Salmo 144 |
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Bondad y majestad del Dios Rey
1*Alabanza. De David.
A Ti, mi Dios Rey, ensalzaré,
y por los siglos de los siglos
bendeciré tu Nombre.
2Te
bendeciré cada día;
y alabaré tu Nombre
por los siglos de los siglos.
3*Grande
es Yahvé
y digno de suma alabanza;
su grandeza es insondable.
4Una
generación anuncia a la otra tus obras,
y proclama tu poder.
5Hablan
de la magnífica gloria
de tu Majestad,
y divulgan tus maravillas.
6Cuentan
el poderío terrible de tus hechos,
y publican tus grandezas.
7Rememoran
el elogio de tu inmensa bondad,
y se gozan de tu justicia (diciendo):
8*
“Yahvé es benigno y misericordioso,
magnánimo y grande en clemencia.
9Yahvé
es bueno con todos,
y su misericordia se derrama
sobre todas sus creaturas.”
10*Todas
tus obras te alabarán, Yahvé,
y tus santos te bendecirán.
11*Publicarán
la gloria de tu reino,
y pregonarán tu potestad,
12haciendo
conocer a los hijos de los hombres
tu poder
y el magnífico esplendor de tu reino:
13*Tu
reino es reino de todos los siglos;
y tu imperio, de generación en generación.
Yahvé es digno de confianza
en todas sus palabras,
y benévolo en todas sus obras.
14*Yahvé
sostiene a todos los que caen,
y levanta a todos los agobiados.
15*Los
ojos de todos te miran esperando,
y Tú les das a su tiempo el alimento.
16Tú
abres la mano
y hartas de bondad a todo viviente.
17*Yahvé
es justo en todos sus caminos,
y santo en todas sus obras.
18*Yahvé
cerca está de cuantos le invocan,
de todos los que le invocan de veras.
19*Él
hace la voluntad de los que le temen,
oye su clamor y los salva.
20*Yahvé
conserva a todos los que le aman,
y extermina a todos los impíos.
21Mi
boca dirá la alabanza de Yahvé;
y toda carne bendecirá su santo Nombre
por los siglos de los siglos.
*
1. “El reino de Dios, dice el P. Lagrange, está
descrito en este Salmo en toda su amplitud
universal y sin fin.” El hebreo y las versiones
señalan como autor a David y no vemos razones
suficientes para negar al gran rey poeta y
profeta la paternidad de esta “oda magnífica”,
de la cual decían los rabinos que todo el que
cada día recitase tres veces tal alabanza
estaría seguro de ser salvo. Es en el hebreo un
Salmo alfabético y falta el versículo
correspondiente a la letra Nun (versículo 13);
pero felizmente lo conocemos por las versiones
antiguas.
*
3 ss. Vemos aquí, hasta el versículo 9, la
alabanza anunciada en el versículo 2, que el
salmista entona en un presente profético (cf.
versículo 10).
*
8. Es el cántico de las generaciones, con una
alabanza que es la más agradable a Dios, porque
se refiere a su bondad. Cf. Salmos 102, 13; 135,
1 y notas. “Cuando considero aquella vuestra
gran misericordia que, según el testimonio de
vuestro profeta, va delante de todas vuestras
obras, luego un frescor alegre de esperanza
recrea y esfuerza mi ánima entristecida” (Fray
Luis de Granada).
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10. El salmista vuelve a hablar en futuro:
“Te
alabarán”. Así el hebreo, más exacto según
el contexto (cf. versículo 11) que
“te
alaben” (Vulgata). La Liturgia usa este
texto, junto al de Salmo 149, 5, donde tus
santos son como aquí en primer lugar los justos
del Antiguo Testamento
(“hasidim”), a los cuales se dirige el
salmista.
“Todas tus obras”: Es decir, las hazañas de
tu bondad (versículos 4 ss.) y también todas las
creaturas, las cuales, hoy sujetas a vanidad
(Romanos 8, 19-23; Génesis 3, 17 s.), “esperan
con dolores de parto la manifestación de la
gloria de los hijos de Dios”, en que ellas lo
alabarán con los justos y “Él las armará contra
sus enemigos” (Sabiduría 5, 16-24; Isaías 11,
6-9; 65, 25). Ya en la historia de Israel se
vieron algunas maravillas de este género en la
naturaleza (Sabiduría 16, 17 ss.; 19, 11-20,
etc.).
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11. Uno de los grandes goces de los justos será
pregonar el cumplimiento de las admirables
promesas de Dios para que todos lo alaben.
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13. A este reino se refiere el P. Lagrange (nota
1). Es el reino de Cristo que no tendrá fin,
como dice el Credo, y el reino de Dios cuyo
advenimiento pedimos en el Padrenuestro (cf.
Apocalipsis 11, 15). Sobre los esplendores. del
reino mesiánico, cf. Salmos 67, 31; 71, 1 ss. y
notas. Los dos hemistiquios finales, omitidos
por el hebreo (cf. nota 1), se hallan en la
versión griega de los LXX y en la Peschitto
siríaca. “Digno de confianza”: Es decir, fiel, por lo cual merece que nos
fiemos de Él.
