Salmo 83 |
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Dichosa esperanza del peregrino
1*Al maestro de coro. Por el tono de Hagghittoth (Los lagares). De los
hijos de Coré. Salmo.
2¡Oh
cuan amable es tu morada,
Yahvé de los ejércitos!
3*Suspirando,
desfalleciendo,
anhela mi alma los atrios de Yahvé.
Mi corazón y mi carne
claman ansiosos hacia el Dios vivo.
4*Hasta
el gorrión halla una casa,
y la golondrina un nido
para poner sus polluelos,
junto a tus altares, Yahvé de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.
5*Dichosos
los que moran en tu casa
y te alaban sin cesar.
6*Felices
aquellos cuya fuerza viene de Ti,
y tienen su corazón puesto en tu camino santo.
7*Atravesando
el valle de lágrimas
ellos lo convierten en lugar de manantiales,
que la lluvia temprana
cubrirá de bendiciones.
8Y
suben con vigor creciente
hasta que Dios se hace ver de ellos en Sión.
9Yahvé
de los ejércitos,
oye mi oración;
escucha, oh Dios de Jacob.
10*Pon
tus ojos, oh Dios, escudo nuestro,
y mira el rostro de tu ungido.
11Un
día solo en tus atrios
vale más que otros mil.
Prefiero estar en el umbral
de la Casa de mi Dios que habitar
en los pabellones de los pecadores.
12*Porque
sol y escudo es Yahvé Dios;
Él da gracia y da gloria.
Él no rehúsa ningún bien
a los que caminan en inocencia.
13Yahvé
de los ejércitos,
dichoso el hombre que confía en Ti.
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1. Sobre el
epígrafe
véase Salmo 8, 1 y nota. Se advierte en este
Cántico de peregrino una semejanza con los
Salmos 41 y 42, con los cuales empieza el grupo
de los elohistas que se continúa aquí, como
vemos, no obstante tenerse por terminado en el
Salmo 82 (cf. Salmo 41, 1 y nota). La oración
por el rey, que contiene el versículo 10,
muestra que el presente Salmo es anterior al
cautiverio de Babilonia. El salmista está lejos
del Santuario y se consume en ardiente anhelo
por volver a él. De ahí que este Salmo haya sido
elegido por la Liturgia, junto con los dos que
le siguen, para la preparación a la Misa,
procurando alejar de la tendencia
-demasiado humana-
a mirarla como una obligación (assueta
vilescunt). Desde sus primeras palabras este
sublime poema prepara nuestro corazón al amor.
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3. Recuerda el Salmo 41, 3 y sobre todo la
exclamación de David en Salmo 62, 3 (véase allí
la nota). Cf. Salmo 15, 9. La carne no desea
espiritualmente a Dios, pues los deseos de ella
son contra el espíritu (Gálatas 5, 17). Por eso
las emociones sentimentales no bastan, como bien
nos lo dice Tomás de Kempis, pues Dios quiere
ser adorado “en espíritu y en verdad” (Juan 4,
23). Pero en cambio la carne tiene necesidad de
Dios en todo momento, “como tierra sin agua”,
puesto que sin Él no podríamos subsistir (Salmo
103, 29 s. y nota). Un día venturoso, también la
carne deseará como el espíritu, y ese día es el
que desde ahora anhelamos como objeto de nuestra
“dichosa esperanza” (Tito 2, 13). Véase la nota
al versículo 5.
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4. Creemos, como Zenner, Calès y otros, que debe
ponerse aquí, antes del versículo 4, el
versículo 11, que no está en su lugar, tanto por
el sentido cuanto por la simetría de las
estrofas. “Si a los pajarillos que el Padre
celestial alimenta y viste (Mateo 6, 26 ss.),
también les da vivienda junto al Santuario ¿cómo
no habrá para nosotros abrigo y calor junto al
Altar, pues Jesús nos dice que para el Padre
valemos más que muchos pajarillos? (Mateo 10,
31; Juan 10, 29). Del árbol de la Cruz, que
pareció tronchado por la tormenta, nació un
retoño para dar sombra a nuestro nido... junto
al Calvario: es el Altar del Sacrificio
eucarístico, donde Jesús sigue ofreciéndose
constantemente al Padre por nosotros en estado
de Víctima (Apocalipsis 5, 6), como cuando nos
decía que también las bestias tienen guarida y
solamente El no hallaba piedra -por no decir
corazón- en que posar su cabeza” (P. de Segor).
