Salmo 28 |
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La voz de Yahvé en la tempestad del juicio
1*Salmo de David.
Dad a Yahvé, oh hijos de Dios,
dad a Yahvé gloria y poderío.
2*Tributad
a Yahvé la gloria
debida a su Nombre,
adorad a Yahvé en su Santuario.
3*¡La
voz de Yahvé sobre las aguas!
Truena el Dios de la majestad,
Yahvé sobre las muchas aguas.
4
¡La voz de Yahvé con poderío!
¡La voz de Yahvé con majestad!
5La
voz de Yahvé troncha los cedros,
Yahvé troncha los cedros del Líbano.
6*Hace
brincar al Líbano como un novillo,
y al Schirión como cría de bisonte.
7La
voz de Yahvé hace brotar llamas de fuego.
8La
voz de Yahvé sacude el desierto;
Yahvé hace temblar el desierto de Cadés.
9La
voz de Yahvé retuerce los robles
y arrasa las selvas,
mientras en su Santuario todos dicen:
¡Gloria!
10*Yahvé
ha puesto su trono
sobre las muchas aguas,
y se sentará como Rey para siempre.
11*Yahvé
dará fortaleza a su pueblo;
Yahvé bendecirá a su pueblo con la paz.
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1. Salmo
de David. Los LXX y la Vulgata añaden a este
epígrafe:
en la consumación del Tabernáculo (cf. Amos 9, 11; Hechos de los
Apóstoles 15, 16).
Hijos de
Dios: Parecen ser aquí los ángeles del
cielo, según el Targum (cf. Salmo 88, 6 ss.; Job
1, 6 ss., etc.). Como advierte Fillion, según
los LXX y la Vulgata, serían los hombres, pues
el texto dice allí:
“presentad
al Señor corderos”. Véase Salmo 81, 6; cf.
Salmo 50, 21; 65, 15. Igual sentido tiene la
antigua versión siríaca y la traducción de San
Jerónimo según el hebreo.
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2. En su
Santuario: Aquí también la siríaca confirma
el sentido de los LXX y de la Vulgata.
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3 ss. El salmista nos, hace asistir, como en
visión profética, a una tremenda tempestad
semejante al diluvio universal, que parece
trastornar los fenómenos más poderosos de la
naturaleza. “Pero el Salmo tiene una aplicación
directa al misterio de Cristo, como la simple
lectura lo hace presentir” (Puniet). Repite
siete veces
“la voz
del Señor”, para expresar la elocuencia del
terrible trueno, que es la voz de Dios en la
biblia de la naturaleza y simboliza el poder de
la Palabra divina (cf. 103, 7 y nota). En
Apocalipsis 10, 3-4 hay un misterioso pasaje
sobre la voz de los siete truenos, única que a
San Juan le fue prohibido revelarnos, y
Delitzsch dice que este Salmo, con esa
repetición septenaria, podría llamarse el de los
siete truenos. Cf. el Salmo 67, 34 ss. que
concluye como éste, y Salmo 96. 2 ss., donde
vemos un cataclismo semejante, que termina
también, como aquí (versículos 11 s.), con la
paz de Sión en el Reino eterno del Señor, que
colma de bendiciones a su pueblo. Así también,
como dice Dom Puniet, la voz del Padre, oída en
forma de trueno, aseguraba a Cristo que Él
triunfaría finalmente sobre el mundo (Juan 12,
28 ss.).
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6.
Schirión (o Sarión) es el antiguo nombre
fenicio del Líbano (o Hermón). Los LXX y la
Vulgata leyeron:
yeschurún
(amado). De ahí el
“amado”
de la Vulgata. Sin duda el texto hebreo
corresponde mejor al paralelismo de los
miembros, elemento principal de la poesía
hebrea.
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10. Cf. Salmo 9 b, 16; Jeremías 10, 10. La
expresión final es frecuentemente usada en las
profecías para designar las naciones gentiles,
según lo explica el Apocalipsis. Cf. Salmo 17,
17; Isaías 17, 12; Jeremías 51, 13; Daniel 7, 3;
Apocalipsis 17. 1 y 15. El segundo hemistiquio y
el primero del versículo 11 forman la antífona
de la Comunión de la Misa de Cristo Rey, lo que
confirma su trascendencia mesiánica, expresada
en las palabras “para siempre”. Véase los textos
bíblicos de esa bella Misa en la cual se pide,
como en el Padrenuestro, el advenimiento del
Reino eterno y universal de verdad y vida,
santidad y gracia, justicia, amor y paz, que
Cristo entregará a su Padre cuando todas las
creaturas se hayan sujetado a su imperio
(Prefacio), rogando al Padre que le entregue ese
Reino (Salmo 71, 1 del Introito y Apocalipsis 5,
12) según las promesas del Salmo 2, 8
(Ofertorio), del Salmo 71, 8 y 11 y de Daniel 9,
14 (Gradual) y recordando su Parusía como Rey de
reyes en Apocalipsis 19, 16 (Aleluya).
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11. Como hace notar Delitzsch, el Salmo empieza
con un “gloria a Dios en las alturas” y termina
con “paz en la tierra” (cf. Lucas 2, 14). Véase
igual concepto al final del Salmo anterior (27,
9) y en Salmo 67, 36.
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