Salmo 54 |
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* (Alef 1-8) (Bet 9-16) (Guimel 17-24) (Dalet 25-32) (He 33-40) (Vau 41-48) (Zain 49-56) (Het 57-64) (Tet 65-72) (Yod 73-80) (Caf 81-88) (Lamed 89-96) (Mem 97-104) (Nun 105-112) (Samec 113-120) (Ayin 121-128) (Pe 129-136) (Sade 137-144) (Qof 145-152) (Resch 153-160) (Sin 161-168) (Tau 169-176)
Ansias de huir a la soledad
1*Al maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Maskil de David.
2Escucha
oh Dios, mi oración,
y no te escondas de mi súplica.
3*Atiéndeme,
inclina tu oído.
Vago gimiendo y sobresaltado
[y estoy turbado]
4*ante
las amenazas del enemigo
y la opresión del inicuo;
se acumulan calamidades sobre mí
y me asaltan con furor.
5El
corazón tiembla en mi pecho,
y me acometen mortales angustias.
6El
temor y el terror me invaden,
y me envuelve el espanto.
7*Y
exclamo: “¡Oh si tuviera yo alas
como la paloma
para volar en busca de reposo!”
8Me
iría bien lejos a morar en el desierto.
9Me
escaparía al instante
del torbellino y de la tempestad.
10*Piérdelos,
Señor; divide sus lenguas,
pues en la ciudad
veo la violencia y la discordia
11*rondar
día y noche sobre sus muros;
y en su interior hay opresión y ruina.
12La
insidia impera en medio de ella,
y de sus plazas no se apartan
la injuria y el engaño.
13Si
me insultara un enemigo,
lo soportaría;
si el que me odia
se hubiese levantado contra mí,
me escondería de él simplemente.
14*Pero
eres tú, mi compañero,
mi amigo y mi confidente,
15con
quien vivía yo en dulce intimidad,
y subíamos en alegre consorcio
a la casa de Dios.
16*Sorpréndalos
la muerte;
vivos aún desciendan al sepulcro,
porque la maldad reina en sus moradas
[y en ellos mismos].
17Mas
yo clamaré a Dios,
y Yahvé me salvará.
18*Me
lamentaré y lloraré
a la tarde, a la mañana, a mediodía,
y Él oirá mi voz.
19Me
sacará sano y salvo de los asaltos,
aunque son muchos contra mí.
20Me
escuchará Dios y los humillará
Él, que es eternamente.
Porque no hay modo de convertirlos,
y no temen a Dios.
21Cada
cual levanta su mano
contra el amigo,
y violan la fe jurada.
22*Más
blando que manteca es su rostro,
pero su corazón es feroz;
sus palabras, más untuosas que el aceite,
son espadas desnudas.
23*Deja
tu cuidado a cargo de Yahvé,
y El te sostendrá.
Nunca permitirá que el justo caiga;
24mas
a ellos, oh Dios,
los harás descender a la fosa.
No llegarán a la mitad de sus días
esos hombres sanguinarios y fraudulentos.
Yo, empero, pongo en Ti mi confianza, oh Señor.
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1. Sobre el epígrafe véase Salmos 31, 1; 53, 1 y
notas.
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3. Trascienden a través de estas estrofas las
ansiedades que David experimentó en los días más
tristes de su vida, cuando los enemigos, entre
ellos probablemente también su hijo Absalón
(versículo 14), sembraban desolación y ruina en
las calles de Jerusalén. En sentido típico este
Salmo de tan dolorosas experiencias se aplica a
Jesucristo vendido por Judas (versículo 14 y
nota). Las palabras entre corchetes son un
agregado que alarga el estiquio y no añade,
antes bien quita fuerza a la expresión.
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4. Alusión a los gritos del pueblo rebelde e
instigado por agitadores, que pide la muerte del
rey. Pintura anticipada de aquella escena ante
el tribunal de Pilato, donde los soldados
romanos lo llenan de golpes e injurias mientras
el pueblo judío, que antes lo seguía y lo
aclamaba como rey, movido por la Sinagoga, grita
a voces: “¡Crucifícale!” (Mateo 27, 23).
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7 ss. Véase Jeremías 9, 2 s. Ansia de soledad y
silencio, lejos de los horrores de la ciudad
(cf. Eclesiástico 7, 16 y nota); envidiable
vocación que nos brinda la mejor parte, la de
María, la que nadie nos disputará, porque el
mundo prefiere la ciudad, inventada por Caín
(Génesis 4, 17). En el retiro nos habla Dios al
corazón (Cantar de los Cantares 1, 8; 8, 5; Oses
2, 14) y su palabra nos da el Espíritu “que
siempre está pronto” (Mateo 26, 41; II Timoteo
3, 16 s.) y que produce fruto infaliblemente
(Salmo 1, 1-3). He aquí la escondida senda de
los sabios. Cf. Eclesiástico 39, 1-3.
