Salmo 30 |
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Serenidad en la hora de la muerte
1*Al maestro de coro. Salmo de David.
2*En
Ti, Yahvé, me refugio;
no quede yo nunca confundido;
sálvame con tu justicia.
3*Inclina
a mí tu oído,
apresúrate a librarme.
Sé para mí la roca de seguridad,
la fortaleza donde me salves.
4Porque
Tú eres mi peña y mi baluarte,
y por la gloria de tu nombre,
cuidarás de mí y me conducirás.
5Tú
me sacarás de la red.
que ocultamente me tendieron,
porque eres mi protector.
6*En
tus manos encomiendo mi espíritu.
¡Tú me redimirás, oh Yahvé, Dios fiel!
7*Aborreces
a los que dan culto
a vanos ídolos,
mas yo pongo mi confianza en Yahvé.
8Rebosaré
de gozo y alegría
por tu compasión;
pues Tú ves mi miseria,
y has socorrido a mi alma en sus angustias;
9*nunca
me entregaste
en manos del enemigo,
sino que afianzaste mis pies
en lugar espacioso.
10*Ten
piedad de mí, Yahvé,
porque estoy conturbado;
mis ojos decaen de tristeza,
mi alma y mi cuerpo
desfallecen juntamente.
11*Porque
mi vida
se va acabando entre dolores
y mis años entre gemidos.
Mi vigor ha flaqueado en la aflicción,
y se han debilitado mis huesos.
12*He
venido a ser objeto de oprobio
para todos mis enemigos,
de burla para mis vecinos
y de horror para mis amigos:
los que me encuentran por la calle
se apartan de mí;
13como
si hubiera muerto,
se ha borrado mi recuerdo de sus corazones;
he llegado a ser como una vasija rota.
14Oigo
el hablar malévolo de muchos,
y esparcir el espanto en torno mío.
Mientras a una se conjuran contra mí,
han pensado en quitarme la vida.
15Pero
yo confío en Ti, Yahvé;
digo: “Tú eres mi Dios.”
16*Mi
destino está en tu mano;
sácame del poder de mis enemigos
y de mis perseguidores.
17Muestra
a tu siervo tu rostro sereno;
sálvame por tu misericordia.
18*Oh
Yahvé, no tenga yo que avergonzarme
por haberte invocado;
avergonzados queden los impíos
y reducidos al silencio del abismo.
19Enmudezcan
esos labios mentirosos
que, con soberbia y menosprecio,
hablan inicuamente contra el justo.
20
*¡Oh
cuán grande, Señor, es la bondad
que reservas para los que te temen,
y concedes a quienquiera recurre a Ti
delante de los hombres!
21*Tú
proteges a cada uno
con tu propio rostro,
frente a la conspiración de los hombres;
en tu tienda los escondes
del azote de las lenguas.
22*Bendito
sea Yahvé,
porque en ciudad fuerte ha mostrado
su admirable misericordia para conmigo.
23*Verdad
que yo, en mi perturbación,
llegué a decir:
“Separado estoy de tu vista”;
mas Tú oíste la voz de mi súplica
cuando grité hacia Ti.
24Amad
a Yahvé, todos sus santos,
pues Yahvé protege a los fieles,
mientras retribuye plenamente
a los que obran con soberbia.
25
*¡Animaos
y confortad vuestro corazón,
todos los que esperáis en Yahvé!
*
1. La Vulgata dice:
“Para el fin. Salmo de David. Para el éxtasis”. Quizás es una
referencia al versículo 23, como diciendo: para
la extrema angustia. Compuesta, efectivamente,
en un exceso de abandono e impotencia, esta
oración de David parece, como lo han dicho
muchos de los Padres, prefigurar los
sufrimientos de Cristo moribundo. Al pronunciar
Él en alta voz desde la Cruz el versículo 6, nos
enseñó que éste es el Salmo ideal para el
creyente que medita en la muerte, deseoso de
mirarla con los sentimientos de dulce y omnímoda
confianza que agradan a ese divino Padre que
todo lo arregla siempre como conviene a nuestro
mayor bien (Romanos 8, 28). “La fe sostiene al
salmista cuando se acuerda de las misericordias
pasadas. El desaliento lo amenaza si piensa en
la desolación presente, mas luego se disipa la
niebla y el sol de la divina bondad ilumina su
alma.” Es que conoció el don de Dios (Juan 4,
10) y vio que “la inteligencia de las cosas
espirituales no consiste en conocer cosas que
nosotros le demos o le prometamos a Él, sino
cosas que Él nos da y nos promete”. Todo nuestro
mal está en que nada nos cuesta tanto como creer
de veras que Él es bueno y nos ama ya antes que
nosotros lo amemos (I Juan 4, 10 y 16).
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2. Con este versículo (según la Vulgata)
concluye el Te Deum. Cf. Salmo 27, 9 y nota.
*
3. Lo
roca: Sobre esta idea, inefablemente
consoladora, véase Salmo 17, 3 y nota.
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6. He aquí la última Palabra de Cristo en la
Cruz (Lucas 23, 46) y la última de San Esteban,
primer mártir de Cristo (Hechos 7, 59).
