Jeremías |
|
Corrupción de Jerusalén
1*Recorred
las calles de Jerusalén,
mirad y observad,
y
buscad por sus plazas,
a
ver si halláis un hombre;
uno
solo que practique la justicia y busque la verdad;
y
Yo la perdonaré.
2*Pues
aun cuando dicen: ¡Vive Yahvé!,
no
obstante ello juran en falso.
3*¿No
es la fidelidad, oh Yahvé, lo que buscan tus ojos?
Tú
los castigaste, y no les dolió;
los
consumiste, mas rechazaron la corrección;
han
hecho su cara más dura que la roca;
no
quisieron convertirse.
4Entonces
dije: “¡Ah! son sólo los pobres,
ellos son los insensatos,
porque no conocen el camino de Yahvé,
la
ley de su Dios.
5Me
iré a los grandes,
y
hablaré con ellos;
ellos conocerán el camino de Yahvé,
la
ley de su Dios”.
Pero también ellos todos quebraron el yugo
y
rompieron las coyundas.
6*Por
eso los mata el león del bosque,
los
devora el lobo del desierto;
y
el leopardo está acechando
en
torno de sus ciudades;
quien salga de ellas será despedazado:
porque son muchos sus pecados
y
han aumentado sus apostasías.
7
“¿Cómo te podré perdonar esto?
Tus
hijos me han abandonado
y
juran por los que no son dioses:
Los
he saciado, mas ellos se entregan al adulterio,
y
se juntan en casa de la ramera.
8Caballos
gordos que están en celo;
relincha cada cual tras la mujer de su prójimo.
9¿No
he de castigar Yo esto? dice Yahvé.
¿De
una nación como ésta
no
he de tomar venganza?
10*Escalad
sus muros, y destruid;
mas
no acabéis del todo con ellos;
arrancad sus sarmientos,
pues no son de Yahvé.
11Porque
la casa de Israel
y
la casa de Judá
han
apostatado de Mí,
dice Yahvé.
12Han
renegado de Yahvé,
y
han dicho: “No es Él;
no
vendrá sobre nosotros ningún mal,
no
veremos ni espada ni hambre;
13los
profetas no son más que viento,
y
no tienen oráculos (de Dios).
¡Que éstos caigan sobre ellos mismos!”
Anuncio del castigo
14*Por
esto, así dice Yahvé, el Dios de los ejércitos:
“Por cuanto habéis dicho esto,
mirad que hago de mis palabras un fuego,
y
este pueblo será la leña que los devore.
15*He
aquí que voy a traer
contra vosotros, oh casa de Israel,
una
nación lejana, dice Yahvé;
un
pueblo fuerte, un pueblo antiquísimo;
un
pueblo cuya lengua no conoces,
y
cuyas palabras no entiendes.
16Su
aljaba es como sepulcro abierto;
todos ellos son hombres valientes.
17Devorarán
tu cosecha y tu pan;
devorarán a tus hijos y a tus hijas;
devorarán tus rebaños y tus ganados;
devorarán tus viñas y tus olivares;
y
destruirán a espada
tus
ciudades fuertes en que confías.
18Mas
ni aun en aquellos días, dice Yahvé.
acabaré del todo con vosotros.”
19Y
si os preguntareis: “¿Por qué Yahvé, nuestro Dios, ha traído
todo esto sobre nosotros?” les responderás: “Como me habéis
dejado a Mí sirviendo a dioses extraños en vuestra tierra
así serviréis a los extranjeros en tierra no vuestra.”
20Promulgad
esto en la casa de Jacob,
y
pregonadlo en Judá, diciendo:
21*
“Escucha esto, pueblo insensato y sin cordura:
Tienen ojos y no ven,
tienen oídos y no oyen.
22*¿No
me habéis de temer?, dice Yahvé;
¿no
temblaréis delante de Mí,
que
puse al mar por término la arena,
como límite perpetuo que no puede traspasar?
Por
más que se agiten sus olas, son impotentes,
aunque se enfurezcan no podrán rebasarlo.”
23Mas
este pueblo tiene un corazón rebelde y contumaz;
han
apostatado y se van.
24Y
no dicen en su corazón:
“Temamos a Yahvé, nuestro Dios,
que
nos da a su tiempo
la
lluvia temprana y la tardía,
y
nos concede las semanas
destinadas a la cosecha.”
25Vuestras
iniquidades han trastornado este orden,
y
vuestros pecados os han privado del bien.
Maldades de los ricos
26Pues
en mi pueblo hay malvados;
ponen asechanzas como el pajarero que se agacha,
arman trampas para cazar hombres.
27Como
jaula llena de pájaros,
así
están sus casas llenas de fraude;
así
se han engrandecido y enriquecido.
28Engordaron
y brillan de gordura;
sobresalen en maldad;
no
hacen justicia al huérfano
—y
sin embargo prosperan—,
no
hacen justicia a los pobres.
29¿Y
Yo no habré de castigar estas cosas?
dice Yahvé.
¿De
una nación como ésta
no
he de tomar venganza?
