Jeremías |
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El
profeta llora la ruina de su pueblo
1¡Quién
diera que mi cabeza
fuera (un manantial de) agua,
y
mis ojos fuente de lágrimas,
para llorar día y noche
los
muertos de la hija de mi pueblo!
2*
¡Ojalá tuviera yo en el desierto un albergue de caminantes,
para retirarme de mi pueblo, y alejarme de ellos!
Pues todos son adúlteros,
una
ralea de traidores.
3
“Entesan su lengua como un arco;
se
han hecho poderosos en la tierra para decir mentiras,
mas
no la verdad;
corren de maldad en maldad,
y a
Mí no me conocen, dice Yahvé.
4*Guárdese
cada uno de su amigo,
y
ninguno se fíe de su hermano;
porque todo hermano urde insidias,
y
todo amigo anda calumniando.
5Unos
a otros se engañan,
y
no dicen la verdad;
tienen avezada su lengua a hablar mentiras;
se
fatigan obrando el mal.
6*Tú
vives rodeado de mala fe;
por
su mala fe no quieren conocerme,”
dice Yahvé.
7Por
eso, así dice Yahvé de los ejércitos:
“Voy a acrisolarlos, voy a probarlos.
Pues ¿qué otra cosa puedo hacer con la hija de mi pueblo?
8Flecha
mortífera es su lengua,
habla solamente para engañar;
con
su boca hablan de paz a su prójimo,
mas
en su interior le arman asechanzas.
9Y
Yo ¿no he de castigarlos por estas cosas?, dice Yahvé;
¿acaso no tomaré venganza de un pueblo tal?”
10*Me
pondré a llorar y gemir sobre los montes,
haré lamentación por los pastos de la estepa,
porque han sido abrasados
y
nadie transita por ellos;
no
se oye ya la voz del ganado;
desde las aves del cielo hasta las bestias,
todos han huido, han desaparecido.
11Convertiré
a Jerusalén en montón de ruinas,
en
albergue de chacales;
y a
las ciudades de Judá en despoblado sin moradores.
12¿Quién
es el hombre sabio que entienda esto,
al
cual hable la boca de Yahvé
a
fin de que declare por qué perece la tierra
y
está abrasada como el desierto,
sin
que nadie transite por ella?
13Yahvé
lo ha dicho: “Porque han dejado mi Ley, que Yo puse delante
de ellos, y no han escuchado mi voz, ni procedieron según
ella, 14*sino
que siguieron su corazón obstinado, y los Baales, que les
enseñaron sus padres.” 15*Por
eso, así dice Yahvé de los ejércitos, el Dios de Israel: “He
aquí que a este pueblo le daré para comida ajenjo, y para
bebida, agua de hiel. 16Y los esparciré por entre
las naciones, que ellos no conocieron, ni ellos ni sus
padres; y tras ellos enviaré la espada, hasta consumirlos.”
Lamentaciones del pueblo
17*Así
dice Yahvé de los ejércitos:
Atended, y llamad a las plañideras, para que vengan;
enviad por las más diestras (en el duelo);
18que
vengan de prisa
y
alcen sobre nosotros sus lamentos;
derramen lágrimas nuestros ojos,
y
nuestros párpados manen agua.
19Porque
voz de llanto se oye desde Sión:
“¡Cómo hemos sido desolados!
Cubiertos de vergüenza dejamos el país
porque han derribado nuestras casas.”
20Oíd,
pues, oh mujeres, la palabra de Yahvé,
y
perciba vuestro oído lo que dice su boca.
Enseñad a vuestras hijas lamentaciones,
y
cada cual a su compañera endechas.
21*Pues
la muerte sube por nuestras ventanas,
y
penetra en nuestros palacios,
exterminando a los niños en las calles,
y a
los jóvenes de en medio de las plazas.
22Así
dice Yahvé:
“Los cadáveres de hombres yacerán
como estiércol sobre el campo,
y
como el manojo que queda tras el segador,
sin
que nadie (los) recoja.”
La
verdadera gloria consiste en conocer a Dios
23*Así
dice Yahvé:
“No
se gloríe el sabio de su sabiduría,
no
se gloríe el poderoso de su poder,
no
se gloríe el rico de sus riquezas.
24*El
que se gloría gloríese en esto:
en
tener inteligencia y conocerme a Mí,
que
Yo soy Yahvé, que hago misericordia,
derecho y justicia en la tierra;
porque estas son las cosas
en
que me complazco, dice Yahvé.”
25*He
aquí que vienen días, dice Yahvé, en que castigaré a los
circuncisos como a los incircuncisos: 26*a
Egipto, a Judá, a Edom, a los hijos de Ammón, a Moab, a
todos los que se rapan las sienes y viven en el desierto;
porque todos los gentiles son incircuncisos, pero toda la
casa de Israel es incircuncisa de corazón.
*
2. El santo
profeta está tan sumido en dolor que no cree poder
vivir más entre los hombres, por lo cual intenta
huir a la soledad para entregarse a la aflicción de
su corazón. Cf. Salmo 54, 8 y notas.
*
4. En 17, 5
ss. Jeremías insiste sobre esta saludable
desconfianza en los hombres, que Jesús nos inculca
repetidas veces en el Evangelio (Juan 2, 24 s.).
*
6 s. Dios probará a su
pueblo enviándole castigos tremendos, a causa de lo
que explica en el versículo 6. Jesús dice lo mismo
en Juan 3, 19. Véase Isaías 48, 10; Zacarías 13, 9.
