Job |
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Introducción
Con el libro de Job volvemos a los tiempos
patriarcales.
Job, un varón
justo y temeroso de Dios, está acosado por tribulaciones
de tal manera que, humanamente, ya no puede soportarlas.
Sin embargo, no pierde la paciencia, sino que resiste a
todas las tentaciones de desesperación, guardando la fe
en la divina justicia y providencia, aunque no siempre
la noticia del amor que Dios nos tiene, y de la bondad
que viene de ese amor (l Juan 4, 16) y según la cual no
puede sucedernos nada que no sea para nuestro bien. Tal
es lo que distingue a este santo varón del Antiguo
Testamento, de lo que ha de ser el cristiano.
Inicia el autor sagrado su tema con un
prólogo
(capítulos 1-2), en el cual Satanás obtiene de Dios
permiso para poner a prueba la piedad de Job. La
parte principal
(capítulos 3-42, 6) trata, en forma de un triple diálogo
entre Job y sus tres amigos, el problema de porqué debe
sufrir el hombre y cómo es compatible el dolor de los
justos con la justicia de Dios. Ni Job ni sus amigos
saben la verdadera razón de los padecimientos,
sosteniendo los amigos la idea de que los dolores son
consecuencia del pecado, mientras que Job insiste en que
no lo tiene.
En el momento crítico interviene
Eliú, que hasta
entonces había quedado callado, y lleva la cuestión más
cerca de su solución definitiva, afirmando que Dios a
veces envía las tribulaciones para purificar y acrisolar
al hombre.
Al fin aparece
Dios mismo,
en medio de un huracán, y aclara el problema, condenando
los falsos conceptos de los amigos y aprobando a Job,
aunque reprendiéndolo también en parte por su empeño en
someter a juicio los designios divinos con respecto a
él. ¿Acaso no debemos saber que son paternales y por lo
tanto misericordiosos? En el epílogo
(capítulo 42,
1-16) se describe la restitución de Job a su estado
anterior.
La
historicidad de la persona de
Job está atestiguada repetidas veces por textos de la
Sagrada Escritura (Ezequiel 14, 14 y 20; Tobías 2, 12;
Santiago 5, 11), que confirman también su gran santidad.
Según la versión griega, Job era descendiente de Abrahán
en quinta generación, y se identificaría con Jobab,
segundo rey de Idumea. Pero esta versión se aparta
considerablemente del original. De todos modos, es cosa
admitida, que Job no pertenecía al pueblo que había de
ser escogido, lo cual hace más notable su ejemplo.
El
autor inspirado que compuso el
poema,
reuniendo en forma sumamente artística las tradiciones
acerca de Job, vivió en una época, en la cual la
literatura religiosa estaba en pleno florecimiento, es
decir, antes del cautiverio babilónico. No es de negar
que el estilo del libro tenga cierta semejanza con el
del profeta Jeremías, por lo cual algunos consideran a
éste como autor, aunque está claro que Jeremías es
posterior y reproduciría pasajes de Job. Cf. Jeremías
12, 1 y Job 21, 1; Jeremías 11, 1 y Job 19, 23; Jeremías
20, 14-18 y Job 3, 3-10; Jeremías 20, 11 y Job 3, 11,
etc. Otros lo han atribuido al mismo Job, a Eliú, a
Moisés, a Salomón, a Daniel. Ya San Gregorio Magno
señala la imposibilidad de establecer el nombre del
autor.
Job, cubierto de llagas, insultado por sus amigos,
padeciendo sin culpa, y presentando a Dios quejas tan
desgarradoras como confiadas, es imagen de Jesucristo, y
sólo así podemos descubrir el abismo de este Libro que
es una maravillosa prueba de nuestra fe. Porque toda la
fuerza de la razón nos lleva a pensar que hay injusticia
en la tortura del inocente. Y es Dios mismo quien se
declara responsable de esas torturas. Esta prueba nos
hace penetrar en el gran misterio de “injusticia” que el
amor infinito del Padre consumó a favor nuestro: hacer
sufrir al Inocente, por salvar a los culpables. ¡Y el
castigado era SU HIJO único!
Las lecciones del Oficio de Difuntos están tomadas
totalmente del Libro de Job y comprenden sucesivamente
los siguientes pasajes: 7, 16-21; 10, 1-7, 8-12;
13,22-28; 14, 1-6, 13-16; 17, 1-3, 11-15; 19, 20-27; 10,
18-22.
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