Cf. Hebreos 7, 24 s.
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5. Los que
moran en tu casa: En primer lugar los
levitas y sacerdotes, cuya función era la
alabanza del Altísimo (I Paralipómenos 23, 5
ss.) y los sacrificios (Hebreos 8, 4 y nota).
Sobre este grande deseo de morar en el Templo de
Jerusalén, cf. Salmo 26, 4. Según esto pensemos
cuan ardientes han de ser nuestros anhelos de
ver a Jesús cuando Él vuelva (Apocalipsis 1, 7)
y entrar con Él; unidos a Él (Juan 14, 3;
Apocalipsis 19, 6 ss.); asemejados a Él (Romanos
8, 29; Filipenses 3, 20 s.; I Juan 3, 2),
identificados con Él (Juan 17, 20-24), en la
Jerusalén celestial donde el mismo Jesús será la
lumbrera (Apocalipsis capítulos 21 y 22).
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6. Cuya
fuerza viene de Ti: De hecho nadie la tiene
sin Él, que nos la da por su Hijo (Juan 15, 5),
mediante su Espíritu (Lucas 11, 13 y nota). Pero
aquí se trata de los que esto saben, de los
pequeños que viven implorando esa fuerza y
desconfiando de la propia. Para ellos el
camino
santo no es ya una ley sino un imán, según
el gran secreto que reveló Jesús al decir que
nuestro corazón estará allí donde esté lo que
miremos como nuestro tesoro. Por eso dice el
Salmo que esos tales son felices. Deseamos
ardientemente, para cuantos esto lean, esa dicha
de creer de veras que la voluntad del Padre
celestial no es tiránica sino amable.
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7 s. Valle
de lágrimas: Bover-Cantera, Prado y otros
vierten: valle árido. Según este bello pasaje, que recuerda a los Salmos
graduales como el 121 y el 124, etc. (cf. Salmo
119, 1 y nota), “la fe y el santo entusiasmo de
los peregrinos transformaba en regalados oasis
las más áridas regiones que habían de atravesar
y producía sobre estos desiertos el mismo efecto
que una lluvia bienhechora o una fuente de aguas
vivas” (Fillion). Entretanto, esperando el día
en que el Dios de los dioses se mostrará en Sión
(LXX. Vulgata, etc.; cf. Salmo 101, 17),
recogemos, aunque este Salmo no es contado entre
los didácticos, la profunda lección espiritual
que nos da aquí sobre el amor como única fuerza
que nos hace capaces de cumplir el Evangelio.
Así lo enseña Jesús en Juan 14, 23 s. El amor es
la plenitud de la Ley (Romanos 13, 10). Y sólo
él nos hace entender que el yugo de Cristo no
sólo no pesa (Mateo, 11, 30; I Juan 5, 3) sino
que nos da reposo (Mateo 11, 29). Véase
Eclesiástico 3, 4; Isaías 40, 31; Kempis libro
III, capítulo 5: ‘Maravillosos efectos del amor
divino’. Cf. Salmo 41, 3 y nota.
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10. Tu
ungido: ‘No el Cristo por excelencia, sino
David, que era también el ungido del Señor de
una manera muy real’ (Fillion). Él, como Rey
teocrático de Israel, estaba ‘especialmente
consagrado para representar a Dios y figurar
anticipadamente al Mesías venidero’ (Calès).
Según Scío este rey de Israel es directamente
Jesucristo, por cuyo amor pedimos al Padre que
nos mire con ojos de misericordia (cf. Salmo 71,
15 y nota). Toda la oración de la Iglesia
implora a Dios por el amor de su Hijo y a este
respecto el Concilio III de Cartago (canon 23),
del año 397, quiso evitar la frecuente confusión
de las divinas Personas, disponiendo que “nadie
en las preces nombre al Padre en lugar del Hijo
o al Hijo por el Padre. Y cuando se asiste al
altar, la oración ha de dirigirse siempre al
Padre” (Mansi III, 884). Cf. Orígenes contra
Celsum 5, 1; De orat. 15.
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12 s. Todo nos lo da el Señor: la gloria eterna
y la gracia para alcanzarla; y también los
bienes de esta vida (Tobías 11, 18; Mateo 6, 31
ss.). Sólo quiere que éstos no se conviertan en
ídolos, rivales de Él. Cf. Mateo 6, 24; I
Timoteo 1, 4 ss. y notas.
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