Salmo 37 |
|
* (Alef 1-8) (Bet 9-16) (Guimel 17-24) (Dalet 25-32) (He 33-40) (Vau 41-48) (Zain 49-56) (Het 57-64) (Tet 65-72) (Yod 73-80) (Caf 81-88) (Lamed 89-96) (Mem 97-104) (Nun 105-112) (Samec 113-120) (Ayin 121-128) (Pe 129-136) (Sade 137-144) (Qof 145-152) (Resch 153-160) (Sin 161-168) (Tau 169-176)
Invocación del justo atribulado (Cristo en la Pasión)
1*Salmo de David. Para recuerdo.
2Yahvé,
no me arguyas en tu ira,
ni me castigues en tu furor.
3*Mira
que tengo clavadas tus flechas,
y tu mano ha caído sobre mí.
4*A
causa de tu indignación
no hay en mi carne parte sana,
ni un hueso tengo intacto,
por culpa de mi pecado.
5Es
que mis iniquidades
pasan sobre mi cabeza,
me aplasta el peso de su carga.
6*Mis
llagas hieden y supuran,
por culpa de mi insensatez.
Inclinado, encorvado hasta el extremo,
en mi tristeza
ando todo el día sin rumbo;
8mis
entrañas se abrasan de dolor,
no queda nada sano en mi cuerpo.
9Languidezco
abrumado;
los gemidos de mi corazón me hacen rugir.
10Señor,
a tu vista están todos mis suspiros,
y mis gemidos no se te ocultan.
11Palpita
fuertemente mi corazón;
las fuerzas me abandonan,
y aún me falta la luz de mis ojos.
12*Mis
amigos y compañeros
se han apartado de mis llagas,
y mis allegados se mantienen, a distancia.
13*Me
tienden lazos
los que atentan contra mi vida;
los que buscan mi perdición
hablan de amenazas
y forman todo el día designios aviesos.
14*Yo
entretanto, como sordo, no escucho;
y soy como mudo que no abre sus labios.
15Me
he hecho semejante
a un hombre que no oye
y que no tiene respuesta en su boca;
16*porque
confío en Ti, oh Yahvé,
Tú responderás, Señor Dios mío.
17*Yo
he dicho en efecto:
“No se alegren a costa mía,
y no se ensoberbezcan contra mí
al vacilar mi pie.”
18*Pues
me encuentro a punto de caer,
y tengo siempre delante mi flaqueza,
19*dado
que confieso mi culpa
y estoy lleno de turbación por mi delito;
20en
tanto que son poderosos
los que injustamente me hacen guerra,
y muchos los que me odian sin causa.
21Y
los que devuelven mal por bien
me hostilizan,
porque me empeño en lo bueno.
22No
me abandones, oh Yahvé;
Dios mío, no quieras estar lejos de mí.
23Apresúrate
a socorrerme,
Yahvé, salvación mía.
*
1. Este Salmo, que comienza como el Salmo 6, es
el tercero de los siete penitenciales, y
contiene la más honda descripción de un alma
penitente, víctima del dolor y de la
persecución. Los santos Padres han visto en él
muy de veras la oración de Cristo doliente,
víctima de los pecados del mundo, los cuales Él
ha tomado sobre sí (versículos 4, 5 y 19) para
poder purgarlos. El versículo 21 muestra que es
un santo quien habla en él, o sea que aquellas
culpas no eran suyas. La Vulgata agrega al
epígrafe las palabras
“en
Sábado”, probablemente para indicar que el
Salmo se recitaba durante la parte de la ofrenda
llamada
“recuerdo” (Levítico 2, 2; 24, 7),
sacrificio de harina y aceite que se quemaba
sobre el altar. Según San Agustín y San
Gregorio, significarían estas palabras: “para recuerdo de la quietud perdida junto con el estado de
inocencia, o de la prometida en la resurrección
de los justos”.
*
3. Palabras desgarradoras y sublimes en boca de
Cristo, que encierran todo el misterio de la
Redención; Dios, a ruego de su Hijo santísimo,
dejó que sobre Éste cayera el castigo tremendo
que los viles esclavos del pecado merecíamos por
todas nuestras infamias hasta el fin de los
tiempos (véase Hebreos 10, 5-10; cf. Salmo 39, 7
y nota). Ejerció sobre Él la justicia para que a
nosotros nos quedase la misericordia (Romanos 4,
25). Cf. los Salmos 21 y 68.
*
4. Jesús llama suyas nuestras culpas, y así
cargado con ellas, se muestra a su Padre en
estado de pura contrición, es decir: sin
intentar la menor explicación o justificación
(cf. Salmo 21, 7). En esta abyección suprema,
aceptada por quien era la Santidad infinita,
consistió la Pasión del alma de Jesús, la agonía
que se manifestó en Getsemaní por el sudor de
sangre. Véase Salmo 39, 13.
*
6 ss.
