Jeremías |
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Introducción
En cuanto a los datos
biográficos, Jeremías es el menos ignorado entre todos los
profetas de Israel. Hijo del sacerdote Helcías, nació en
Anatot, a 4 kilómetros al norte de Jerusalén, y fue
destinado por Dios desde el seno materno para el cargo de
Profeta (1, 5). Empezó a ejercer su altísima misión en el
decimotercio año del rey Josías (638-608) es decir, en 625.
Durante más de 40 años, bajo los reyes Josías, Joacaz,
Joakim, Joaquín (Jeconías) y Sedecías siguió amonestando y
consolando a su pueblo, hasta que la ciudad impenitente cayó
en poder de los babilonios (581 a. C.).
Jeremías no compartió con
su pueblo la suerte de ser deportado a Babilonia, sino que
tuvo la satisfacción de ser un verdadero padre del pequeño y
desamparado resto de los judíos que había quedado en la
tierra de sus padres. Más cuando sus compatriotas asesinaron
a Godolías, gobernador del país desolado, obligaron al
Profeta, a refugiarse con ellos en Egipto, donde, según
tradición antiquísima, lo mataron porque no cesaba de
predicarles la Ley de Dios. La Iglesia celebra su memoria el
1° de mayo.
Jeremías es un ejemplo de
vida religiosa, creyéndose que se conservó virgen (16, 1
s.). Austero y casi ermitaño, se consumió en dolores y
angustias (15, 17 s.) por amor a su pueblo obstinado. Para
colmo se levantaron contra él falsos profetas y consiguieron
que, por mandato del rey, fuesen quemadas sus profecías. El
mismo fue encarcelado y sus días habrían sido contados, si
los babilonios, al tomar la ciudad, no le hubiesen
libertado.
Su libro se divide en dos
partes, la primera de las cuales contiene las profecías que
versan sobre Judá y Jerusalén (capítulos 2-45), y la segunda
reúne los vaticinios contra otros pueblos (capítulos 46-51).
El primer capítulo narra la
vocación del Profeta,
y el último
(capítulo 52) es
un
apéndice histórico.
Cuanto menos comprendido
fue Jeremías por sus contemporáneos, tanto más lo fue por
las generaciones que le siguieron. Sus vaticinios alentaban
a los cautivos de Babilonia, y a él se dirigían las miradas de
los israelitas que esperaban la salud mesiánica. Tan grande
era su autoridad que muchos creían que volvería de nuevo,
como se ve en él episodio de Mateo 16, 14. Los santos Padres
lo consideran como figura de Cristo, a quien representa por
lo extraordinario de su elección, por la pureza virginal,
por el amor inextinguible a su pueblo y por la paciencia
invencible frente a las persecuciones de aquellos a los
cuales amaba.
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