Salmo 32 |
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* (Alef 1-8) (Bet 9-16) (Guimel 17-24) (Dalet 25-32) (He 33-40) (Vau 41-48) (Zain 49-56) (Het 57-64) (Tet 65-72) (Yod 73-80) (Caf 81-88) (Lamed 89-96) (Mem 97-104) (Nun 105-112) (Samec 113-120) (Ayin 121-128) (Pe 129-136) (Sade 137-144) (Qof 145-152) (Resch 153-160) (Sin 161-168) (Tau 169-176)
Himno a la providencia de Dios
1*Cantad,
oh justos, a Yahvé,
la alabanza es propia de los rectos.
2*Celebrad
al Señor con la cítara;
con el arpa de diez cuerdas cantadle himnos.
3*Entonadle
un cántico nuevo;
tañed bien sonoramente.
4*Porque
la Palabra de Yahvé es recta,
y toda su conducta es fiel.
5*Él
ama la misericordia y la justicia,
la tierra está llena de la bondad de Yahvé.
6*Por
la Palabra de Yahvé
fueron hechos los cielos,
y todo su ornato por el soplo de su boca.
7*Él
junta como en un odre las aguas del mar,
encierra en depósitos los abismos.
8Tema
a Yahvé toda la tierra;
reveréncienle todos los pobladores del orbe.
9*Porque
Él habló y quedaron hechos;
mandó, y tuvieron ser.
10*Yahvé
desbarata los planes de las naciones,
deshace los designios de los pueblos.
11*Mas
los planes del Señor permanecen eternamente;
los designios de su corazón,
de generación en generación.
12¡Dichoso
el pueblo
que tiene por Dios a Yahvé,
dichoso el pueblo
que Él escogió para herencia suya!
13Yahvé
mira desde lo alto de los cielos,
ve a todos los hijos de los hombres.
14Desde
el lugar de su morada fija sus ojos,
sobre todos los que habitan la tierra.
15*Él,
que formó el corazón de cada uno,
presta atención a todas sus acciones.
16No
vence el rey por un gran ejército;
el guerrero no se salva por su mucha fuerza.
17*Engañoso
es el caballo para la victoria,
todo su vigor no salvará al jinete.
18Mas
los ojos de Yahvé
velan por los que le temen,
por los que esperan de su misericordia,
19que
ha de librar sus almas de la muerte,
y alimentarlos en el tiempo de hambre.
20Nuestra
alma cuenta con Yahvé;
Él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
21En
Él se regocija nuestro corazón,
y en su santo Nombre confiamos.
22*Sea,
Yahvé, sobre nosotros tu misericordia,
según lo esperamos de Ti.
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1. Este precioso Salmo, que según la Vulgata es
de David, contiene, como el 102, uno de esos
estupendos elogios de Dios en los cuales
desahoga su admiración nuestra alma cuando el
Espíritu Santo la mueve al agradecimiento.
Alabar al Padre es lo propio de los rectos de
corazón así como el cantar, dice San Agustín, es
propio del que ama. De ahí que Dios, tan
perdonador y paciente con los pecadores, como lo
mostró Jesús en cada página del Evangelio, sea
implacable con la falsa religiosidad que lo
alaba sólo de boca (Mateo 15, 8; cf. Isaías 29,
13 y la nota de San Bernardo), y proclame
indignado que “abomina del incienso” (cf. Isaías
1, 11 ss.; S- 49, 8 y 16; Sabiduría 9, 10 y
notas). Cualquiera siente profunda repugnancia
al recibir manifestaciones de afecto por parte
de personas de cuya indiferencia tiene pruebas
ciertas. “El beso de Judas no sólo no ha
concluido para el Maestro, sino que se ha
extendido hasta hoy día bajo el título de la
mundana cortesía.”
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2. Cf. Salmo 56, 9 y nota.
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3. Nótese el contraste entre esta sonora alegría
de los buenos tiempos de Israel y el Salmo 136,
3 s. Volveremos a ver esta alegría en el cántico
final (Salmo 150, 5 s. y notas). Cf. Salmo 88,
16; 99, 4 ss.
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4. Sobre la rectitud de Dios cf. Salmo 30, 6 y
nota.
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5. Las ama y por eso las ejercita, como se ve en
los versículos siguientes. La justicia es cosa
propia de Dios, pues Él es el único justo (II
Macabeos 1, 25) y la fuente de toda justicia o
santidad. Cf. Salmo 31, 2; 35, 6; Romanos 16,
27. En el Nuevo Testamento justicia es la
santidad que Dios nos da mediante la fe en su
Hijo Jesucristo (Romanos 3, 25 s.; Mateo 6, 33).
Jesús es llamado el Justo, y no practicó la
justicia en el sentido pagano de dar a cada uno
lo suyo, sino que Él pagó “lo que no había
robado” (Salmo 68, 5) y estableció la ley de
caridad que debemos practicar a imitación suya,
perdonando al prójimo cuantas veces nos
ofendiere (Mateo 18, 22). Esta ley es
obligatoria, pues si no la cumplimos no seremos
perdonados por Dios, sin lo cual todos estamos
seguros de ir al infierno (Mateo 6, 15; Santiago
2, 13). “El párroco deberá recordar a los fieles
cuánto sobrepuja la bondad y misericordia de
Dios a la justicia” (Catecismo Romano III,
capítulo 2, 36). Dios, dice Santo Tomás, no obra
nunca contra la justicia, pero sí obra más allá
de la justicia, como lo muestra Jesús en la
parábola de los obreros (Mateo 20, 13; Juan 3,
16-17, etc.). Entre los groseros errores de
Miguel Bayo (de Bay) que la Sede apostólica
condenó por boca del Papa Pío V, está el que
dice que las obras buenas de los justos no
recibirán más premio que el que merezcan según
la justicia (Denz. 1.014).
