Job 33 |
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Continúa el primer discurso de Eliú
1
“Escucha ahora, oh Job, mi palabra,
y a todos mis argumentos presta oído.
2He
aquí que abro mi boca;
se mueve mi lengua
para formar palabras en mi paladar.
3Lo
que diré viene de un corazón recto,
mis labios profieren la pura verdad.
4El
Espíritu de Dios me hizo,
y el soplo del Omnipotente me dio vida.
5Respóndeme,
si puedes;
prepárate para (contender) conmigo;
tente dispuesto.
6Mira,
yo soy creatura de Dios,
igual que tú;
también yo fui formado del barro.
7*Por
eso nada tienes que temer de mí,
ni te abrumará el peso de mi persona.
8Ahora
bien, tú has dicho oyéndolo yo
—bien escuché el son de tus palabras—:
9*«Inocente
soy, sin pecado,
limpio soy, no hay iniquidad en mí.
10Pero
Él busca pretextos contra mí,
me considera como enemigo suyo;
11pone
en el cepo mis pies,
observa todos mis pasos.»
12Precisamente
en esto no tienes razón;
te lo explicaré.
Si Dios es más grande que el hombre,
13*
¿por qué contiendes con Él,
ya que Él no da cuenta
de ninguno de sus actos?
14*Porque
de una manera habla Dios,
y también de otra,
pero (el hombre) no le hace caso.
15En
sueños, en visiones nocturnas,
cuando cae letargo sobre los hombres,
recostados en sus camas,
16entonces
Él abre el oído del hombre,
y le instruye en forma secreta,
17para
apartarle de su obra.
Así le retrae de la soberbia,
18salva
su alma de la perdición,
y su vida del filo de la espada.
19Corrige
también al hombre
con dolores en su lecho,
y con continua angustia
dentro de sus huesos;
20de
modo que tiene asco del pan
y del bocado más exquisito.
21Vase
consumiendo su carne
hasta desaparecer,
y aparecen sus huesos que no se veían.
22Se
acerca su vida al sepulcro,
y su existencia a los que la quitan.
23*Pero
si hay para él un ángel,
un intercesor de entre mil,
que explique al hombre su deber;
24y
que se compadezca de él
y diga (a Dios):
«Líbrale para que no baje al sepulcro;
yo he hallado el rescate (de su alma).»
25Entonces
se vuelve más fresca
que la de un niño su carne;
será como en los días de su juventud;
26implora
a Dios, y Éste le es propicio.
Así contemplará con júbilo su rostro,
y (Dios) le devuelve su justicia.
27Cantará
entonces entre los hombres,
Y dirá: «Yo había pecado,
había pervertido la justicia,
y no me fue retribuido según merecía;
28pues
Él me libró del paso al sepulcro,
y mi alma ve todavía la luz.»
29Mira,
todo esto hace Dios,
dos y aun tres veces con el hombre,
30a
fin de retraerlo de la muerte,
y alumbrarlo con la luz de la vida.
31Atiende,
Job; escúchame;
calla, que yo hablaré.
32Si
tienes algo que decir, respóndeme;
habla, pues mi deseo es verte justo.
33Si
no, escúchame en silencio,
y yo te enseñaré sabiduría.”
*
7. Quiere decir: no te asustes; podrás
defenderte y justificar tus palabras, porque soy
de la misma categoría que tú.
*
9 ss. Véase 9,21; 10,7; 12,4; 13,24; 16,17; 27,
5 s.
*
13. Las palabras de Dios en 38, 2 y en 40, 2, lo
mismo que la humilde confesión de Job en 40, 4
s., parecen justificar este reproche.
*
14. De una manera... y también de otra:
¡Cuántas
veces se oye la queja de que hoy en día “Dios ya
no habla más a los hombres”! No es así, Dios
“nos habló últimamente en estos días, por medio
de su Hijo” (Hebreos 1. 2), a quien tenemos que
escuchar como lo dice el mismo Padre (Mateo 17,
5). Aquí vemos cómo Dios hablaba a los hombres
del Antiguo Testamento: por visiones (versículos
15-18), por medio de aflicciones y enfermedades
(versículos 19-22), o por envío de un ministro
(versículos 23-28). Es ésta una lección muy
preciosa, que vemos probada por la Sagrada
Escritura. “El pueblo de Israel oyó la voluntad
de Dios por boca de sus jefes, y éstos por boca
de los profetas, enviados del Altísimo; a Elías
habló un ángel mientras dormía; a Agar abrió
Dios los ojos para que encontrara la salvación
para sí misma y para su hijo; Ana, la madre de
Samuel, oyó en su aflicción la voz de un
sacerdote; los reyes magos fueron guiados por
una estrella, y el etíope por una palabra de la
Escritura” (Elpis).
*
23. Eliú da a entender que él se cree enviado
por Dios como ministro para enseñar a Job el
recto camino. Según San Gregorio Magno el ángel
es alegoría de Jesucristo, “el único mediador
entre Dios y los hombres” (I Timoteo 2, 5).
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