Insensatez: Pecado. En el Antiguo
Testamento, especialmente en los Libros
sapienciales, el pecado es llamado “necedad”,
“locura”, porque no la hay más grande que
sublevarse contra la Omnipotencia, la Sabiduría
y la Bondad del Padre celestial. Es Jesús quien
así se proclama necio y culpable, en lugar
nuestro. Nosotros, en cambio, queremos siempre
aparecer dignos de aprobación y aun de aplauso
(cf. Juan 5, 44 y nota); y si alguien nos llama
necio, consideramos que el “honor” nos obliga a
rebelarnos. ¡Feliz quien comprende el abismo que
hay entre el mundo y Cristo! Sobre la falacia
del concepto mundano del honor, véase Ezequiel
16, 55 y nota. En los versículos que siguen
tenemos una de las más intensas pinturas que
existen de la sacratísima Pasión de Jesús, que
nos ayuda grandemente a unirnos a Él, a mirarlo
y admirarlo como el Santo por excelencia, cuyos
ejemplos y lecciones nos ilustran y santifican
infinitamente más que si estudiáramos a todos
los santos. Hablando a su clero el sabio y
piadoso Mons. Keppler, buen conocedor de la
Sagrada Escritura, le hacía notar cómo ella se
empeña en mostrarnos, en contraste con la
conducta de Jesús, siempre acertada y
aleccionadora (cf. Juan 8, 46), las miserias y
caídas de los apóstoles, las vanas promesas de
Pedro, las bravatas de Tomás (Juan 11. 16) y su
falta de fe (Juan 20, 24 ss.) y la incomprensión
de todos ellos, los cuales —decía— “se gozarán
hoy sumamente de haber quedado bien humillados e
insignificantes en el Evangelio, para que sus
fallas nos sirvieran de enseñanza y estimulo, y
su oscuridad, lo mismo que el silencio casi
absoluto que el Evangelio guarda sobre la
Virgen, dejasen ver en toda su plenitud al
Modelo que nuestros ojos han de contemplar
constantemente, según San Pablo, como «autor de
nuestra fe» (Hebreos 12, 2)”.
*
12. Algunos traducen el segundo hemistiquio:
“Mis allegados me hacen oprobios desde lejos”:
Véase Job 2, 13.
*
13. ¡Oír que nos están calumniando, ver la
sinrazón, la ceguera que triunfa y se impone, y
aceptarla con gusto porque así procurará el bien
de los que amamos, que son esos mismos enemigos
que nos están dañando! Así obró Jesús, y así
tras Él, pero con Él, sus amigos. Él estuvo solo
y redimió en carne propia. Nosotros, por la fe,
unidos a Él que habita y sufre en nuestro
corazón.
*
14 s. Así pinta Isaías a Jesús, silencioso como
la oveja que sin protesta ni resistencia se deja
llevar a la muerte (Isaías 53, 7; Salmo 38, 3).
Así también lo vemos en el Evangelio (Mateo 26,
63; Marcos 14, 61).
*
16. Tú
responderás (como observa Calès, mejor que
Tú escucharás): Por eso yo me callo como un mudo (versículo 14 s.).
Aquí está el secreto de esa fortaleza de Jesús
en su Pasión: su solo consuelo era el saber que
el Padre lo amaba a pesar de todo. Esta certeza
es también para nosotros la única fuerza y
alegría en las pruebas de esta vida que huye.
*
17. Vemos aquí pintado lo que es el mundo, que
se envalentona tanto más cuanto más nos ve
caídos. Hasta el día en que resolvemos
despreciarlo y buscar la felicidad en Jesús, y
la descubrimos en su conocimiento y su amor.
*
18. ¡Qué palabras en boca de Jesús! Cf. Salmo
68, 21 y nota. “El verdadero sentido debe ser
que el pecador penitente está seguro de no tener
por sí solo bastante fuerza y fe para salir de
su abatimiento físico y moral” (Desnoyers). De
aquí la doctrina de la Iglesia: “Ningún
miserable es librado de sus miserias, sino aquel
a quien la misericordia de Dios se anticipa.”
Esta doctrina se apoya en los Salmos 78, 8; 58,
11; 76, 11 (Denz. 187).
*
19 ss. Él contraste con lo que sigue define
maravillosamente la posición de Cristo, el
Redentor. El mismo que es hostilizado porque se
empeña en lo bueno (versículo 21) y es odiado
sin causa (versículo 20), se presenta aquí como
si fuese pecador (cf. versículo 5). ¿Qué culpas
son ésas sino las nuestras? ¡A Él correspondió
en grado sumo la bienaventuranza de ser
perseguido por causa de la justicia! (Mateo 5,
10). Si al Salmo 36 le discuten muchos modernos
el origen davídico, no obstante la afirmación
del epígrafe, suponiendo que, por su estilo y
forma, puede ser “postexílico”, la presente
oración nos parece en cambio muy propia del Rey
Profeta que, ya inocente y perseguido, ya
culpable y arrepentido como en el Salmo 50,
expresó como nadie, junto a los esplendores del
Rey venturo, los más íntimos lamentos del alma
de Cristo.
|