Esta Carta no contiene ninguna noticia o exhortación
personal, ni parece responder a problemas o peligros
concretos, como el resto de las Cartas de Pablo. En los
saludos finales no se nombra a nadie en particular, y muchos
manuscritos antiguos omiten el nombre de los destinatarios.
Tales indicios hacen suponer fundadamente que esta Carta es
una especie de "encíclica" enviada por Pablo a las Iglesias
de la provincia romana de Asia, y que sólo más tarde, a
comienzos del siglo II, se señaló a la Iglesia de Éfeso como
destinataria de la misma.
En ella el Apóstol retoma, con mayor amplitud y en forma más
ordenada, los temas esenciales de la Carta a los Colosenses.
Pero a pesar de las numerosas semejanzas, el pensamiento
evoluciona de una Carta a otra, de tal manera que las mismas
expresiones adquieren, según el caso, matices diversos. No
es improbable que un discípulo de Pablo haya intervenido en
la redacción de esta Carta. Así se explicarían ciertas
particularidades de su estilo y de su composición.
La CARTA A LOS EFESIOS es una contemplación del plan de Dios
realizado en Jesucristo y en la Iglesia, con la consiguiente
exhortación a llevarlo a la práctica en todos los actos de
la vida. Pablo pone de relieve la función "cósmica" de
Cristo, su dominio sobre las potestades angélicas y su
soberanía sobre todo el universo (1. 20-21). La Iglesia es
presentada como instrumento de Cristo en su obra salvífica
que se extiende a toda la creación: ella es el Cuerpo y la
plenitud de Cristo (1. 22-23), donde judíos y paganos se
reúnen para formar un solo Pueblo de Dios (2. 14-18); y es
también el Templo, que tiene como "piedra angular" al mismo
Jesucristo, y que se va edificando por la acción del
Espíritu Santo (2. 19-22).
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