2 Macabeos |
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15 |
I. Antes del levantamiento de los macabeos
Traición del prefecto del Templo
1*En
el tiempo que la Ciudad Santa gozaba de una plena paz, y
que las leyes se observaban muy exactamente por la
piedad del pontífice Ornas, y el odio que tenía a la
maldad; 2nacía de esto que aún los mismos
reyes y príncipes honraban sumamente aquel lugar, y
enriquecían el Templo con grandes dones; 3*de
manera que Seleuco, rey de Asia, costeaba de sus rentas
todos los gastos que se hacían en los sacrificios.
4En medio de esto, Simón, de la tribu de Benjamín,
y creado prefecto del Templo, maquinaba con ansia hacer
algún mal en esta ciudad; pero se le oponía el Sumo
Sacerdote. 5Viendo que no podía vencer a
Onías, pasó a verse con Apolonio, hijo de Tarseas, que
en aquella sazón era gobernador de Celesiria y de
Fenicia, 6y le contó que el erario de
Jerusalén estaba lleno de inmensas sumas de dinero, y de
riquezas en general, las cuales no servían para los
gastos de los sacrificios; y que se podría hallar medio
para que todo entrase en poder del rey.
El rey encarga a Heliodoro robar el tesoro del Templo
7Habiendo
Apolonio dado cuenta al rey respecto del dinero que a él
le había sido denunciado, llamó el rey a Heliodoro, su
ministro de hacienda, y le envió con orden de
transportar todo el dinero referido. 8Heliodoro
se puso luego en camino con el pretexto de ir a recorrer
las ciudades de Celesiria y Fenicia, mas en realidad
para poner en ejecución el designio del rey. 9Habiendo
llegado a Jerusalén, y sido bien recibido en la ciudad
por el Sumo Sacerdote, le declaró a éste la denuncia que
le había sido hecha de aquellas riquezas, y le manifestó
que éste era el motivo de su viaje; preguntándole luego
si verdaderamente era la cosa como se le dijo.
10*Entonces
el Sumo Sacerdote le representó que aquéllos eran unos
depósitos y alimentos de viudas y huérfanos; 11*y
que entre lo que había denunciado el impío Simón había
una parte que era de Hircano Tobías, varón muy eminente,
y que el todo eran cuatrocientos talentos de plata, y
doscientos de oro; 12*que
por otra parte de ningún modo se podía defraudar a
aquellos que habían depositado sus caudales en un lugar
y templo honrado y venerado como sagrado por todo el
universo. 13Mas Heliodoro, insistiendo en las
órdenes que llevaba del rey, repuso que de todos modos
se había de llevar al rey aquel tesoro.
Heliodoro penetra en el Templo
14En
efecto, en el día señalado entró Heliodoro para ejecutar
su designio, con lo cual se llenó de consternación toda
la ciudad. 15*Y
los sacerdotes, revestidos con las vestiduras
sacerdotales, se postraron por tierra ante el altar, e
invocaban a Aquel que está en el cielo, y que puso la
ley acerca de los depósitos, suplicándole que los
conservase salvos para los depositadores. 16Ninguno
podía mirar el rostro del Sumo Sacerdote sin que su
corazón quedase traspasado de aflicción; porque su
semblante y color demudado manifestaban el interno dolor
de su ánimo. 17La tristeza esparcida por todo
su rostro, y un temblor que se había apoderado de todo
su cuerpo, mostraban bien a los que le miraban, la pena
de su corazón.
18Salían
al mismo tiempo muchos a tropel de sus casas, pidiendo
con públicas rogativas que
(Dios) no permitiese que aquel lugar quedase expuesto al desprecio.
19Las mujeres, ceñidas hasta el pecho de
cilicios, andaban en tropas por las calles; y hasta las
doncellas mismas, que antes se quedaban en casa, corrían
unas adonde estaba Onías, otras hacia las murallas, y
algunas otras estaban mirando desde las ventanas;
20pero todas levantando al cielo sus manos,
dirigían allí sus plegarias. 21A la verdad,
era un espectáculo digno de compasión el ver aquella
confusa turba de gente, y al Sumo Sacerdote puesto en
tan grande conflicto. 22Mientras tanto éstos
por su parte invocaban al Dios Todopoderoso para que
conservase intacto el depósito de aquellos que se lo
habían confiado.
Heliodoro es castigado por un ángel
23Heliodoro
no pensaba en otra cosa que en ejecutar su designio; y
para ello se había presentado ya él mismo con sus
guardias a la puerta del erario. 24Mas el
espíritu del Dios todopoderoso se hizo allí manifiesto
con señales bien patentes, en tal conformidad, que
derribados en tierra por una virtud divina cuantos
habían osado obedecer a Heliodoro, quedaron como yertos
y despavoridos. 25Porque se les apareció
montado en un caballo un personaje de fulminante
aspecto, y magníficamente vestido, cuyas armas parecían
de oro, el cual acometiendo con ímpetu a Heliodoro le
pateó con los pies delanteros del caballo.
