Salmo 24 |
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Oración para crecer en la amistad de Dios
1De David.
A Ti, Yahvé, Dios mío, elevo mi alma;
2en
Ti confío, no sea yo confundido;
no se gocen a costa mía mis enemigos.
3*No,
ninguno que espera en Ti es confundido.
Confundido queda el que locamente se aparta de Ti.
4*Muéstrame
tus caminos, oh Yahvé,
indícame tus sendas;
5condúceme
a tu verdad e instrúyeme,
porque Tú eres el Dios que me salva,
y estoy siempre esperándote.
6*Acuérdate,
Yahvé, de tus misericordias,
y de tus bondades de todos los tiempos.
7*No
recuerdes los pecados de mi mocedad,
[ni mis ofensas];
según tu benevolencia acuérdate de mí,
por tu bondad, oh Yahvé.
8*Yahvé
es benigno y es recto;
por eso da a los pecadores
una ley para el camino;
9*guía
en la justicia a los humildes,
y amaestra a los dóciles en sus vías.
10*Todos
los caminos de Yahvé
son misericordia y fidelidad
para cuantos buscan su alianza
y sus disposiciones.
11Por
la gloria de tu Nombre, oh Yahvé,
Tú perdonarás mi culpa,
aunque es muy grande.
12
¿Hay algún hombre que tema a Yahvé?
A ése le mostrará Él qué senda elegir;
13*reposará
su alma rodeada de bienes,
y su descendencia poseerá la tierra.
14*Yahvé
concede intimidad familiar
a los que le temen;
les da a conocer
(las promesas de) su alianza.
15*Mis
ojos están siempre puestos en Yahvé
porque Él saca mis pies del lazo.
16*Mírame
Tú y tenme lástima,
porque soy miserable y estoy solo.
17*Ensancha
mi corazón angustiado,
sácame de mis estrecheces.
18*Mira
que estoy cargado y agobiado,
y perdona Tú todos mis delitos.
19*Repara
en mis enemigos,
porque son muchos
y me odian con odio feroz.
20*Cuida
Tú mi alma y sálvame;
no tenga yo que sonrojarme
de haber acudido a Ti.
21*Los
íntegros y justos
están unidos conmigo,
porque espero en Ti.
22*Oh
Yahvé, libra a Israel
de todas sus tribulaciones.
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3. Ninguno
que espera en Ti es confundido: Lo absoluto
de esta afirmación hace que ella sea un enorme
acto de fe (cf. Salmo 12, 5 y nota), siempre que
estemos convencidos y no la digamos solamente
con los labios, como por costumbre. No es cosa
fácil creer de veras que Dios es bueno y nos
ama. Pero esa cosa es precisamente lo único que
se nos pide: cuando Pedro empezaba a dudar se
hundía (Mateo 14, 30 s.; cf. Mateo 6, 30; 8, 26;
16, 8). De ahí que sea tan precioso el trato
continuo con las divinas Escrituras, pues con la
Palabra de Dios se alimenta y crece esa fe,
según lo enseñan tantas veces San Pedro y San
Pablo y según lo vemos aquí mismo en los
versículos 4, 5. 8, 9, 12 y 14.
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4 s.
Muéstrame, etc.: (cf. Salmo 142, 8): He aquí
el espíritu con que ha de estudiarse la Palabra
de Dios: un deseo ambicioso de conocer los
atractivos de su verdad y las ventajas de su
salvación y una voluntad recta de saber lo que a
Él le agrada, para poder complacerlo, pues en
vano lo pretenderíamos si Él no nos lo enseña
(cf. Sabiduría 9, 10 y nota y la oración del
domingo XVIII después de Pentecostés). Jesús
revela que quienquiera busque a Dios con ese
espíritu, lo hallará. Véase Juan 7, 17 y nota.
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6. Recuerda el salmista la historia del pueblo
escogido. Desde antiguo tuvo Dios compasión de
su pueblo, mostrándose como su Padre y protector
en tiempos de los patriarcas en la salida de
Egipto, en el desierto y en la conquista del
país prometido (cf. Salmos 77 y 104-106).
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7. San Agustín comenta este versículo (según la
Vulgata), diciendo: “Perdóname, Señor, no sólo
estos delitos de mi mocedad y de mis ignorancias
antes de que te conociera, sino también aquellos
en los cuales aún ahora, cuando vivo en la fe,
caigo o por flaqueza o por las oscuridades que
envuelven esta vida.”
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8. Aquí vemos cómo los preceptos de Dios son
ante todo instrucciones para nuestra felicidad,
como de un buen padre para indicar el camino a
su hijo que va de viaje, a fin de que no se
extravíe. ¿Acaso perdería Dios algo con nuestros
pecados? (Job 35, 6 ss.). Cf. Jeremías 8, 22;
Salmos 80, 12-15; 102, 7; 142, 8; 118, 92;
Gálatas 3, 19 ss.; 5, 18-23.