30Cosa
extraña y terrible acontece en la tierra:
31*los
profetas profetizan mentira,
y los sacerdotes gobiernan según su antojo;
y esto le gusta a mi pueblo.
Pero ¿qué haréis cuando estas cosas lleguen a su fin?
*
1. Que
practique la justicia: Véase la misma queja en
4, 23 y nota; Salmo 52, 4; Romanos 3, 10
ss. Yo
la perdonaré: ¡Cuánto desea perdonarnos
el Misericordioso, que desde su altísimo trono nos
mira con ojos de Padre! Véase Salmo 85, 15, donde
vemos su verdadera fisonomía retratada por el mismo
Espíritu Santo. “Dios no se ocupa más que de mi
salvación; éste es el motivo por que le veo
enteramente decidido a guardarme como si se olvidase
de todo lo demás y no quisiese ocuparse más que de
mi” (San Agustín). Cf. 33. 8; Isaías 49, 15;
Ezequiel 18, 32; Joel 3, 17.
*
2. Vive
Yahvé: es la fórmula de jurar, para poner al
Eterno por testigo del juramento.
*
3. No les
dolió: La Biblia llama a este estado del alma:
endurecimiento. “En vez de mirar al Oriente, que es
Dios, el endurecido se vuelve al Occidente, dice San
Agustín, es decir, hacia el mundo, el demonio; la
muerte”. Hasta el fin tendrá Dios que insistir sobre
esta rebeldía de la humanidad. Véase Apocalipsis 9,
21; 16, 9.
*
6. León,
lobo y leopardo: nombres simbólicos de los
enemigos que amenazan a Jerusalén.
*
10 ss. Apostrofe a los enemigos. El Señor los invita
a castigar a Jerusalén, pero sin exterminarla por
completo (versículo 18). El pueblo de Judá es
comparado a una viña, como en Isaías 5, 1-7. Los
profetas (versículo 13): se refiere a los
aduladores que prometían a los gobernantes y al
pueblo un porvenir feliz, paz y prosperidad.
*
14. Así como el fuego consume la leña, así será
destruido el pueblo judío por las palabras
(profecías) que Dios pone en boca del profeta.
*
15 ss. Esta nación es la de los babilonios,
que acabará con el pueblo que ha abandonado a su
Dios. Devorarán, etc. (versículo 17):
“Enumeración tremenda de los males que los invasores
causarán al país. No obstante ello, encontramos al
fin (versículo 18) la promesa consoladora del
principio (versículo 10)” (Fillion).
*
21. Tienen ojos y no ven. Esta fórmula de
reproche es la más triste de todas, pues no tiene
remedio, ve que no puede curarse la ceguera del que
no quiere ver (cf. Salmo 35, 4 y nota). Jesús la
toma de Isaías 6, 9 y la repite más de una vez en el
Evangelio (véase Mateo 13, 14; Marcos 8. 18; Juan
12. 39 ss. y nota) presagiando a Israel, no ya una
caída como ésta, sino la grande que dura ya veinte
siglos y de la cual ésta sólo fue figura.
*
22 ss. El Señor recuerda su bondad con el pueblo
ingrato. Es incomprensible que los judíos que lo
debieron todo a su divino Protector, no le hicieran
caso. Sin embargo, no seamos orgullosos. ¡Cuántas
apostasías semejantes a las del pueblo judío pueden
registrarse en el transcurso de la historia! San
Pablo las anuncia expresamente en II Tesalonicenses
2, y el mismo Jesús en Mateo 24. Puse al mar por
término la arena: Cf. Job 38, 8 ss.; Salmo 103,
9; Proverbios 8, 29. La lluvia temprana y la
tardía (versículo 24): Estos
dos períodos de lluvia, que dan al país la fertilidad, figuran en
la Biblia como ejemplos de la bondad paternal de
Dios. Cf. Salmo 146, 8.
*
31. Dios nos
revela aquí uno de los peores males: la influencia
destructiva de los falsos profetas y sacerdotes
oportunistas que dejan la predicación de la verdad,
y hablan lo que gusta al auditorio. “Los labios del
sacerdote han de guardar la ciencia, dice Dios por
boca del profeta Malaquías, y de sus labios se ha de
aprender la Ley, puesto que él es el mensajero del
Señor de los ejércitos” (Malaquías 2, 7). En los
castigos descritos en el noveno capítulo del profeta
Ezequiel, Dios exige que el juicio comience por los
ministros del santuario (Ezequiel 9, 6). San Pedro
repite esta amenaza en su primera Carta (I Pedro 4,
17). La dignidad de los sacerdotes es grande, pero
grande es también el perjuicio que ellos causan en
las almas cuando descuidan su sagrado ministerio y
no predican la palabra de Dios. “Escudriñando las
historias antiguas, escribe San Jerónimo, encuentro
que la Iglesia ha sido desgarrada y han sido
seducidos los pueblos por los malos sacerdotes” (In
Cantar de los Cantares). Cf. 12, 10 s.
|