Gálatas 1 |
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CARTA A LOS GÁLATAS
PRÓLOGO
(1, 1-5)
Salutación apostólica.
1
Pablo, apóstol –no de parte de hombres,
ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo, y
por Dios Padre que levantó a Él de entre los muertos–*
2
y todos los hermanos que conmigo están, a
las Iglesias de Galacia:
3
gracia a vosotros y paz de parte de Dios,
Padre nuestro, y del Señor Jesucristo;
4
el cual se
entregó por nuestros pecados, para sacarnos de este presente
siglo malo*,
según la voluntad de Dios y Padre nuestro,
5
a quien sea la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
I. APOLOGÍA DE SU
APOSTOLADO
(1, 6 - 2, 21)
Autoridad sobrenatural del
Evangelio de San Pablo.
6
Me maravillo de que tan pronto os apartéis del que os
llamó por la gracia de Cristo, y os paséis a otro Evangelio.
7
Y no es que haya otro Evangelio, sino es que hay
quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de
Cristo.
8 Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un
Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema*.
9 Lo dijimos ya,
y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio
distinto del que recibisteis, sea anatema.
10 ¿Busco yo acaso el favor de los hombres, o bien el
de Dios? ¿O es que procuro agradar a los hombres? Si aún
tratase de agradar a los hombres no sería siervo de Cristo*.
11 Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio
predicado por mí no es de hombre*.
12 Pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por
revelación de Jesucristo*.
13 Habéis ciertamente oído hablar de cómo yo en otro tiempo vivía en el
judaísmo, de cómo perseguía sobremanera a la Iglesia de Dios
y la devastaba,
14 y aventajaba en el judaísmo a muchos coetáneos míos de mi nación,
siendo en extremo celoso de las tradiciones de mis padres.
Especial vocación divina del
apóstol de los Gentiles.
15 Pero cuando plugo al que me eligió desde el seno de mi madre y me
llamó por su gracia*,
16 para revelar en mí a su Hijo, a fin de que yo le predicase entre los
gentiles, desde aquel instante no consulté más con carne y
sangre;
17 ni subí a Jerusalén, a los que eran apóstoles antes que yo; sino que
me fui a Arabia, de donde volví otra vez a Damasco*.
18 Después, al cabo de tres años, subí a Jerusalén para
conversar con Cefas, y estuve con él quince días*.
19 Mas no vi a ningún otro de los apóstoles, fuera de
Santiago, el hermano del Señor*.
20 He aquí delante de Dios que no miento en lo que os escribo.
21 Luego vine a las regiones de Siria y de Cilicia.
22 Mas las Iglesias de Cristo en Judea no me conocían de vista.
23 Tan sólo oían decir: “Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora
anuncia la fe que antes arrasaba”.
24 Y en mí glorificaban a Dios*.
1. Los habitantes de
Galacia,
provincia del Asia
Menor, fueron ganados al Evangelio por S. Pablo en
su segundo y tercer viaje apostólico. Poco después
llegaron judíos o judío-cristianos que les enseñaban
“otro Evangelio”, es decir, un Jesucristo deformado
y estéril, exigiendo que se circuncidasen y
cumpliesen la Ley mosaica, y pretendiendo que el
hombre es capaz de salvarse por sus obras, sin la
gracia de Cristo. Además sembraban desconfianza
contra el Apóstol, diciendo que él no había sido
autorizado por los primeros Apóstoles y que su
doctrina no estaba en armonía con la de aquéllos.
Para combatir la confusión
causada por esos doctores judaizantes, S. Pablo;
escribió esta carta probablemente desde Éfeso,
según suele creerse, entre los años 49 y 55
(cf. 2, 1 y nota). Su doctrina principal es: El
cristiano se salva por la fe en Jesucristo, y no por
la Ley mosaica.
4.
Este siglo malo:
Es ésta
una de las orientaciones básicas de la
espiritualidad que nos enseña la Escritura en
oposición al mundo. Jesús nos la hace recordar
continuamente al darnos la afanosa petición del
Padrenuestro: “venga tu Reino” (Mt. 6, 10), protesta
ésta que los cristianos
del siglo I parafraseaban diciendo en la Didajé, al
rogar por la Iglesia: “reúnela santificada en tu
Reino... Pase este mundo. Venga la gracia”. “Este
mundo” es pues
este siglo malo, con el cual no hemos de estar nunca conformes (Rm.
