Salmo 145 |
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* (Alef 1-8) (Bet 9-16) (Guimel 17-24) (Dalet 25-32) (He 33-40) (Vau 41-48) (Zain 49-56) (Het 57-64) (Tet 65-72) (Yod 73-80) (Caf 81-88) (Lamed 89-96) (Mem 97-104) (Nun 105-112) (Samec 113-120) (Ayin 121-128) (Pe 129-136) (Sade 137-144) (Qof 145-152) (Resch 153-160) (Sin 161-168) (Tau 169-176)
Confiar en Dios y no en los hombres
1*¡HalIelú
Yah!
Alaba a Yahvé, alma mía.
2*Toda
mi vida alabaré a Yahvé;
cantaré salmos a mi Dios
mientras yo viva.
3*No
pongáis vuestra confianza
en los príncipes,
en un hijo de hombre,
que no puede salvar.
4*Apenas
el soplo le abandona,
él vuelve a su polvo,
y entonces se acaban todos sus designios.
5Dichoso
en cambio
quien tiene en su ayuda al Dios de Jacob,
y pone su esperanza en Yahvé, su Dios,
6*Creador
del cielo y de la tierra,
del mar y de cuanto contienen.
Él conserva siempre su fidelidad;
7hace
justicia a los oprimidos,
y da pan a los hambrientos.
Es Yahvé quien desata a los cautivos;
8es
Yahvé quien abre los ojos de los ciegos;
Yahvé levanta a los agobiados;
Yahvé ama a los justos;
9Yahvé
cuida de los peregrinos;
sustenta al huérfano y a la viuda,
y trastorna los caminos de los malvados.
10*Reinará
Yahvé para siempre,
el Dios tuyo, oh Sión, de edad en edad.
¡HalIelú Yah!
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1 ss. El
Hallelú Yah (alabad a Yahvé) o Aleluya da
comienzo a todos los Salmos restantes. Éste fue
compuesto sin duda, como lo indica su título y
el de los siguientes según los LXX y la Vulgata,
en tiempo de Ageo y Zacarías, o sea, después del
cautiverio de Babilonia, para avivar la
esperanza de Israel (Hechos 26, 6 s.). “El autor
exhorta a sus conciudadanos que tenían mucho que
sufrir de la hostilidad de los samaritanos y
naciones vecinas, a no poner su confianza en los
hombres sino en Dios” (Fillion) Cf. Salmo 84, 1
y nota.
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2.
Mientras yo viva: Cf. Salmo 103, 33. Dios
tiene derecho al homenaje de los que le deben la
vida. Si así lo entendía ya el salmista, mirando
a Yahvé como autor de la creación y protector de
Israel ¿qué no será para los que hemos conocido
el beneficio de Cristo Redentor y sabemos que ya
no somos nuestros, ya que hemos sido comprados
por Él para glorificar al Padre? Cf. I Corintios
6, 20; Gálatas 2, 20.
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3. Que no
puede salvar: Es decir que nunca podremos
llamar a un hombre nuestro salvador, aunque nos
haya prestado algún servicio, pues tal título es
propio de Dios (cf. nota anterior). A este
respecto el P. Bea observa acertadamente que la
palabra latina “salvator” usada por el nuevo
Salterio Romano en algunos Salmos (cf. Salmo 64,
6) ha reemplazado con ventaja al vocablo
“salutaris” que la Vulgata aplica a Dios, pues
no se trata simplemente de un Dios saludable o
que da salud, sino del único que salva y sin el
cual todo hijo de Adán está irremisiblemente
perdido para siempre. La desconfianza en los
hombres es virtud esencialmente bíblica y
sobrenatural, es decir, opuesta a la tendencia
humanista y pagana del clasicismo grecorromano.
Cf. Salmos 32, 10; 59, 11; 93, 11; 107, 13; 117,
8 s.; Jeremías 17, 5-10; Juan 2, 24 s. y nota;
5, 42 s.; Mateo 10, 17, etc.
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4. El soplo de vida que el hombre recibió en las
narices (Génesis 2, 7) lo tenemos apenas
prestado, por lo cual enseña Dios a dejar de
confiar en tal hombre (Isaías 2, 22). Cf. Salmo
103, 29 y nota; Job 27, 3. A los poderosos que
confían en sus propias fuerzas la muerte les
quita todo su poderío. Hasta los poetas paganos
reconocen que “la pálida muerte entra con igual
paso en los palacios reales que en las chozas de
los pobres.” Cf. Salmo 89, 10; Job 10, 9 ss.;
34, 15; Eclesiastés 12, 7; Sabiduría 16, 14; I
Macabeos 2, 63.
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6 ss. La primera parte es citada en Hechos 4,
24; 14, M; Apocalipsis 14, 7. Cf. Salmo 88, 12.
Conserva
su fidelidad (cf. Salmo 88, 3 y nota; 99, 5;
116, 1), es decir, cumplirá cuanto se enumera a
continuación. San Pablo revela con admiración
cómo esa fidelidad permanece no obstante
nuestras fallas, porque Dios “no puede dejar de
ser quien es” (Romanos 3, 3-4; II Timoteo 2,
13), “bueno con los desagradecidos y malos”
(Lucas 6, 35). Cf. Lucas 5, 31 s. y nota. Según
esa fidelidad cumplirá las promesas de libertad
para los israelitas cautivos entre las naciones
(cf. Salmo 146, 2 y nota; Jeremías 23, 5 s.;
Ezequiel 28, 25 s.; 37, 21 ss.; Zacarías 8, 7);
justicia y venganza para todos los oprimidos;
misericordia para todos los que sufren (Salmos
71, 2-4; 146, 3 y notas).
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10. “En fin, Él no desaparecerá como los hombres
(versículo 4), siendo el Rey inmortal, el Dios
que reinará para siempre en Sión y allí cumplirá
las promesas de la salvación" (Calès). Cf. Salmo
64, 2.
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