Jeremías |
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El
ejemplo de los recabitas
1Palabra
de Yahvé que Jeremías recibió en tiempo de Joakim, hijo de
Josías, rey de Judá: 2*“Anda
a la casa de los recabitas y habla con ellos, y llévalos a
la Casa de Yahvé, a una de las cámaras, y dales a beber
vino.” 3Tomé a Jaazanías, hijo de Jeremías, hijo
de Habasinías, y a sus hermanos y todos sus hijos, y toda la
familia de los recabitas; 4y los introduje en la
Casa de Yahvé, en la cámara de los hijos de Hanán, hijo de
Igdalías, varón de Dios, la que estaba junto a la cámara de
los príncipes, encima de la cámara de Maasías, hijo de
Sellum, guardián de la puerta; 5y puse ante los
hijos de la estirpe de los recabitas jarros y copas llenos
de vino, y les dije: “Bebed vino.”
6*Pero
ellos contestaron: “No bebemos vino; pues Jonadab, hijo de
Recab, nuestro padre, nos mandó: «Nunca jamás beberéis vino,
ni vosotros ni vuestros hijos. 7Tampoco
edificaréis casas ni haréis siembras, ni plantaréis viñas,
ni poseeréis (cosa alguna), sino que habitaréis en
tiendas durante toda vuestra vida, para que viváis largo
tiempo sobre la tierra en la cual sois peregrinos.» 8Hemos
obedecido la voz de Jonadab, hijo de Recab, nuestro padre,
en todo cuanto nos ha mandado, de modo que no bebemos vino
en todos nuestros días, ni nosotros, ni nuestras mujeres, ni
nuestros hijos, ni nuestras hijas; 9y no
edificamos casas de habitación; ni tampoco tenemos viñas, ni
campos, ni sementeras, 10sino que vivimos en
tiendas, obedeciendo a Jonadab, nuestro padre, y cumpliendo
todo cuanto él nos ha mandado. 11Mas cuando
Nabucodonosor, rey de Babilonia, invadió el país, nos
dijimos: Vámonos y retirémonos a Jerusalén ante el ejército
de los caldeos y ante el ejército de los sirios; y así
venimos a habitar en Jerusalén.”
La
infidelidad de Israel
12Entonces
fue dirigida a Jeremías esta palabra de Dios: 13
“Así dice Yahvé de los ejércitos, el Dios de Israel: Anda y
di a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén:
¿Por qué no tomáis ejemplo para obedecer mis palabras?, dice
Yahvé. 14*Se
cumplen las órdenes de Jonadab, hijo de Recab, que mandó a
sus hijos no beber vino, de modo que ellos no lo beben hasta
el día de hoy, pues obedecen el precepto de su padre; y Yo
os he hablado con tanta solicitud, y no me habéis escuchado.
15Con la misma solicitud y sin cesar os he
enviado a todos mis siervos los profetas, para deciros:
«Convertíos cada cual de su mal camino, y enmendad vuestra
conducta, y no vayáis tras otros dioses dándoles culto, para
que habitéis la tierra que di a vosotros y a vuestros
padres», pero no hicisteis caso ni me escuchasteis. 16Por
cuanto los hijos de Jonadab, hijo de Recab, han observado el
precepto que su padre les había dado, y este pueblo, empero,
no me ha obedecido a Mí, 17por eso, así dice
Yahvé, el Dios de los ejércitos, el Dios de Israel: He aquí
que haré venir sobre Judá y sobre los habitantes de
Jerusalén todas las calamidades que les he anunciado; pues
les he hablado, y no han escuchado; los he llamado, y no han
respondido.”
18Y
dijo Jeremías a la casa de los recabitas: Así dice Yahvé de
los ejércitos, el Dios de Israel: “Porque habéis obedecido
el precepto de Jonadab, vuestro padre, y habéis observado
todas sus órdenes, haciendo todo cuanto él os mandó, 19por
eso, así dice Yahvé de los ejércitos, el Dios de Israel:
Nunca faltarán a Jonadab, hijo de Recab, varones que me
sirvan todos los días.”
*
2. Los
recabitas eran de descendencia madianita, del
linaje de Jetró, suegro de Moisés. Se distinguían
por el celo con que conservaban las costumbres
antiguas y
el culto de Yahvé. Su modo de vivir recordaba
la sencillez del pueblo judío bajo Moisés en el
desierto, pues renunciaban a casas, a las bebidas
alcohólicas, a las comodidades en la manera de
vivir, y al cultivo de campos y viñas, etc. Véase
Levítico 23, 34; IV Reyes 10, 15 ss. y nota; I
Paralipómenos 2, 55.
*
6.
Jonadab, nuestro padre:
“Éste es,
dice San Jerónimo, aquel Jonadab, hijo de Recab, de
quien se lee en el Libro de los Reyes que subió al
coche con Jehú (IV Reyes 10, 15), e hijos suyos son
los que, morando en los tabernáculos, a la postre,
por la invasión del ejército de los caldeos fueron
forzados a retirarse a Jerusalén; y ésta fue la
primera cautividad, que dicen que sufrieron. Porque
después de haber gozado de la libertad que hay en la
soledad, fueron encerrados en la ciudad como en una
cárcel.” El Doctor Máximo escribe estas palabras a
San Paulino y agrega: “Os ruego mucho que, porque
estáis atado con el vínculo de vuestra santa hermana
(esposa) y no camináis con paso del todo libre;
dondequiera que viváis, siempre huid de la
muchedumbre de los hombres, de sus cumplimientos,
visitas y convites como de unas cadenas de deleite.”
De la misma manera nos enseña San Pablo que nuestra
habitación está en el cielo (II Corintios 5, 1 ss.,
texto aludido en el Prefacio de Difuntos), por lo
cual allí ha de estar también nuestra conversación
(Filipenses 3, 20) donde se encuentra el Salvador
cuya venida esperamos (Colosenses 3, 1 ss.). Nuestra
vida debe ser un tránsito por el desierto, en
tiendas de campaña, según el ejemplo de Abrahán que
nos presenta el mismo Apóstol (Hebreos 11, 8 s.).
*
14 ss.
Notemos los celos doloridos con que Dios se ve menos
obedecido que los hombres. San Pablo usa esta misma
comparación en Hebreos 12, 9. Cf. Isaías 48, 8 s. y
nota. Convertíos cada cual de su mal camino:
Véase 3, 14 y nota. Sobre este importantísimo tema
escribe Bossuet: “El pecador que difiere su
conversión porque cuenta con el tiempo, trata de
engañarse, y el tiempo pasa rápidamente, porque,
aunque eternamente varía, casi siempre presenta el
mismo aspecto. Sólo largos años descubren su
impostura. La debilidad, las canas, la alteración
visible del temperamento, nos fuerzan a notar que
una gran parte de nuestro ser se ha hundido y
aniquilado, pero el tiempo, para engañarnos no nos
despoja sino poco a poco; nos lleva tan dulcemente a
los extremos opuestos, que llegamos a ellos sin
pensarlo. Así es que la malignidad del tiempo hace
correr insensiblemente la vida; y no pensamos en
nuestra conversión. Caemos de repente y sin creerlo
en los brazos de la muerte, y sólo sentimos nuestro
fin cuando lo tocamos.”
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