Salmo 39 |
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* (Alef 1-8) (Bet 9-16) (Guimel 17-24) (Dalet 25-32) (He 33-40) (Vau 41-48) (Zain 49-56) (Het 57-64) (Tet 65-72) (Yod 73-80) (Caf 81-88) (Lamed 89-96) (Mem 97-104) (Nun 105-112) (Samec 113-120) (Ayin 121-128) (Pe 129-136) (Sade 137-144) (Qof 145-152) (Resch 153-160) (Sin 161-168) (Tau 169-176)
Oblación de Cristo al Padre
1*Al maestro de coro. Salmo de David.
2Esperé
en Yahvé,
con esperanza sin reserva,
y Él se inclinó hacia mí
y escuchó mi clamor.
3*Me
sacó de una fosa mortal,
del fango cenagoso;
asentó mis pies sobre roca
y dio firmeza a mis pasos.
4Puso
en mi boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Muchos verán esto,
y temerán y esperarán en Yahvé.
5*Dichoso
el hombre
que ha puesto su esperanza en Yahvé,
sin volverse hacia los arrogantes
y los apóstatas impostores.
6*Oh
Yahvé, Dios mío,
Tú has multiplicado
tus hazañas maravillosas,
y nadie puede compararse a Ti,
por tus planes en favor nuestro.
Yo quisiera anunciarlos y proclamarlos,
pero su número excede a todo cálculo.
7*Tú
no te has complacido
en sacrificio ni ofrenda,
sino que me has dado oídos;
holocausto y expiación
por el pecado no pides.
8Entonces
he dicho:
“He aquí que vengo.”
En el rollo del libro me está prescrito
9hacer
tu voluntad;
tal es mi deleite, Dios mío,
y tu Ley está en el fondo de mi corazón.
10*He
proclamado tu justicia
en la grande asamblea;
no contuve mis labios;
Tú, Yahvé, lo sabes.
11*No
he tenido escondida tu justicia
en mi corazón,
publiqué tu verdad y la salvación
que de Ti viene;
no oculté a la muchedumbre
tu misericordia y tu fidelidad.
12*Tú,
Yahvé, no contengas
para conmigo tus piedades;
tu misericordia y tu fidelidad
me guarden siempre.
13*Ahora
me rodean males sin número,
mis culpas se precipitan sobre mí,
y no puedo soportar su vista.
Son más numerosas,
que los cabellos de mi cabeza,
y mi corazón desmaya.
14Plegue
a Ti, Yahvé, librarme;
apresúrate, Señor, a ayudarme.
15Confundidos
sean y avergonzados
todos los que buscan mi vida
para perderla;
retrocedan y cúbranse de ignominia
los que se deleitan en mis males.
16Queden
aturdidos de vergüenza
esos que me dicen: “aja, aja”.
17*Pero
salten de gozo
y alégrense en Ti
todos los que te buscan;
y los que quieren la salvación
que de Ti viene
digan siempre: “Grande es Yahvé.”
18*En
cuanto a mí, soy pobre y miserable;
pero el Señor cuida de mí.
Mi amparo y mi libertador eres Tú;
¡Dios mío, no tardes!
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1. Sacado de un gran peligro, entona el santo
rey este himno para contar las maravillas del
auxilio de Dios y pedir nuevas gracias en sus
tribulaciones. Como el 37, aplicado a los
dolores de Cristo por San Gregorio, Belarmino,
etc., este Salmo es mesiánico en sentido típico
(Knabenbauer, Calès, etc.), es decir: la oración
y los actos del salmista, aunque no haya en
ellos nada que no pueda aplicarse directamente a
él, son una elocuente figura de los de Cristo, y
especialmente de su misión evangélica en los
versículos 7-11, de la Pasión redentora
(versículos 12-18). San Pablo cita los primeros
en Hebreos 10, 5-10, según los LXX que, en vez
de: me has
dado oídos (versículo 7), dicen:
me has
dado un cuerpo, y de ahí que él aplique a la
oblación de Cristo este pasaje que aquí se
refiere más directamente a su obediencia y su
predicación. “Contienen estos versículos un
pensamiento interesantísimo, que es el tema del
primer sermón de Isaías (1, 2) contra la falsa
piedad de Judá. El sacrificio que Dios desea no
es el de los becerros, sino el de la voluntad,
con la perfecta obediencia a su Ley. Esto se
realizó plenísimamente en Cristo... y en este
aspecto el Salmo es mesiánico” (Nácar-Colunga).