*
14. Si creemos esto, que es verdad también en lo
espiritual, nada tenemos que temer (I Juan 2, 3
s.), y si hemos caído, nos levantaremos
fácilmente, aunque fuese del fondo del abismo (I
Juan 2, 1 s.).
*
15 s. En las fórmulas de bendición de la mesa
suelen usarse estas expresivas imágenes de la
Providencia divina (cf. Salmos 103, 21-30; 146,
9; Job 38, 41). Dios sabe lo que necesitamos
antes de que le pidamos (Mateo 6, 32).
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17. Vemos aquí la disposición fundamental del
cristiano: pensar bien de Dios (Sabiduría 1, 1),
sin lo cual no podemos llegar a amarlo. Nada más
ingrato (para Dios que nos ha dado su Hijo) que
la protesta o blasfemia tan frecuente, que se
atreve a decir ¿qué mal he hecho yo a Dios para
que me trate así? Nuestro Padre nos deja que nos
quejemos cuanto queramos, como débiles niños,
según lo hizo Job (capítulo 6 s.). Pero ¡ay del
que pretendiera tener razón contra Dios! Cf.
Salmo 50,6 y nota; Job 9, 14 s.; Daniel 9, 4-10;
Nehemías 1, 5.
*
18.
Cuántos le invocan de veras: el apóstol
Santiago explica esto en su Epístola (1, 6-7; 4,
2 ss. y notas).
*
19. Como dice Santa Teresa de Ávila, si
estudiamos bien la suavidad del Padre celestial,
veremos que es Él quien obedece al hombre, según
aquí se nos enseña. Cf. Salmo 36, 4; I Juan S,
14. Claro está que, como muestran estos textos,
se trata de las almas que aman, es decir, que no
son dobles y quieren identificarse con la verdad
y el bien, pues la bondad de Dios, siendo
perfecta, no puede ser condescendencia sino
perdón. La bondad de los hombres si está a
menudo en condescender, renunciando a la
voluntad propia por ceder a la ajena (Mateo 5,
41). Pero si Dios renunciara a su voluntad —que
quiere siempre nuestro verdadero bien con una
sabiduría tan infinita como su amor— por
condescendencia con los caídos hijos de Adán,
sería como reconocer que Él había estado
equivocado. ¡Y luego lloraríamos con lágrimas de
sangre nuestro horrible triunfo sobre Él! Por
dicha nuestra, la voluntad amorosa del Padre se
realiza en nosotros tan implacablemente como
cuando un padre arranca a su hijo un arma con
que iba a lastimarse, y su condescendencia
consiste en perdonarnos tantos errores y culpas
y sobre todo en darnos su Espíritu (Salmo 50,
13), que nos hace comprender y amar y agradecer,
humillados, la suavísima firmeza de esa voluntad
divinamente generosa contra la cual se alza
siempre, al principio, la mezquina insensatez de
nuestra carne. ¿Qué mayor luz y fuerza
psicoanalítica para traer al campo de la
conciencia lo que nos desconcertaba ocultándose
en lo subconsciente? La Biblia, al descubrirnos
así los repliegues y las fallas tanto en nuestro
hombre corporal ó físico (Gálatas 5, 16-23)
cuanto en nuestro hombre psíquico, según lo
llama literalmente San Pablo en I Corintios 2,
14, realiza lo que vemos en Hebreos 4, 12 s.:
discernir entre el alma natural (psiquis) y el
espíritu (pneuma), como en I Tesalonicenses 5,
20, enseñándonos y conduciéndonos a alcanzar al
hombre espiritual o “pneumático” (I Corintios 2,
10), para el cual la Ley ha sido sustituida por
la gracia (Romanos 6, 14; 8, 2; Gálatas 3, 18;
5, 18 y 23; I Timoteo 1, 9; cf. Salmo 24, 8 y
nota), porque su móvil es el amor (ibíd. 22).
¿Puede darse un ideal y un fruto más elevado y
positivo de psicoanálisis? Vemos así cosas que
nos parecen paradójicas, como esa de que si uno
que ha pecado viene arrepentido, Dios le abre
los brazos como al hijo pródigo, y si uno que se
cree justo viene a pretender que se le apruebe
la más leve falta contra el prójimo, será
rechazado inexorablemente. ¿Cómo así, puesto que
su conducta es mejor que la del otro que ya
pecó? Es que para Dios —que juzga según los
corazones— no es mejor sino mucho peor porque
éste pretende justificarse como el fariseo del
Templo, quien agregó a sus pecados uno nuevo, el
de la soberbia, mientras que el otro se acusa
como el publicano (Lucas 18, 9 ss.).
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20 s. Es bien comprensible el plan del Creador
sobre sus creaturas, que se sintetiza en este
final. Él les ofrece su amor e identificándolas
con su Hijo único, que las redimió de una
irremediable perdición, las llama a compartir su
felicidad infinita y eterna. Se explica, pues,
que si alguien rechaza esa oferta asombrosamente
generosa, sea suprimido del banquete de la
eternidad.
Toda carne (cf. Salmo 64, 3): Según Calès es
el anuncio del exterminio de todos los
pecadores. Cf. Salmos 36, 38; 72, 19 s.; 103,
35; Mateo 13, 39-42.
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