Dios fiel:
¡Dios leal! Sabemos que ninguna alabanza agrada
más a la ternura del Padre que esta confesión de
su lealtad, pues Él mismo nos muestra en toda la
Escritura como la cosa de que más se gloría, su
fidelidad, unida a su misericordia, que también
vemos aquí en versículo 8. Cf. Salmo 12, 6 y
nota; 24, 10; Tobías 3, 2, etc.
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7. Dar culto a
vanos
ídolos (cf. Baruc 6, 1 ss.) es también poner
su esperanza en el mundo y en los hombres, que
no pueden salvarnos (cf. Jeremías 17, 5 y nota).
“Son tus ídolos también esas riquezas en que
confías, esos honores y dominios que
ambicionas... a costa de tu alma y de tus
deberes, el crédito fugaz de un día” (San
Agustín).
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9. Cf. Salmo 4, 1; 17, 20 y notas.
*
10 ss. Nótese la elocuencia de este cuadro que
se presentó al Salvador. Sobre el consuelo en
los días de la vejez, véase el Salmo 70.
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11. Es la suprema impotencia del que va a morir.
Se siente incapaz de valerse en el cuerpo y
también incapaz para la oración. ¡Entonces es
cuando hemos de entregarnos confiados en el amor
generoso del Padre que nos creó y en los méritos
del Hijo que nos redimió!
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12. Situación precaria del que, habiendo perdido
todo lo que atrae al mundo egoísta, se ve
abandonado de sus amigos y expuesto a la saña de
sus enemigos. Los Evangelios muestran cómo ese
abandono y esa saña se cumplieron, más que en
nadie, en el mismo Señor Jesús. Y los Salmos nos
enseñan, como San Pablo, que “El Señor está
junto a los que tienen el corazón atribulado”
(Salmos 33, 19; 137, 7, etc.) y que el Padre de
las misericordias nos consuela en todas nuestras
tribulaciones y hace abundar nuestros consuelos
en Cristo, así como abundaron los padecimientos
de Él por nosotros, de modo que al ser
consolados podamos consolar a otros, y el ver a
otros consolados nos sirva de esperanza sabiendo
que lo seremos también nosotros (II Corintios 1,
3-7). Sublime doctrina que bastaría, si fuese
conocida, para desterrar de los hombres toda
envidia.
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16. Satanás y sus demonios han de querer
perseguirnos más que nunca en la hora de la
muerte. ¡Solamente Tú eres más fuerte que ellos!
(véase versículo 18).
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18 s. Cf. Salmo 12, 5 s. y nota.
Reducidos al silencio del abismo (hebreo: scheol). Calès observa que
el salmista pide a Dios justicia según el
espíritu de la Ley antigua, y añade agudamente:
“los que de esto se escandalizan harán bien tal
vez en examinarse a sí mismos sobre el escándalo
farisaico”. Espiritualmente puede aplicarse a
Satanás (cf. Apocalipsis 20, 18), cuyo nombre
significa acusador (cf. Apocalipsis 12, 10), y
sus demonios, para que no conturben, con
visiones aterradoras, el alma que debe estar
llena de la esperanza de ver al Dios del amor y
de la felicidad, que es al mismo tiempo el Padre
del perdón, como nos lo muestra Jesús de un modo
indubitable en la parábola del Hijo pródigo
(Lucas 15, 20 ss.). Cf. Salmo 34, 10.
*
20. El primer hemistiquio coincide con lo que
dice la Virgen en Lucas 1, 50. El segundo
acentúa el concepto:
delante de los hombres, como Jesús en Mateo 10, 32 s. Libre ya de la
tentación, el alma descubre el inefable consuelo
que Dios le tenía reservado para ese supremo
momento: “Dichosos los muertos que mueren en el
Señor” (Apocalipsis 14, 13).
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21. Con tu
propio rostro: Otros: “con el misterio de tu
presencia”. Siguiendo la aplicación de este
Salmo a la muerte del creyente, más allá de las
luchas transitorias, vemos aquí al alma
sumergida ya en los consuelos de Dios, liberada
dé las injusticias humanas y “descansando de sus
trabajos” (Apocalipsis 6, 11; 14, 13) en espera
de la “redención del cuerpo” (Romanos 8, 23;
Apocalipsis 6, 10) que Cristo le traerá en su
Venida con la plenitud de su gloria. Cf. Lucas
21, 28; Juan 17, 24; Filipenses 3, 20 s.;
Apocalipsis 22, 12.
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22. En
ciudad fuerte: Continúa el concepto
anterior. Algunos lo aplican históricamente a
Siceleg (I Reyes 27, 5 ss.). Otros (Wutz,
Gunkel) traducen con San Jerónimo:
en la hora
de la angustia.
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23. Así, en el delirio de la agonía puede el
hombre llegar a desesperar de su salvación. Mas
vemos aquí, como en Isaías 49, 14 ss.; II
Corintios 1, 8 ss., etc., que en ese momento
crítico es cuando el socorro divino se apresura
a mostrarnos que Él nunca dejó de cuidar de
nosotros (I Pedro 5, 7). Entonces, al colmo de
la aflicción sucede el exceso de gozo, como en
el ejemplo que Jesús pone en el evangelio de San
Juan 16, 21.
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25. Esta es la virilidad cristiana: tener ánimo,
no porque se confía en sí mismo, como los
estoicos paganos, sino porque se cuenta con Dios
como un niño con su padre.
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