*
3. Maravillas de la oración: por ella Dios nos
levanta del cieno (Salmo 112, 7) para elevarnos
más que antes de la prueba (Lucas 7, 47;
Santiago 1, 12; I Pedro 1, 7). Entonces nos
enseña el
cántico nuevo (versículo 4) de la gratitud
que dilata los corazones (Salmo 118, 32), y aun
hace que otros se edifiquen con los favores que
Él obró en nuestra alma (Mateo 5, 16).
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5. No se alude aquí al que busca simplemente las
cosas vanas e ídolos (cf. el texto Vulgata),
sino al que, por tener fe en los hombres
(Jeremías 17, 5), cae fácilmente en manos de
lobos con piel de oveja (Mateo 7, 15 y nota).
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6. Excede,
etc.: Cf. Salmo 138, 17 s.; Isaías 55,9, etc.
Santo Tomás, en el himno Lauda Sion, expresa
esta misma ansia impotente de cantar en forma
digna las maravillas del Salvador, diciendo al
lector: “Atrévete cuanto puedas: nunca lo
alabarás bastante porque Él es superior a toda
alabanza.”
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7 ss. Junto al ansia de alabar (versículo 6), el
corazón agradecido de David siente la de ofrecer
a Yahvé algo que le muestre su gratitud (cf.
Salmo 115 b, 3 s.; I Paralipómenos 21, 24;
Levítico 7, 12 s.). Pero él sabe bien, como en
Salmos 49, 8-14; 50, 18, etc., que no es eso lo
que agrada a Dios sino la fidelidad de nuestra
adhesión a Él (cf. Mateo 26, 39). “No es
conforme a la santidad de Dios y a sus designios
que se inunde de víctimas el Templo, manteniendo
las costumbres en oposición a la Ley” (Manresa).
Ahora bien, hay un
“rollo”
(versículo 8) —que San Roberto Belarmino
identifica con la “suma de las Sagradas
Escrituras”— donde Él nos muestra con sus
propias palabras lo que verdaderamente le agrada
y cuál es su voluntad (cf. Salmo 4, 6; Sabiduría
9, 10 y notas; I Reyes 15, 22; Isaías 1, 10 ss.;
Oseas 6, 6; Miqueas 6, 6 ss., etc.): Por eso es
que nos
“ha dado oídos”, es decir, un órgano
horadado, abierto, para recibir sus palabras
(cf. Isaías 50, 5 y nota; Deuteronomio 6, 4;
Jeremías 7, 23 ss.; Hebreos 1, 1 s.; Apocalipsis
1, 3). “He
aquí que vengo” (versículo 8), o sea: te
ofrecería aquellos sacrificios si Tú los
quisieras (cf. versión Ubach y Knabenbauer), mas
como no es eso lo que te agrada, heme aquí
simplemente deseoso de
hacer tu
voluntad tal como está en tu Libro, poniendo
en tu Ley mi deleite y guardándola en lo más
íntimo de mi corazón (versículo 9; cf. Salmo 36,
31; 118, 11 y passim). En vez de:
es mi
deleite, Vaccari vierte hermosamente el
versículo 9a:
hacer tu gusto, oh Dios mío, mi amado. En Hebreos 10, 5 ss. (véase
allí la nota) San Pablo hace una sublime
aplicación de estos versículos, tomados de los
LXX, al Verbo Encarnado, siendo, como dice
Vaccari, “apropiados a Jesucristo venido a la
tierra para hacer la voluntad de su divino
Padre. Cf. Juan 4, 34; 6, 38”. Vemos así como la
Encarnación fue espontánea, hecha por amor al
Padre cuyo Nombre ansiaba dar a conocer
(versículo 10; Juan 1, 18; 17, 4, 6 y 26), como
había de ser también espontánea su oblación
(Juan 10, 18 y nota; Isaías 53. 7; Filipenses 2,
8) por su pueblo y por nosotros todos (Juan 11,
51 s.; Efesios 5, 2) y por cada uno en
particular (Gálatas 2, 20).
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10. Véase Salmo 16, 4 y nota.
La grande asamblea: Ante todo, el pueblo israelita; después, la
reunión de las naciones en la Iglesia. Así lo
había de practicar y ordenar el mismo Jesús (cf.
Mateo 10, 5-6; Lucas 24, 47; Hechos 13, 46; 3,
26; Romanos 2, 10; 9, 4; II Corintios 3, 14).
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11. ¡He aquí el lema ideal para el predicador
cristiano! “¿Cuál es —se pregunta San Agustín—
la causa principal de la venida del Señor? ¿No
es acaso para que se haga manifiesto a todos el
amor de Dios para con nosotros?” Y Santo Tomás,
afirmando igual doctrina, concluye: “Nada invita
al amor como la conciencia que se tiene de ser
amado.”
