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El segundo libro de los MACABEOS no es la
continuación del primero, sino en parte paralelo a él,
ya que se refiere a los mismos acontecimientos del
período comprendido entre el 175 y el 160 a. C., tomados
de un poco más atrás y relatados en un estilo diferente.
Como lo señala su autor (2. 23), él se limitó a resumir
una obra mucho más extensa, redactada en cinco volúmenes
por Jasón de Cirene, un ferviente judío de sólida
formación helenista. Todo parece indicar que este
resumen se llevó a cabo en Alejandría, poco después del
124 a. C.
Este Libro pertenece a un género literario muy difundido
en aquella época, denominado "historia dramática" o
"patética", en el cual la narración de los hechos
históricos se convierte en un medio para conmover,
entusiasmar o edificar al lector. Eso explica el empleo
de ciertos recursos "efectistas", destinados a suscitar
la adhesión o la repulsa, como son el lenguaje
declamatorio y ampuloso, los epítetos hirientes, el tono
mordaz con que se trata a los adversarios y la acentuada
predilección por los elementos maravillosos.
A lo largo de toda su obra, que es una especie de
"panegírico religioso", el autor trata de inculcar el
amor y la devoción hacia el Templo de Jerusalén, centro
de la vida del Pueblo judío. Esta idea ya está presente
en las "Cartas" que figuran al comienzo del Libro e
imprime su sello al plan que ha guiado la composición
del mismo. De hecho, la historia relatada en él se
desarrolla en cinco actos centrados alrededor del
Templo, y al final del Libro se deja clara constancia de
que para Judas y sus hombres "lo primero y principal era
el Templo consagrado" (15. 18).
La forma explícita con que este Libro afirma la
resurrección de los muertos y la claridad con que
destaca el valor de la oración por los difuntos y de la
intercesión de los mártires, le han merecido una
especial acogida por parte de la Iglesia
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