*
10. Siguen
más detalles sobre la ruina completa del pueblo
rebelde, cuyos merecidos infortunios provocan en el
profeta este amargo llanto, que es una
característica del dolor de Jeremías, empeñado
siempre, como Moisés, en interponerse entre su amado
pueblo y la justa ira de Dios.
*
14.
Siguieron su corazón obstinado: Dios abandona al
pecador en manos del demonio que lo esclaviza
(Romanos 7, 14). El pecado mortal, dice San Ignacio
de Antioquía, es un germen de Satanás que transforma
al hombre en demonio. “Quien comete pecado, del
demonio es; porque el demonio desde el principio
continúa pecando.”
*
15.
Ajenjo: castigos amargos. Siembran viento y
siegan tempestad, dice Oseas (8, 7). El que siembra
la iniquidad, recogerá males, dicen los Proverbios,
y será destrozado con la vara de su furor (22, 8).
Cf. 23, 15; Job 4, 8 s.; Salmo 36, 35 s.; 74, 9:
Isaías 51, 17-22; Ezequiel 23, 31 ss.; Oseas 10, 13;
Apocalipsis 14, 10; 16, 19.
*
17. Las
plañideras: mujeres que ejercían el oficio de
llorar por el muerto y elogiarlo con canciones. En
la caída de Jerusalén habrá que llamar a las más
diestras en llorar porque el luto no tendrá límites.
*
21. La
muerte sube por nuestras ventanas, es decir,
entra por las ventanas. “Trata el profeta de una tal
devastación de las vidas humanas, que la muerte
penetrará como por asalto en las viviendas. Será
legítima la aplicación a la vida moral si se refiere
el texto a la multiplicidad de formas con que el
pecado puede hacer presa en nosotros” (Cardenal
Gomá, Biblia y Predicación p. 274).
*
23. Notemos
que Dios no nos prohíbe gloriarnos en absoluto. Esta
admiración del propio ideal es una necesidad del
espíritu humano, y Jeremías nos enseña aquí que hay
un objeto legítimo en qué fundar nuestra gloría, y
es el conocimiento del corazón de Dios, como dueño
de la misericordia y fuente de nuestra
justificación. San Pablo nos ofrece igualmente un
objeto de gloria en la Cruz redentora de Cristo.
Véase Gálatas 2, 20 s.; 6, 14.
*
24. El
que se gloria, gloríese en... conocerme a Mí:
Hoy día hay muchos que se glorían de no conocer a
Dios. El prestigio exagerado que se ha atribuido a
la inteligencia, por encima de la rectitud y bondad,
hace que aún los más ignorantes afecten ciencia, y
se avergüencen de ser hallados sin ella. Pero este
rubor se convierte en lo contrario cuando se trata
de Dios: se vuelve respeto humano
(cf. Eclesiástico 4, 25 y nota), y entonces, los
hombres se glorían de su ignorancia, con el
agravante que éstos no son ya los tontos, sino los
intelectuales, como aquel cuyo epitafio decía que
salió de este mundo sin haberse preguntado nunca
para qué había entrado en él. Y sin embargo, existe
en muchos la preocupación por el misterio del más
allá. Pero entonces lo buscan, o por el orgullo
racionalista de una falsa filosofía, o por los
mayores absurdos de la superstición, mostrando así
cuan fuerte es en el hombre la sed del misterio (cf.
Amós 8, 11 y nota). Todo lo investigan así, con
curiosidad insaciable; todo, menos la Palabra de
Dios, confirmada por el único Hombre que afirmó
haber bajado del cielo (Juan 6, 33, 38, 42).
¡Ceguera, siempre diabólica, deformación mental y
espiritual! Jesús la explica en dos palabras,
diciendo: sus obras son malas, y el que obra mal
odia la luz (Juan 3, 19 ss.). Sólo se librarán los
sinceros, los que busquen rectamente la verdad,
dispuestos a abrazarse con ella. Así lo enseña
también Jesús (véase Juan 7, 17 y nota). Tal fue el
caso de San Justino, en cuya Misa se lee I Corintios
1, 18 ss. para mostrar que él se desengañó, como San
Pablo, de todas las sabidurías humanas, cuando
descubrió la divina Palabra. Tal suele ser aún hoy
el de tantos convertidos que, como dice Chesterton,
encuentran finalmente, en la capillita de la
esquina, lo que habían ido a buscar en la vuelta al
mundo. Que hago misericordia: “Sabemos de
cierto que Dios es infinitamente misericordioso e
infinitamente justo, y que usa de la misericordia y
de la justicia con soberana libertad y sin salirse
en nada de la sabiduría. Si al buen Ladrón se le
otorgó la gracia de la buena muerte, dice San
Agustín, cosa fue de la misericordia divina. Si al
mal Ladrón no le fue concedida gracia semejante,
cosa fue de la justicia” (Garrigou-Lagrange).
*
25. Los circuncisos como los incircuncisos: Precisamente por la
circuncisión los judíos se creían santos y exentos
del castigo, pero vivían como los incircuncisos
(Romanos 2, 25). ¡Cuidemos de que nuestro bautismo
no sea una simple fórmula como aquella circuncisión!
Véase Romanos 6, 4.
*
26. Que se rapan las sienes, es decir, que se cortan el cabello
según cierto rito pagano. A los israelitas les
estaba prohibida tal costumbre supersticiosa. Cf.
25, 23; 49, 32; Levítico 19, 27; 21, 5. Para los
cristianos, véase lo que enseña San Pablo en I
Corintios 11, 14 s.
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