12, 2), porque en él tiene su reino Satanás
(Jn. 14, 30 y nota); en él serán perseguidos los
discípulos de Cristo (Jn. 15, 18 y nota) y en él la
cizaña estará ahogando el trigo hasta que venga
Jesús (Mt. 13, 30) y no encuentre la fe en la tierra
(Lc. 18, 8); pues Él no vendrá sin que antes
prevalezca la apostasía y se revele el Anticristo (2
Ts. 2, 3 ss.), a quien Jesús destruirá con la
manifestación de su Parusía” (ibíd. 8). Nunca podrá,
pues, triunfar su Reino mientras no sea quitado el
poder de Satanás (Ap. 20, 1 ss.) y Cristo celebre
las Bodas con su Iglesia (Ap. 19, 7), libre ya de
toda arruga (Ef. 5, 27; Ap. 19, 8), después de la
derrota del Anticristo (Ap. 19, 11-20), cuando la
cizaña haya sido cortada (Mt. 13, 39-40), los peces
malos estén separados de los buenos (Mt. 13, 47 ss.)
y sea expulsado del banquete el que no tiene traje
nupcial (Mt. 22, 11 ss.). Tal es la dichosa
esperanza del cristiano (Tt. 2, 13) sin la cual nada
puede satisfacerle ni ilusionarle sobre el triunfo
del bien (Ap. 13, 7; 16, 9 y 11). Tal es lo
que el Espíritu Santo y la Iglesia novia dicen y
anhelan hoy, llamando al Esposo: “El Espíritu y la
novia dicen: Ven... Ven Señor Jesús” (Ap. 22, 17 y
20), mientras lo aguardamos con ansia en
este siglo
malo, llevando, según
S. Pedro, las esperanzas proféticas como antorcha
que nos alumbra en este “lugar obscuro” (2 Pe. 1,
19). Cf. 1 Tm. 6, 13 y nota.
8. El
Evangelio no debe ser
acomodado al siglo so pretexto de adaptación. La
verdad no es condescendiente sino intransigente. El
mismo Señor nos previene contra los falsos Cristos
(Mt. 24, 24), los lobos con piel de oveja (Mt. 7,
15, etc.), y también S. Pablo contra los falsos
apóstoles de Cristo (2 Co. 11, 13) y los falsos
doctores con apariencia de piedad (2 Tm. 3, 1-5). Es
de admirar la libertad de espíritu que el Apóstol
nos impone al decirnos que ni siquiera un ángel debe
movernos de la fe que él enseñó a cada uno con sus
palabras inspiradas. Véase 2 Co. 11, 14; 13, 5 y
nota. Cf. 2, 4 ss.
10. Es decir, que la
mínima parte de gloria que pretendiésemos para
nosotros mismos, bastaría para falsear totalmente
nuestro apostolado y convertirnos por tanto en
instrumento
de Satanás. De ahí la gran preocupación que S. Pablo
muestra a este respecto. Cf. Jn. 5, 44 y nota.
11. El orador
sagrado, agrega aquí S. Jerónimo, está expuesto cada
día al grave peligro de convertir, por una
interpretación defectuosa, el Evangelio de
Cristo en el evangelio del hombre. Cf. Sal. 11, 2;
16, 4; 1 Co. 15, 1; Tt. 1, 10; 3, 9 y notas.
15 ss. Habla de su
predestinación al
apostolado
y a la predicación
del Evangelio (Hch. 13, 2; Rm. 1, 1), para lo cual
Dios lo tenía escogido y predestinado personalmente.
17.
A Arabia:
Debe entenderse
que los tres años mencionados en el versículo
siguiente, fueron los que pasó en Arabia, estudiando
las Escrituras y recibiendo las instrucciones del
mismo Jesucristo.
18.
Para conversar con
Cefas: no
para instruirse, como
observa S. Jerónimo, pues tenía consigo al mismo
Autor de la predicación, sino para cambiar
ideas con el primero de los Apóstoles. Véase 2, 1
ss.
19. Este
Santiago,
o Jacobo,
Obispo de Jerusalén, era el Apóstol Santiago el Menor, hijo de Alfeo y María,
hermana de la Santísima Virgen. Ya por eso se
entiende que “hermano” significa aquí “pariente”.
24. Bien vemos por
qué el Apóstol prefería gloriarse en sus
miserias (2 Co. 11,
30). De ellas resultaba especial gloria para Dios,
pues veían todos que lo sucedido en él no podía ser
sino un prodigio de la gracia. Cf. Jn. 17, 10; Rm.
8, 28 y nota.
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