Nahúm |
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Nahúm
vivió en el siglo VII a. C.; según la tradición judía, bajo
el rey Manasés (693-639), o quizá Josías (638-608), y
profetizó contra Nínive, capital del reino de los asirios.
Fuera de este oráculo no poseemos nada de su actividad
profética, la cual está colocada entre la de Isaías, de
quien cita varios pasajes (cf. 1, 4=Isaías 33, 9; 1, 15 =
Isaías 52, 7; 3, 5 = Isaías 47, 3 y 9); y la de Jeremías
que, a ¡a inversa, cita a nuestro profeta (cf. 1, 13 =
Jeremías 30, 8; 3, 5, 13, 17 y 19 = Jeremías 13, 12 ss; 50,
37; 51, 30, etc.).
Lo
único que acerca de la vida de Nahúm indica la Sagrada
Escritura (Nahúm 1,1) es el lugar de su nacimiento, pues lo
llama elcesco (7, 1), es decir, de Elkosch, situada, según
unos, en Galilea, según otros en Judea, y cuyas ruinas se
veían allí todavía en tiempos de San Jerónimo. Menos fundada
es la opinión de que naciera en Alkosch, situada cerca de
Mosul, donde los nestorianos veneran su sepulcro.
Como Abdías se consagró esencialmente a anunciar la ruina de
los idumeos, hijos de Esaú y enemigos envidiosos de Israel,
aunque hermanos suyos según la carne, así el fin de la
profecía de Nahúm es prevenir a sus lectores contra la
poderosa capital asiria, y darles la seguridad de que será
destruida la que un día pareció realizar la hazaña —única
entre los pueblos gentiles— de convertirse al Dios de Israel
(cf. Jonás 3) para caer luego en la apostasía y ser su más
terrible enemiga (1, 11 y nota). En tal sentido las
profecías de Nahúm y Jonás son correlativas, y cada una
releva la gran importancia de la otra en el plan divino. En
tiempo de Nahúm, Nínive había ya llevado cautivas a las diez
tribus del norte (Israel) en 121, y amenazaba orgullosamente
a Jerusalén bajo Senaquerib (IV Reyes 18, 15 s.), a cuya
invasión de Judea, milagrosamente frustrada por un ángel
(cf. Isaías 36-37), parecería aludir Nahúm en 1, 12 s.
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