Salmo 35 |
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La malicia humana y la bondad divina
1*Al maestro de coro. De David, siervo de Dios.
2La
rebeldía instiga al impío en su corazón;
a sus ojos no hay temor de Dios.
3Por
tanto, se lisonjea en su mente
de que su culpa no será hallada
ni aborrecida.
4*Las
palabras de su boca
son malicia y fraude,
no se cuida de entender para obrar bien.
5En
su lecho medita la iniquidad;
anda siempre en malos caminos.
La maldad no le causa horror.
6*Yahvé,
tu misericordia toca el cielo;
tu fidelidad, las nubes.
7Tu
justicia es alta
como los montes de Dios;
profundos como el mar, tus juicios.
Tú, Yahvé, socorres al hombre y al animal.
8
¡Cuán preciosa es, oh Dios, tu largueza!
los hijos de los hombres se abrigan
a la sombra de tus alas.
9Se
sacian con la abundancia de tu casa,
y los embriagas en el río de tus delicias.
10*Pues
en Ti está la fuente de la vida,
y en tu luz vemos la luz.
11*Despliega
tu bondad
sobre los que te conocen,
y tu justicia sobre los de corazón recto.
12No
me aplaste el pie del soberbio
ni me haga vacilar la mano del impío.
13*He
aquí derribados
a los obradores de la iniquidad,
caídos para no levantarse más.
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1 ss. David empieza mostrándonos el proceso
interior de la conducta del impío; luego se
vuelve al Señor para alabar su bondad y justicia
y termina señalando la caída de los soberbios.
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4. No se
cuida de entender: He aquí todo el misterio
de los fariseos, que ya creían saberlo todo sin
necesidad de buscar lo que ha dicho Dios (cf.
Salmo 11, 5), y que en el fondo rehuían el
saberlo porque era incompatible con su orgullo
(Juan 8, 43). Jesús no cesa de increparlos con
sus más terribles palabras (véase Mateo 23, 13;
Juan 3, 19; 5, 39; 7, 17; 8, 24 s. y 45 ss.;
Hebreos 12, 19, etc.). No debemos creer que haya
pasado del todo “la generación esa” (Mateo 23,
36; 24, 34) y que el mal fuese sólo de aquellos
judíos, y no de todos los tiempos. Cf. Romanos
11, 17-21.
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6 ss. Como un contraste que le permite olvidar
el triste cuadro precedente, el salmista pasa a
ofrecernos una grandiosa descripción de los
atributos de Dios. Su misericordia sobrepuja a
su justicia como el cielo a las montañas (cf.
Salmo 32, 5 y nota), y se extiende aún a los
animales. Cf. Lucas 12, 24.
A la
sombra de tus alas (versículo 8): Véase la
expresión de Jesús en Mateo 23, 37.
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10. Algunos Padres ven aquí el misterio de la
Santísima Trinidad: el Padre, a quien se dirige
el salmista; el Hijo, luz que es fuente de vida
(Juan 1, 4 y 9); y el Espíritu Santo, que
irradia la luz de la gracia ganada por Cristo.
Cf. Salmo 4, 7 ss.; 118, 105: Juan 8, 12; 12,
46; 17, 17; II Timoteo 1, 10; I Juan 1, 5.
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11. Sobre
los que te conocen: Este privilegio, a favor
de los que se interesan. por conocer los
misterios que Dios se ha dignado revelarnos en
su palabra, no puede sorprendernos después de lo
dicho en el versículo 4. El mismo Jesucristo
enseña que la vida eterna es conocer a Dios
Padre y a su Hijo Jesucristo como Enviado por el
Padre (Juan 17, 3); y San Pablo revela que las
llamas del fuego son para los que no conocieron
a ese Padre y no obedecieron al Mensaje
evangélico de ese Hijo. Cf. II Tesalonicenses 1,
8; Salmos 9, 11; 90, 14.
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13. Como en visión profética el salmista nos
muestra ya cumplido el juicio de Dios. Cf. Salmo
1, 5 y nota.
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