Gálatas 3 |
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II. LA JUSTIFICACIÓN POR
LA FE
(3, 1 - 4, 31)
La ley no es capaz de
justificarnos.
1
¡Oh, insensatos
gálatas! ¿cómo ha podido nadie fascinaros a vosotros, ante
cuyos ojos fue presentado Jesucristo clavado en una cruz?*
2
Quisiera saber de vosotros esto solo: si
recibisteis el Espíritu por obra de la Ley o por la palabra
de la fe.
3
¿Tan insensatos sois que habiendo comenzado por
Espíritu, acabáis ahora en carne?*
4
¿Valía la pena padecer tanto si todo fue
en vano?
5
Aquel que os suministra el Espíritu y obra milagros
en vosotros ¿lo hace por las obras de la Ley o por la
palabra de la fe?*
El ejemplo de Abrahán.
6
Porque (está escrito): “Abrahán creyó a Dios, y le fue imputado a justicia”*.
7
Sabed, pues,
que los que viven de la fe, ésos son hijos de Abrahán.
8 Y la Escritura, previendo que Dios justifica a los gentiles por la fe,
anunció de antemano a Abrahán la buena nueva: “En ti serán
bendecidas todas las naciones”*.
9 De modo que, junto con el creyente Abrahán, son bendecidos los que
creen.
10 Porque cuantos vivan de las obras de la Ley, están
sujetos a la maldición; pues escrito está: “Maldito todo
aquel que no persevera en todo lo que está escrito en el
Libro de la Ley para cumplirlo”*.
11 Por lo demás,
es manifiesto que por la Ley nadie se justifica ante Dios,
porque “el justo vivirá de fe”*;
12 en tanto que la Ley no viene de la fe, sino que: “El que hiciere estas
cosas, vivirá por ellas”*.
13 Cristo, empero, nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose por
nosotros maldición, porque escrito está: “Maldito sea todo
el que pende del madero”*,
14 para que en
Cristo Jesús alcanzase a los gentiles la bendición de
Abrahán, y por medio de la fe recibiésemos el Espíritu
prometido.
Ley y promesa.
15 Hermanos, voy a hablaros al modo humano: Un
testamento, a pesar de ser obra de hombre, una vez
ratificado nadie puede anularlo, ni hacerle adición.
16 Ahora bien, las promesas fueron dadas a Abrahán y a
su descendiente. No dice: “y a los descendientes” como si se
tratase de muchos, sino como de uno: “y a tu Descendiente”,
el cual es Cristo*.
17 Digo, pues,
esto: “Un testamento ratificado antes por Dios, no puede ser
anulado por la Ley dada cuatrocientos treinta años después,
de manera que deje sin efecto la promesa*.
18 Porque si la
herencia es por Ley, ya no es por promesa. Y sin embargo,
Dios se la dio gratuitamente por promesa”.
La Ley, preparación para
Cristo.
19 Entonces ¿para
qué la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta
que viniese el Descendiente a quien fue hecha la promesa, y
fue promulgada por ángeles por mano de un mediador*.
20 Ahora bien, no hay mediador de uno solo, y Dios es uno solo.
21 Entonces ¿la Ley está en contra de las promesas de Dios? De ninguna
manera. Porque si se hubiera dado una Ley capaz de
vivificar, realmente la justicia procedería de la Ley.
22 Pero la Escritura lo ha encerrado todo bajo el
pecado, a fin de que la promesa, que es por la fe en
Jesucristo, fuese dada a los que creyesen*.
23 Mas antes de venir la fe, estábamos bajo la custodia de la Ley,
encerrados para la fe que había de ser revelada.
24 De manera que
la Ley fue nuestro ayo para conducirnos a Cristo, a fin de
que seamos justificados por la fe*.
25 Mas venida la fe, ya no estamos bajo el ayo,
26 por cuanto todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús*.
27 Pues todos los
que habéis sido bautizados en Cristo estáis vestidos de
Cristo.
28 No hay ya judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón y
mujer; porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús.
29 Y siendo vosotros de Cristo, sois por tanto descendientes de Abrahán,
herederos según la promesa.
1. Empieza aquí la
parte dogmática
de la
carta, que comprende los capítulos 3 y 4. La propia
experiencia debe demostrar a los gálatas, que
recibieron la justificación sin las obras de la Ley,
de lo cual son testimonio los carismas del Espíritu
Santo que se derramaron sobre ellos.
3.
Acabáis ahora en
carne:
¿Cómo el esfuerzo del hombre caído podría ir más
lejos que el Don redentor de Dios, de un valor
infinito?
