Salmo 11 |
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Recurso a Dios contra la corrupción dominante
1*Al maestro de coro. En octava. Salmo de David.
2Sálvame
Tú, oh Yahvé,
porque se acaban los justos;
la fidelidad ha desaparecido
de entre los hombres.
3Unos
a otros se dicen mentiras;
se hablan con labios fraudulentos
y doblez de corazón.
4Acabe
Yahvé con todo labio fraudulento
y con la lengua jactanciosa;
5*con
esos que dicen:
“Somos fuertes con nuestra lengua,
contamos con nuestros labios;
¿quién es señor nuestro?”
6*
“Por la aflicción de los humildes
y el gemido de los pobres,
me levantaré ahora mismo, dice Yahvé;
pondré a salvo a aquel que lo desea.”
7*Las
palabras de Yahvé
son palabras sinceras;
plata acrisolada, sin escorias,
siete veces purificada.
8Tú
las cumplirás, oh Yahvé;
nos preservarás para siempre
de esta generación.
9Los
malvados se pasean por todas partes,
mientras Tú dejas que sea exaltado
lo más vil de entre los hombres.
*
1 s. Sobre el
“título”
cf. Salmo 6, 1. David compuso este Salmo
probablemente en los días amargos de la
persecución de Saúl (I Reyes capítulos 18 ss.),
cuando veía bien que sólo en Dios podía poner su
confianza. Así también este Salmo es para
nosotros un precioso oasis de oración para huir
de “este siglo malo” que nos rodea (Gálatas 1,
4).
“Sálvame Tú”, pues vano sería esperar que
algún hombre pudiese salvarme. Es el concepto
que vemos en el grande anuncio mesiánico de
Isaías 59, 16 ss., que San Pablo menciona en
Romanos 11, 26.
*
5. ¿Para qué necesitamos de la Palabra de Dios
si tenemos nuestra elocuencia? ¿Para qué
queremos la revelación si tenemos nuestra
ciencia? Véase I Corintios capítulos 1, 3, donde
se nos muestra de una manera cruda lo que vale
la palabra y la ciencia de los hombres.
*
6. “Piensan los ricos que sus riquezas les
permiten despreciar al pobre, maltratarlo y, si
es necesario, pueden comprar la benevolencia de
los jueces… pero los maltratados tienen armas
más poderosas: tienen el llanto y los sollozos,
y las mismas injurias que, recogidas en
silencio, dignamente, ablandan y obligan al
cielo” (San Juan Crisóstomo).
Aquel que
lo desea: Es la doctrina de Salmos 32, 22;
80, 11 y del Magníficat (Lucas 1, 53). El que se
cree suficiente y no necesita de Dios es
abandonado a sus propios extravíos (Salmo 80,
13). Así obraron los fariseos que rechazaron a
Cristo, porque Él había venido para los enfermos
y pecadores (Mateo 9, 12; Marcos 2, 17; Lucas 5,
32), y ellos se creían sanos y justos (Lucas 18,
9). Cf. Juan 2, 24 y nota.
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7. Es decir, las que preceden (versículo 6) no
son deleznables palabras de hombre como las del
versículo 5, sino promesa certísima de Dios, que
cuida mucho su Palabra de honor, y no la mezcla
con la escoria de la doblez, porque en Él no
cabe vanidad ni egoísmo. Es éste uno de los
conceptos que más nos llevan a preferir la
divina Escritura sobre todo otro libro, como lo
demuestra elocuentemente Helio en el prólogo de
su obra “Palabras de Dios”. Cf. Salmo 17, 31;
Proverbios 30, 5 y todo el Salmo 118, dedicado a
explicarnos las maravillas que obra en nosotros
la divina Palabra.
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