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6. Su
ornato: La Vulgata dice
su belleza,
es decir, los astros y estrellas, que se llaman
también la milicia o el ejército del cielo. Cf.
Isaías 40, 26.
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7. Véase Job 38, 22 ss.
Los abismos: Cf. Génesis 1, 9 ss. Sobre las maravillas de la
naturaleza, véase el Salmo 103 y sus notas.
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9. Cf. versículo 6. Ese infinito poder de Dios
se ejerce por su Palabra o Verbo (Juan 1,13;
Salmo 148, 5). El Verbo se hizo hombre, tomando
en su Humanidad santísima el dulce hombre de
Jesús. Jesús es la Palabra (el Logos) del Padre,
quien todo lo hace por amor a Él, para Él y por
medio de Él (cf. I Corintios 8, 6). Aquí, como
en Salmo 148, 5, se trata de que todas las
creaturas agradezcan al Padre ese don de la
existencia que les dio por el Hijo. Bien se ve
por esto que el concepto cristiano del Logos es
muy distinto del que esa voz griega tenía en los
filósofos antiguos, para los cuales significaba
“la razón”. La diferencia entre ambos es tanta
como la que hay entre la tierra y el cielo
(Isaías 55, 8 ss. y notas), entre lo humano y lo
divino (Salmo 91, 6; Sabiduría 17, 1 y notas),
entre lo natural psíquico y lo sobrenatural
espiritual (I Corintios 2, 10-16 y notas). La
confusión o mezcla de estos conceptos lleva a
los extravíos contra los cuales nos previene San
Pablo en Colosenses 2, 8. Cf. Hechos 17, 16 ss.
y notas.
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10. Pocos creen de veras en esto, aunque la
misma historia contemporánea lo confirma a cada
paso con los más sorprendentes acontecimientos
(cf. I Corintios 1, 19-20; Isaías 8, 10; 19, 3;
29, 14; 28, 9; 55, 8 s.; Salmo 93, 11). ¿Qué
podría esperar aquí abajo la humanidad cuando
cae bajo el capricho omnímodo de los tiranos,
sino fuera por esta altísima Providencia que los
deshace en el momento oportuno, aunque por un
tiempo azote con ellos a los pueblos para
saludable humillación? Él es el que se ríe de
los poderosos (Salmo 2, 4), que endiosando el
poder dicen, con el filósofo Hegel: “El Estado
es la idea moral realizada, la esencia de la
moralidad que ha llegado a tener conciencia de
sí misma, el todo moral, la voluntad divina
presente, encarnada, universal, lo infinito y
absolutamente racional, el espíritu convertido
en real, viviente, obrando y desarrollándose: el
espíritu total.” Cf. Salmo 11, 5; 16, 4 y notas.
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11 ss. Alude el salmista a los falaces planes de
los gentiles, que conspiran para arruinar al
pueblo de Dios, al cual Él llama su herencia
(cf. Deuteronomio 4, 6 ss.; 33, 29) y sobre el
cual tiene inagotables designios de
misericordia. Cf. Salmo 104, 14 ss. y nota. Este
versículo y el 19 forman el Introito de la nueva
Misa del Sagrado Corazón. Véase Salmo 17, 20 y
nota.
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15. Él,
que formó el corazón, etc.: Se refiere a que
Él es el creador de todos sin excepción (cf.
Zacarías 12, 1). San Agustín, aplicándolo en
sentido espiritual, dice: “Con las manos de su
gracia y con las de su misericordia forma Dios
los corazones, cada uno de por sí, pero sin
romper la unidad que los junta a todos en
Cristo.”
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17.
Engañoso: literalmente:
mentiroso,
porque hace creer con su apostura que nadie
podrá vencerlo. Admirable verdad que debiera
hacernos desconfiar sistemáticamente de toda
grandeza humana, no ya sólo de los caballos sino
de los imperios, que Dios disipa como el humo.
Véase Salmos 17, 35; 43, 7; 48, 7; I Reyes 14,
6.
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22. Este versículo, que forma el final del Te
Deum, contiene una admirable doctrina. Así como,
según el Padrenuestro, Dios nos perdona en
cuanto nosotros perdonamos, así también Él nos
hace misericordia en la proporción en que la
esperamos. Es el sentido de las palabras de
Jesús: Según vuestra fe, así os sea hecho (Mateo
9, 29). Véase Salmos 16, 7; 36, 40; 146, 11. De
ahí la importancia máxima que tiene el creer en
la misericordia de Dios, fruto del amor con que
nos ama. Pero es muy difícil creer en esta
maravilla si no conocemos bien todo el Evangelio
(véase I Juan 4, 16; Efesios 2, 4; Gálatas 2,
20. etc.). En efecto, el saberse amado por Dios
es el resorte más poderoso y eficaz que existe
para la vida espiritual; pero el que no conoce
la predilección de Dios por los miserables no
puede sentirse amado por Él, a menos de creerse
merecedor de ese amor e incurrir en detestable
presunción farisaica. En cambio, el que a través
de mil revelaciones de Cristo ha descubierto esa
sorprendente inclinación del Padre hacia el hijo
pródigo, como Jesús la tuvo hacia los pecadores
y enfermos, hacia Magdalena, hacia la adúltera,
hacia Zaqueo, etc., se coloca en la más
auténtica humildad, pues funda esa fe no en sus
méritos sino en su miseria y necesidad. Tal es
la importancia insuperable de estudiar a fondo
el Evangelio, pues sin eso en vano pretenderemos
comprender algo tan asombroso como esa
“debilidad” de Dios hacia los que nada merecen.
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