5. Una de las cosas
más sorprendentes del Cristianismo, para el que lo
mirase como una mera regla moral sin espiritualidad,
es ver cuántas veces los reprobados por Dios son
precisamente los que quieren multiplicar los
preceptos, como los fariseos de
austera y honorable apariencia. Toda esta Epístola a
los gálatas, en que el Apóstol de Cristo parece
escandaloso porque lucha por quitar preceptos en vez
de ponerlos (2, 4 y 14; 5, 18 ss., etc.), es un
ejemplo notable para comprender que lo esencial para
el Evangelio está en nuestra espiritualidad, es
decir, en la disposición de nuestro corazón para con
Dios. Lo que Él quiere, como todo padre, es vernos
en un estado de espíritu amistoso y filial para con
Él, y de ese estado de confianza y de amor hace
depender, como lo dice Jesús (Jn. 6, 29; 14, 23 s.),
nuestra capacidad –que sólo de Él nos viene (Jn. 15,
5)– para cumplir la parte preceptiva de nuestra
conducta. Desde el Antiguo Testamento, que aún
ocultaba bajo el velo de las figuras los insondables
misterios de su amor que el Padre había de
revelarnos en Cristo (Ef. 3, 2 ss.), descubrimos ya,
a cada paso, ese Dios paternal y espiritual cuya
contemplación nos llena de gozo y que conquista
nuestro corazón con la única fuerza que es capaz de
hacernos despreciar al mundo: el amor. Véase, con
sus respectivas notas. Jr. 23, 33; Is. 1, 11; 58, 2;
66, 2; Os. 6, 6; Mt. 7, 15; 12, 1 ss.; 23, 2 s. y 13
y 23 ss.; Mc. 7, 3 ss.; Lc. 11, 46; 13, 14; Jn. 4,
23 s.; 5, 10 ss.; 8, 3 ss.; 2 Co. 11, 13 ss.; Col.
2, 16 ss.; 1 Tm. 4, 3; 2 Tm. 3, 5, etc.
6. Véase Gn. 15, 6.
Como en la Epístola a los Romanos, S. Pablo toma por
ejemplo a
Abrahán,
a quien dio Dios la
promesa para todos los pueblos, y el cual fue
justificado no por la
circuncisión, sino por la fe. Así como Abrahán
recibió la santificación únicamente por la fe, así
los verdaderos hijos de Abrahán son los que tienen
la fe en Cristo. Cf. 4, 22 s.; Rm. 4, 3 ss. y notas.
12. Cita de Lv. 18,
5. Como en realidad nadie fue capaz de cumplir la
Ley, resultó que nadie pudo vivir por ella y todos cayeron
en la maldición del vers. 10, salvo los que se
justificaron por la fe en Jesucristo.
13. Para librarnos de
la
maldición
se hizo Él
maldición
(cf. Dt. 21, 23). Esto muestra el abismo que
significa la Redención de Cristo. Dios pudo
perdonarnos gratis, pero el Hijo quiso devolverle
toda la gloria accidental que el pecado le quitaba.
Entonces no se limitó a pagar nuestra
deuda como un tercero, sino que quiso sustituirse a
nosotros de tal modo que Él fuese el pecador, y
nosotros los inocentes, lavados por su Sangre. Cf.
Ez. 4, 4 y nota.
17. Cf. Ex. 12, 40.
Las
promesas
de Dios a Abrahán de
santificar en él a todos los pueblos, son anteriores
a la Ley. Anularlas por las prescripciones
posteriores de ésta, sería contrario a la fidelidad
de Dios, sería exigir un precio por lo que había
ofrecido gratuitamente (v. 18).
19.
Fue añadida.
No olvidemos esta
revelación que debe estar en la base de nuestra vida
espiritual si queremos ser cristianos y no
judaizantes: la Ley fue añadida a la promesa hasta
que viniera el que había de cumplirla. Desde
entonces lo prometido se da por la fe en Jesús (v.
22), es decir a los que, creyendo en Él, se hacen
como Él hijos de Dios (4, 6; Jn. 1, 11 s.). Luego
nuestra vida no es ya la
del siervo que obedece a la Ley (4, 7) sino
la del hijo y heredero que sirve por amor (1 Jn. 3,
1). El
mediador de la Ley
antigua fue Moisés; la promesa, empero, se dio a
Abrahán, sin mediador, por Dios mismo; es, pues,
superior a la Ley de Moisés. No se trata de un
contrato bilateral, sino de una promesa espontánea.
22.
La Escritura,
etc.: Cf. Rm. 11,
32 y nota.
24.
Nuestro ayo:
nuestro
instructor, por cuanto dio testimonio en favor de la
fe (2, 19 s.) y no cesó de inculcar la necesidad de
la fe. “Repara, dice el Crisóstomo, cuán fuerte y
poderoso es el ingenio de Pablo, y con cuánta
facilidad prueba lo que quiere. Pues aquí muestra
que la fe no sólo no recibe daño ni descrédito
alguno de la Ley, sino que ésta le sirve de ayuda,
introductora y pedagoga,
preparándole el camino”. Recordemos, empero, que en
todo esto hay, más que el ingenio de Pablo, la
sabiduría del Espíritu Santo.
26. “Nadie es hijo
adoptivo de Dios, si no está unido al Hijo natural
de Dios” (S. Tomás). Nótese aquí la necesidad de la
filiación divina,
cuyo sello es la fe. La Ley solamente preparaba para
Cristo, pero no supo proporcionar en ningún momento
la injerción en un tronco divino. El Antiguo
Testamento no conocía la grandiosa idea del Cuerpo
Místico, porque este misterio, reservado para la
revelación de S. Pablo, estaba escondido desde toda
la eternidad, aun para los ángeles. Cf. Ef. 3, 9
ss.; Col. 1, 25 ss. y notas.
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