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9.
Amaestra a los dóciles (cf. la nota al
versículo 4), y no a los otros, pues es inútil
hablar a quien no desea aprender (cf. Juan 12,
39 s.). A ésos los entrega al extravío del
propio corazón (Salmo 80, 13) y de la credulidad
a los falsos profetas (II Tesalonicenses 2, 10).
Por eso también a nosotros nos enseña Él a “no
dar lo santo a los perros ni las perlas a los
cerdos” (Mateo 7, 6).
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10. Cf. Tobías 3, 2; Lucas 1, 50. Los que tal
buscan ¿serán acaso muchos? Véase la tremenda
respuesta del Salmo 13, 2-3.
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13.
Poseerá la tierra: “La tierra por
excelencia, la rica región de Canaán, prometida
por el Señor a Abrahán y a sus descendientes”
(Fillion). Véase Salmo 36, 11 y Mateo 5, 4.
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14. ¡Es decir que Dios nos revela sus secretos!
Así lo dijo Jesús a sus íntimos (véase Mateo 13,
11; Juan 15, 15; cf. Salmo 50, 8). Nótese que
“las
promesas” están entre esos secretos
destinados a los que cultivan la intimidad
familiar de Dios (cf. Isaías 48, 6 y nota). Los
demás hombres miran esas cosas con indiferencia
(cf. I Tesalonicenses 5, 20 y nota). Muchos, por
ejemplo, oyen con frecuencia en la Misa primera
de difuntos la Epístola tomada de I
Tesalonicenses 4, 13-16, pero ¿cuántos son los
que se detienen a considerar y estudiar las
asombrosas promesas que ella contiene? Y así
tantas otras, como Mateo H, 25; 18, 4; Lucas 21,
36; 22, 30; Juan 17, 24; Efesios 1, 3 ss.;
Filipenses 3, 20 s.; I Juan 3, 2, etc.
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15. Él
saca, etc.: Sólo Él, y no nuestra habilidad,
puede librarnos de las tentaciones, ya que
Satanás es más fuerte que nosotros. Eso es lo
que Jesús nos enseñó a pedir al final del
Padrenuestro: líbranos del Malo, o sea del
tentador. De ahí que podremos evitar el pecado
si hacemos vida de oración, es decir, si
conservamos los ojos puestos en Él, como aquí se
dice (cf. Salmo 118, 11). Es la misma
espiritualidad que nos ensena San Pablo al decir
que tengamos los ojos puestos, no en nosotros
mismos (cf. Salmo 118, 37 y nota), sino “en
Cristo, autor y consumador de la fe” (Hebreos
12, 2).
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16. Nótese cómo conoce David el amor
misericordioso con que es amado por el Padre
celestial. No le da más que un argumento: su
propia miseria. Cf. Salmo 85, 1 y la oración de
María en Caná (Juan 2, 3).
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17. El corazón
“ensanchado” es el fruto y sello
característico del trato familiar con Dios (cf.
Salmo 118, 32 y nota), que es lo que da la
libertad de espíritu, y es la única vida propia
de los hijos de Dios (Romanos 8, 15; Santiago 2,
12; Gálatas 5, 13; Juan 8, 32, etc.) y que,
según las bellas revelaciones de Santa
Gertrudis, fue en ella lo que más agradó a
Jesús.
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18. Estoy
cargado y agobiado: A éstos precisamente
llama Jesús en Mateo 11, 28 para hacerlos
descansar.
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19. Cf. Salmos 34, 19; 68, 5; Juan 15, 25. Si
nos creyéramos capaces de defendernos solos
contra los enemigos, no podríamos decir con
sinceridad esta oración (cf. versículo 15 y
nota). David la dice bien convencido de su total
impotencia propia (cf. Salmos 34, 19; 68, 5), y
por eso, cuanto más pequeño se muestra (I Reyes
17, 39), más seguro está del Señor, que lo lleva
a los más asombrosos triunfos, como el de Goliat
(véase I Reyes 17, 45 ss.). Cf. Lucas 1, 49 ss.
y nota.
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20. Cf. Salmo 12, 5 y nota; 30, 2.
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21. Se expresa aquí un precioso concepto,
contenido también en el Salmo 118, 63 y 64: la
profunda atracción que une a los que comparten
el mismo espíritu y una misma esperanza (cf.
Tito 2, 13). ¿No era éste acaso el ideal de
Jesús para sus discípulos cuando les mandó
amarse ante todo entre ellos, y el que expresó a
su Eterno Padre la noche de la Cena?
Porque
espero en Ti: Según esto, David aludiría a
que las almas rectas estaban de su parte, contra
sus perseguidores. Según otra versión, el primer
hemistiquio diría:
integridad y rectitud me custodian.
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22. En el Salmo, que es alfabético, este
versículo queda como suplementario, fuera del
alefato. Cf. Salmo 23, 33.
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