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12. Es muy de David este sabio pensamiento de
recordar la pasada protección de Dios para mejor
confiar en la futura (Salmo 62, 7 y nota).
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13.
Desmaya: A la vista de los pecados. Tal
experimentó Jesús en Getsemaní (Lucas 22, 41-44)
al ver los pecados del mundo entero, que Él tomó
por suyos (cf. Salmo 37, 1 y nota). Los
versículos 14 ss. nos muestran una vez más
aquella dolorosa oración del Señor cuando va a
inmolarse, es decir cuando, habiendo quedado
bien establecido que Israel rechaza su misión
(Mateo 16, 13 ss.) en la cual Él cumplió la
voluntad del Padre (versículo 9), anunciando el
Evangelio del perdón (versículo 10 s.; Marc. 1,
15 y nota) y dando a conocer su Nombre de Padre
(Juan 17, 4, 6 y 26). En ese momento resolvió Él
en forma libérrima, y sin que nadie se lo
imponga (Juan 10, 18), entregar su vida para que
de este modo pueda cumplirse aquella voluntad
del Padre no obstante ese rechazo por parte de
Israel. Porque tal voluntad del Padre era que
los hombres se salvasen escuchando al Hijo (Juan
6, 38-40); mas, ya que no lo escucharon, Jesús
resuelve dar su vida para que aquella voluntad
salvífica pueda cumplirse aún después de aquel
rechazo; ante lo cual el Padre no puede sino
amar más a tan sublime Hijo (Juan 10, 17) y
darle el mandamiento de que recobrase esa vida,
resucitando su Humanidad santísima (ibíd. 10,
18). Entre tanto, Jesús sufre espantosamente,
como lo vemos aquí y en todos los Salmos de la
Pasión; pero, aun en medio de esos tormentos
prefiere siempre que se haga la voluntad del
Padre y no la Suya (Mateo 26, 39), es decir, no
una voluntad paterna de que el Hijo padezca
(Mateo 26, 53), sino aquella misma voluntad
salvífica que, no logrando cumplirse mediante el
ofrecimiento de la Buena nueva, se cumpliese
mediante el poder de la Sangre redentora,
tomando el Señor sobre Sí toda la suma de
dolores que Satanás el acusador (Apocalipsis 12,
10) habría tenido derecho de reclamar para todos
y cada uno de los pecadores en virtud de su
triunfo edénico sobre Adán como cabeza de la
humanidad (cf. Sabiduría 2, 24 y nota). Así
Jesús, en su aparente derrota de la Cruz, nos
libró de “la potestad de la tiniebla” (Lucas 22,
53), arrebatándole el “quirógrafo” de acusación
que podía tener contra nosotros (Colosenses 2,
14), al aceptar para Sí todo lo que Satán
pudiese reclamar contra los hombres, para lo
cual Él ocultó al maligno su condición de Hijo
de Dios (Mateo 4, 7 y nota) a fin de no impedir
que Satanás moviese a Judas a entregarlo (Juan
13, 27). Por eso la muerte del divino Cordero no
tuvo la forma ritual de un sacrificio, sino que
encubierto bajo la forma de un proceso legal,
fue un alevoso crimen, cuya ejecución ni
siquiera estuvo en manos de los sacerdotes que
le acusaban, sino en las de simples soldados.
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17. La
salvación que de Ti viene: Así también
Calès, Vaccari, Nácar-Colunga, etc. Nuestra
salvación y toda la eficacia de nuestra oración
pende de la conciencia que tenemos de nuestra
nada y maldad y la confianza que depositamos en
la bondad y misericordia de nuestro Dios y
Redentor (cf. Mateo 21, 22; Salmo 32, 22 y
nota). De ahí que sólo puede ser salvado por
Cristo el que lo acepta como su Salvador y lo
mira como a tal (Juan 1, 14 ss.). No sabemos el
número de estos salvados, pero sí sabemos que no
son los que pertenecen al mundo, sino solamente
los que siguen a Cristo, solamente aquellos que
el Padre le dio “entresacados” del mundo y
odiados por él. Véase Juan 15, 19; 17, 6 y 14
ss. y nota.
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18. El
Señor cuida de mí: Es un acto de perfecto
abandono, hecho desde ahora por el que se
confiesa incapaz de cuidarse por sí mismo.
Otros: El Señor cuidará, o cuida Tú,
Adonai (Ubach).
No tardes:
Cf. versículo 14. Así termina también el Salmo
69, que coincide casi a la letra con los
versículos 14-18 del presente.
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