Los gálatas evangelizados por Pablo durante su segundo viaje
misionero, hacia el año 50, eran descendientes de los celtas
o galos, un pueblo extremadamente belicoso que en el siglo
III a. C. se había instalado en la meseta central de Asia
Menor. La estadía de Pablo en Galacia se prolongó por
algunos meses, debido a una enfermedad que lo obligó a
permanecer allí hasta su curación (4. l3-l5). Fuera de esto,
no conocemos otros detalles sobre la actividad del Apóstol
en esa región y sobre las Iglesias allí fundadas.
Las circunstancias que motivaron la intervención de Pablo
están suficientemente expresadas en la Carta. Las
comunidades de Galacia habían sido perturbadas por algunos
predicadores cristianos venidos de Jerusalén. Estos,
erróneamente, se consideraban respaldados por Santiago, "el
hermano del Señor" (1. 19), que era una de las "columnas de
la Iglesia" junto con Pedro y Juan (2. 9). Según ellos, los
fieles convertidos del paganismo debían someterse a la Ley
de Moisés y a la práctica de la circuncisión, para llegar a
ser verdaderos hijos de Abraham y herederos de las promesas
divinas. Al mismo tiempo, trataban de desacreditar la
persona y la autoridad apostólica de Pablo, mostrándolo en
desacuerdo con los demás Apóstoles. La crisis provocada por
estos "judaizantes" en Galacia es una de las expresiones
típicas de la dificultad que tuvo la Iglesia para
desvincularse cada vez más del Judaísmo y adquirir su
fisonomía propia.
La CARTA A LOS GÁLATAS, escrita probablemente en el año 56,
es uno de los más espontáneos y vehementes escritos de
Pablo. Su tema central es la libertad del cristiano, llamado
a recibir la salvación como un don de Dios que se alcanza
por la fe en Jesucristo, y no por el sometimiento a las
exigencias de la Ley. Para comprenderla debidamente, es
conveniente leerla a la luz de la Carta a los Romanos, que
fue escrita un tiempo después y vuelve sobre los mismos
temas de una manera más completa y sistemática.
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