Iglesia Remanente

Salmo 8

       

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La gloria de Dios en la Creación

1*Al maestro de coro. Sobre el ghittit (los lagares). Salmo de David.

2*¡Oh Yahvé, Señor nuestro,

cuán admirable es tu Nombre

en toda la tierra!

Tú, cuya gloria cantan los cielos,

3*te has preparado la alabanza

de la boca de los pequeños

y de los lactantes,

para confundir a tus enemigos

y hacer callar

al adversario y al perseguidor.

4Cuando contemplo tus cielos,

hechura de tus dedos,

la luna y las estrellas

que Tú pusiste en su lugar...

5¿Qué es el hombre para que Tú lo recuerdes,

o el hijo del hombre

para que te ocupes de él?

 

6*Tú lo creaste poco inferior a Dios,

le ornaste de gloria y de honor.

7Le diste poder sobre las obras de tus manos,

y todo lo pusiste bajo sus pies:

8*las ovejas y los bueyes todos,

y aun las bestias salvajes,

9las aves del cielo y los peces del mar,

y cuanto surca las sendas del agua.

10Oh Yahvé, Señor nuestro,

¡cuán admirable es tu Nombre en toda la tierra!



* 1. El título de “los lagares” podría indicar que este Salmo había de cantarse en la fiesta de la vendimia o Tabernáculos. Según otros: para el instrumento ghittit (cf. Salmo 80, 1 y nota) o según la melodía de los geteos, habitantes de Get, ciudad de Filistea. Para otros, los lagares tiene el sentido de vendimia y pertenece al Salmo anterior que anuncia el juicio de las naciones. Cf. Salmo 7, 7 ss. y nota. El tema del Salmo es la grandeza de Dios y la nada del hombre, no obstante lo cual, al crearlo, le dio la realeza sobre todas las cosas. En sentido más alto lo acomoda San Pablo a Cristo, Rey y cabeza de la humanidad redimida.

* 2. ¡Cuán admirable! ¡Y cuan poco lo admiramos no obstante que Él ha derrochado magnificencia en la naturaleza! (cf. Salmo 103 y notas). ¿Cuántos se detienen a admirar los crepúsculos o las estrellas, más sublimes que las montañas o el mar? Jesús fue profetizado con el nombre de “Admirable” (Isaías 9, 6). Y así se presentará, según San Pablo, cuando aparezca en gloria y majestad (II Tesalonicenses 1, 10) como en la Transfiguración (Marcos 9, 1). Cantan los cielos, etc.: Texto corrupto, diversamente entendido. Algunos vierten como la Vulgata: Rebasa los cielos; y así es como San Agustín lo aplica alegóricamente a la Ascensión del Señor.

* 3. De la boca, etc.: Véase Mateo 21, 16. “Como si dijese: la gloria y majestad del Creador ha sido estampada en el sol y en todos los seres creados, con letras tan claras y patentes, que hasta los niños y lactantes saben leerlas” (Ubach). Y esto “confunde a los enemigos de Dios”, mostrando que están cegados por la soberbia. Cf. Romanos 1, 18-20. En efecto sólo aquellos que conservan el espíritu de niño, la infancia espiritual, comprenden la sabiduría de la Creación: “Te glorifico, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeñuelos.” (Mateo 11, 25).

* 6 s. Alude, claro está, al hombre antes de la caída (cf. Sabiduría 2, 24 y nota). A Dios: Los LXX dicen: a los ángeles, y San Pablo, en Hebreos 2, 6 ss., refiere estas palabras a Jesucristo, tomando un poco en sentido temporal, para indicar la humillación del Verbo encarnado (Filipenses 2, 7), y mostrar luego que Dios ha coronado al Hijo de gloria y honor, constituyéndole Rey de todas las cosas (Salmo 9 a, 8 ss.; I Corintios 15, 25; Hebreos 2, 8).

* 8. Compárese Génesis. 1, 28 (sobre Adán) con Job 39, 9; y véase Génesis 3, 18; Sabiduría 10, 2 y nota. Grande fue, pues, la decadencia del hombre en el orden natural, y mayor aún en el sobrenatural, de modo que el II Concilio Arausicano (Denz. 174-200) declaró que el hombre “de suyo sólo tiene pecado y mentira”. Con todo, gracias a los méritos de Cristo nuestro Salvador, los que creen en Él con fe viva nacen de nuevo en el Bautismo (cf. Juan 1, 13; 3, 3; I Pedro 1, 23; Romanos 6. 4) y en sentido sobrenatural llegan a ser, mucho más que Adán, verdaderos hijos de Dios (I Juan 3, 1), partícipes de la naturaleza divina (II Pedro 1, 4) como el Nuevo Adán (I Corintios 15, 45) y llamados a su mismo amor (Juan 17, 23 y 26) y a su misma gloria (II Pedro 1, 2).