Tesalónica, la capital de la provincia romana de Macedonia,
era un puerto importante del mar Egeo. Pablo llegó a esa
ciudad en el año 50, durante su segundo viaje misionero.
Allí fundó una comunidad cristiana, compuesta en su mayor
parte de paganos convertidos a la fe. Pero su permanencia en
Tesalónica fue muy breve, ya que debido a la oposición de
los judíos debió abandonar la ciudad precipitadamente (Hech.
17. 1-15). A su salida, la comunidad quedó sola en medio de
la persecución y con una insuficiente formación religiosa.
Preocupado por la suerte de los cristianos, Pablo les envió
a Timoteo, desde Atenas (3. 1-5). A su regreso, este trajo
al Apóstol noticias muy alentadoras: la comunidad se había
mantenido firme en la fe y recordaba a Pablo con afecto. Sin
embargo, algunos esperaban con impaciencia la Venida del
Señor y se negaban a trabajar, resultando una carga para sus
hermanos. Otros estaban preocupados, porque suponían
erróneamente que los cristianos que ya habían muerto no iban
a estar presentes cuando viniera el Señor.
Para responder a estas inquietudes, Pablo escribió poco
después de su llegada a Corinto, a comienzos del año 51, su
PRIMERA CARTA A LOS TESALONICENSES: la lectura de esta
Carta, como también la de la segunda a los Tesalonicenses,
supone una cierta familiaridad con el estilo "apocalíptico",
cargado de imágenes y símbolos, que los Profetas y los
Escritores judíos solían emplear para anunciar la llegada
del "Día del Señor" (5. 2).
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