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10.
Piérdelos: Literalmente:
trágalos,
aludiendo quizás al castigo de Coré y los
levitas (cf. versículo 16).
Divide sus
lenguas: Evidente alusión a Babel (Génesis
11, 7-9).
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11. Extraña ronda de protección, imagen de la
turbulencia y anarquía que reina en la ciudad y
que puede aplicarse a tantas situaciones de la
historia. El rey parece perdido. Sólo Dios puede
sacarlo de la ruina inminente.
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14. Se trata sin duda de Aquitófel “consejero y
compañero de mesa del rey” (II Reyes 15, 6 ss.).
Este traidor, cuya felonía es tanto más dolorosa
para el amigo cuanto mayor era la intimidad, es
figura de Judas (cf. Salmo 40, 10 y nota).
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16. Vivos
aún desciendan al sepulcro: Como en el caso
de Coré, Datán y Abirón, a quienes tragó la
tierra (Números cap. 21).
Y en ellos
mismos, o,
en medio
de ellos: Probablemente fue añadido como
glosa.
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18. Alude a los tres tiempos en que solían
rezarse las oraciones cotidianas en el Templo y
en la casa del rey. Estos lamentos y gemidos,
muy frecuentes en el pueblo escogido y en los
amigos de Dios, muestran que no es malo quejarse
como un hijo débil. Al Padre celestial le agrada
consolarnos. Véase Job capítulo 6. El estoicismo
no es espíritu cristiano, porque se funda en la
soberbia que confía en sí misma.
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22. Esta elocuencia que abunda en los Salmos
para pintar al vivo la humana iniquidad, suele
parecer excesiva y pesimista al que no está
familiarizado con la Escritura y penetrado de
nuestra innata decadencia a causa del pecado.
Muy a menudo la olvidamos o llegamos a creer que
Cristo la borró automáticamente con su muerte.
Grave error que falsea no pocas veces nuestra
vida espiritual. Jesús, el Maestro manso y
humilde de corazón, fue más crudo que nadie para
dejar bien sentada la triste verdad de que por
naturaleza estamos inclinados al mal (cf. Juan
2, 24 y nota). Su bondad infinita y su
misericordia, hija de un verdadero amor, no
fueron para elogiarnos como buenos sino a la
inversa para perdonarnos si confesamos nuestra
miseria (I Juan 1, 8 s.), pues vino a buscar a
los pecadores (cf. Lucas 5, 32 y nota). Véase
también en Eclesiástico 12, 10; 19, 24; 26, 12;
27, 14, etc., varios datos preciosos para
conocer en el trato diario la doblez de los
hombres, precisamente cuando se muestran tan
amables.
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23 s. No se cansa Dios de repetirnos la
invitación a que confiemos en Él (cf. I Pedro 5,
7) y la promesa de que Él obrará maravillas a
cambio de esa confianza (cf. Salmos 32, 22; 36,
5 y el caso del rey Asá en II Paralipómenos 16,
12 s). Jesús lleva esa promesa al máximo
imaginable (Mateo 6, 30 ss.), pero allí mismo
nos llama “de poca fe”, porque ve muy bien que
nos falta la confianza absoluta. A través de
toda la Biblia nos enseña Dios que el progreso
en la vida espiritual no responde a tal o cual
fórmula de ascética más o menos técnica, sino
simplemente a creer más. Y esa fe, que también
es don del Padre, crece en la medida en que
crecemos en el conocimiento de sus palabras,
pues eso es precisamente la fe: el crédito y
asentimiento prestado a la palabra de Dios que
revela. Se refiere de un santo que en sus
últimos años le decía a Dios: “Padre, estoy
empezando a creer que es verdad lo que Tú me
dices en la Escritura: que me quieres como a
hijo y me prometes lo mismo que a tu Hijo
Jesús.” Y como un compañero se extrañase de que
recién empezara a creer, le contestó el santo:
“Si yo supiera creer en eso de veras, aunque
sólo fuese tanto como solemos creer en las
promesas de otro hombre, ya me habría muerto de
felicidad. ¿Quieres más prueba de que nuestra fe
no es ni siquiera como el grano de mostaza?
(Mateo 17, 20). Y sin embargo ése es el único
pecado de que no nos acusamos nunca ante Dios,
porque no creemos cometerlo, y aun somos capaces
de decir: ‘yo tengo mucha fe’.” Y agregaba: “Lo
que más nos halaga a todos es que nos quieran, y
sobre todo las personas importantes o los
príncipes. Viene Jesús y nos dice que su Padre
nos ama tanto como a Él y que Él nos ama como lo
ama a Él su Padre. Y nosotros leemos esto y
seguimos tan indiferentes. ¿Por qué, sino porque
no lo creemos? ¿Te sorprende ahora que yo esté
recién empezando a creer?”
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