.
7*Parte
desde un extremo del cielo,
y su giro va hasta el otro extremo;
nada puede sustraerse a su calor.
8*La
Ley de Yahvé es perfecta,
restaura el alma.
El testimonio de Yahvé es fiel,
hace sabio al hombre sencillo.
9Los
preceptos de Yahvé son rectos,
alegran el corazón.
La enseñanza de Yahvé es clara,
ilumina los ojos.
10*El
temor de Yahvé es santo,
permanece para siempre.
Los juicios de Yahvé son la verdad,
todos son la justicia misma,
11*más
codiciables que el oro,
oro abundante y finísimo;
más sabrosos que la miel
que destila de los panales.
12También
tu siervo
es iluminado por ellos,
y en su observancia
halla gran galardón.
13Mas
¿quién es el
que conoce sus defectos?
Purifícame de los que no advierto.
14*Preserva
a tu siervo,
para que nunca domine
en mí la soberbia.
Entonces seré íntegro,
y estaré libre del gran pecado.
15Hallen
favor ante Ti
estas palabras de mi boca
y los anhelos de mi corazón,
oh Yahvé, Roca mía
y Redentor mío.
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1. Este Salmo se compone de dos partes distintas
en estilo, ritmo y materia, cantando el poeta
inspirado, en la primera (versículos 2-7), la
gloria del Señor tal cual se manifiesta en la
naturaleza, mientras en la segunda parte ensalza
la santa Ley y las doctrinas por Dios reveladas.
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2. Los
cielos atestiguan: como una prueba viviente
para todo el que no quiera cegarse. Deduzcamos
de aquí una gran enseñanza que San Pablo
confirma: el que no reconoce en la naturaleza la
realidad de Dios “es inexcusable” (Romanos 1,
20). Vano será entonces darle argumentos
filosóficos si no se rinde a las Palabras
reveladas, que son fuerza divina (Romanos 1, 16)
y que dan la evidencia interior de la verdad
(Juan 4, 42) a todo el que quiera verla con
rectitud (Juan 7, 17). El que no es recto no
quiere ver la verdad (Juan 3, 19) y entonces es
inútil predicarle, pues no entendería (Sabiduría
1, 3-5; Mateo 5, 8; 11, 25). Así se explica que
Jesús, cuya consigna por excelencia fue la de
predicar el Evangelio (Marcos 16, 15), nos diga
sin embargo que dar perlas a los cerdos es
inútil y también peligroso (Mateo 7, 6). Dios se
resiste a los soberbios (Santiago 4, 6) y es
porque, como hemos visto, los soberbios le
resisten a Él. ¿No es sorprendente que de las
cuatro tierras de la parábola del Sembrador
(Mateo 13, 1 ss.) una sola dé fruto? Por eso, en
este siglo perverso, hemos de callar a veces
“aún lo bueno” (Salmo 38, 3). Cf. Salmos 118,
16; 119, 5 ss. y notas.
Predica,
aunque sin palabras (versículo 4), pues trasmite
en la sucesión de los días y de las noches
(versículo 3) el testimonio con que las
creaturas, por el solo hecho de existir,
confiesan al Creador y lo alaban como diciéndole
con el Salmo 8: “¡Oh Yahvé, Señor nuestro, cuan
admirable es tu Nombre en toda la tierra!” Cf.
Salmo 103 y notas. Hasta la noche, por oscura
que sea, repite, en el misterioso lenguaje de su
silencio, el mensaje que todas las cosas creadas
se trasmiten unas a otras.
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4. Es decir que, como lo expresa San Pablo
(Romanos 1, 18-20), nadie puede excusarse de no
entender ese mensaje de las creaturas pues
aunque no tenga el valor de las palabras
expresas de la divina Escritura (versículo 8
ss.), donde la Revelación nos descubre los
secretos del orden sobrenatural (cf. Salmo 17,
31 y nota), está empero lejos de ser
inaccesible, ya que lo percibimos en todas
partes (versículo 5). San Pablo nos enseña
también (I Corintios 14, 10) que todas las cosas
tienen voz. Y en Romanos 10, 18 cita el
versículo 5, aplicándolo por analogía a la
predicación de los apóstoles.
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7. Así anuncia Jesús su Parusía, que se
realizará con la rapidez del relámpago (Mateo
24, 27). Admiremos este don del sol, tan
magníficamente descrito. La costumbre de verlo
cada día nos hace olvidar sus incalculables
beneficios, como que es imagen de nuestro Padre
celestial (véase la introducción al Libro de la
Sabiduría). Agradezcámoslo como nos lo enseña el
Eclesiástico 42, 15-16; 43, 2-5.
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8 ss. Comienza aquí el elogio de la Palabra
divina. Cf. Salmo 118, en el que se describe su
pre excelencia de manera maravillosa. Ley,
testimonios, enseñanzas, juicios, etc., son allí
otros tantos términos para indicar la Palabra de
Dios; cada uno de ellos refleja un nuevo aspecto
de la divina Revelación, que la piedad del
salmista, divinamente inspirado, nos descubre y
ofrece a nuestro deleite y provecho.
Hace sabio al hombre sencillo: Es decir, que el recto de corazón,
aunque sea ignorante, tiene la verdadera
capacidad espiritual y luces de oración para
entender los pensamientos de Dios y nutrirse de
ellos. Es éste un concepto que la Escritura se
complace en repetir de mil maneras (cf. Salmo
118, 130; Proverbios 1, 4; Sabiduría. 10, 21;
Lucas 10, 21; I Corintios 3, 18 y notas) y que
San Pablo aplica al decir que Dios no está lejos
de ninguno, como que en Él vivimos y nos movemos
y somos (Hechos 17, 27 s.).
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10. El
temor: Es decir, como observa Páramo, la Ley
o Palabra de Dios, en cuanto engendra en el
hombre la reverencia. Ésa palabra de Dios
permanece para siempre: Así también lo dice explícitamente San Pedro
(I Pedro 1, 23 y 25). De modo que el lenguaje
que se habla en el cielo es el que tenemos a
nuestro alcance en las divinas Escrituras (Salmo
118, 89), por donde se comprende que el amor a
la Palabra, “Evangelio eterno” (Apocalipsis 14,
6), sea señal de elección.
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11.
Codiciables: Cf. Salmo 118, 14, 72, 127 y
162; Proverbios 3, 13-15; 8, 10 y 19; Sabiduría.
7, 8-11; Job 28, 12-19.
Sabrosos:
Cf. Salmo 118, 103; Proverbios 16, 24; Ezequiel.
3, 3; Eclesiástico 24, 27.
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14. Nótese que esta
soberbia se presenta aquí como vinculada al menosprecio de la
Palabra (cf. Salmo 1, 5). No se trata ya de
blasfemia expresa, sino de la prescindencia
indiferente, y en verdad “no hay mayor desprecio
que el no hacer aprecio”. El que de tal soberbia
se libra quedará fácilmente exento del pecado,
pues será obediente a la fe (II Corintios 10,
5), la cual obra por la caridad (Gálatas 5, 6),
que es la plenitud de la Ley (Romanos 13, 10).
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