26Se
aparecieron también otros dos gallardos y robustos
jóvenes llenos de majestad, y ricamente vestidos, los
cuales poniéndose uno a cada lado de Heliodoro,
empezaron a azotarle cada uno por su parte, descargando
sobre él continuos golpes. 27*Con
esto, Heliodoro cayó luego por tierra envuelto en
oscuridad y tinieblas; y habiéndole tomado y puesto en
una silla de manos, le sacaron de allí.
28De
esta suerte, aquel que había entrado en el erario con
tanto aparato de guardias y ministros, era llevado sin
que nadie pudiese valerle; habiéndose manifestado
visiblemente el poder de Dios. 29Por un
efecto del divino poder, Heliodoro yacía sin habla, y
sin ninguna esperanza de vida. 30Por el
contrario, los otros bendecían al Señor, porque había
ensalzado con esto la gloria de su lugar; y el Templo
que poco antes estaba lleno de confusión y temor, se
llenó de alegría y regocijo luego que hizo ver el Señor
su omnipotencia.
Heliodoro es salvado por la oración de Onías
31Entonces
algunos amigos de Heliodoro rogaron con insistencia a
Onías que invocase al Altísimo, a fin de que concediese
la vida a Heliodoro, reducido ya a los últimos alientos.
32El Sumo Sacerdote, considerando que quizá
el rey podría sospechar que los judíos habían urdido
alguna trama contra Heliodoro, ofreció una víctima de
salud por su curación, 33y al tiempo que el
Sumo Sacerdote estaba haciendo la súplica, aquellos
mismos jóvenes, con las mismas vestiduras, poniéndose
junto a Heliodoro, le dijeron: “Dale las gracias al
sacerdote Onías, pues por amor de él te concede el Señor
la vida. 34Y habiendo tú sido castigado por
Dios, anuncia a todo el mundo sus maravillas y su
poder”. Dicho esto desaparecieron.
Heliodoro vuelve al rey confesando las maravillas de
Dios
35En
efecto, Heliodoro, habiendo ofrecido un sacrificio a
Dios, y hecho grandes votos a Aquel que le había
concedido la vida, y dadas las gracias a Onías,
recogiendo su gente se volvió para el rey. 36Y
atestiguaba a todo el mundo las obras del gran Dios, que
había visto él con sus propios ojos. 37Y como
el rey preguntase a Heliodoro quién sería bueno para ir
de nuevo a Jerusalén contestó: 38*“Si
tú tienes algún enemigo o quien atente contra tu reino,
envíale allá, y le verás volver desgarrado a azotes, si
es que escapare con vida; porque no se puede dudar que
reside en aquel lugar una cierta virtud divina. 39Pues
Aquel mismo que tiene su morada en los cielos, está
presente y protege aquel lugar, y castiga y hace perecer
a los que van a hacer allí algún mal”. 40*Esto
es, en suma, lo que pasó a Heliodoro, y el modo con que
se conservó el tesoro.
*
1.
Prescindiendo de las dos cartas introductorias,
ese libro se limita a un periodo de 16 años
(176-160 a. C), mientras que el primer libro
abarca los años 171-134. Onías III, Sumo
Sacerdote de 198 a 175. Véase 4, 1 ss.; 15, 12.
Cf. 2. 18; 5, 13.
*
3. Se
refiere a Seleuco IV Filopator (187-175
a. C.). hermano mayor y predecesor de Antíoco IV
Epífanes, de la familia de los Seléucidas, rey
de Asia y Siria, inclusive Palestina. Cf. Daniel
11, 20 y nota.
*
10. Como
aquí se ve, el Templo era como un banco y lugar
seguro, en que se guardaban los capitales de los
huérfanos y viudas y los fondos de beneficencia.
El abuso de esta benéfica institución es
estigmatizado por el mismo Jesucristo en Mateo
15, 5 s. y Marcos 7, 10 ss.
*
11. El
talento de plata pesaba 43,65 kg., el talento de
oro, 49,11 kg. Entre los griegos el talento
tenía solamente 26 kg.
*
12. Cf.
Deuteronomio 27, 19.
*
15 ss.
Hermoso ejemplo de celo sacerdotal. Nótese que
Dios no hace esperar su milagrosa intervención
(versículo 24 ss.). Lloren los sacerdotes y
ministros del Señor entre el atrio y el altar,
dice el profeta Joel, y exclamen: Perdona,
Señor, perdona a tu pueblo (Joel 2, 17). A la
oración el sacerdote debe unir el espíritu de
desinterés. El sacerdote desinteresado y
desprendido de los bienes de la tierra, atrae
las almas y las salva. Apacentad mis ovejas,
pero no las trasquiléis, es lo que Dios dice
tantas veces por boca de sus profetas.
*
27. Esta escena ha sido perpetuada por Rafael en
una pintura mural del Vaticano.
*
38. No falta la nota irónica como contraste en
este patético episodio.
*
40. San Ambrosio entresaca de este capítulo muy
serias reflexiones acerca de la injusticia que
cometen los que atentan contra lo que está
consagrado a Dios, el cual es como un
depositario de lo que ha de servir para su
culto, y para sustento y decencia de sus
ministros, y para alivio y consuelo de las
viudas, huérfanos y pobres. Véase Baruc 6, 27.
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