LUCAS 9 |
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22 | 23 | 24 |
Misión de los apóstoles.
1
Habiendo llamado a los Doce, les dio
poder y autoridad sobre todos los demonios, y para curar
enfermedades.
2
Y los envió a pregonar el reino de Dios y a sanar a
los enfermos.
3
Y les dijo*:
“No toméis nada para el camino, ni bastón, ni bolsa, ni
pan, ni dinero, ni tengáis dos túnicas.
4
En la casa en que entrareis, quedaos, y
de allí partid*.
5
Y dondequiera que no os recibieren, salid de esa
ciudad y sacudid el polvo de vuestros pies, en
testimonio contra ellos”.
6
Partieron, pues, y recorrieron las aldeas, predicando
el Evangelio y sanando en todas partes.
7 Oyó Herodes, el tetrarca, todo lo
que sucedía, y estaba perplejo, porque unos decían que
Juan había resucitado de entre los muertos,
8
otros que Elías había aparecido, otros que uno de los
antiguos profetas había resucitado.
9
Y decía
Herodes: “A Juan, yo lo hice decapitar, ¿quién es, pues,
éste de quien oigo decir tales maravillas?” Y procuraba
verlo.
Multiplicación de los panes.
10
Vueltos los apóstoles le
refirieron (a Jesús) todo
lo que habían hecho. Entonces, tomándolos consigo, se
retiró a un lugar apartado, de una ciudad llamada
Betsaida.
11 Y habiéndolo
sabido las gentes, lo siguieron. Él los recibió, les
habló del reino de Dios y curó a cuantos tenían
necesidad de ello*.
12 Mas al declinar
el día los Doce se acercaron a Él para decirle: “Despide
a la multitud, que vayan en busca de albergue y alimento
a las aldeas y granjas de los alrededores, porque aquí
estamos en despoblado”.
13
Les dijo: “Dadles
vosotros de comer”. Le contestaron: “No tenemos más que
cinco panes y dos peces; a menos que vayamos nosotros a
comprar qué comer para todo este pueblo”.
14 Porque eran como
unos cinco mil hombres. Dijo entonces a sus discípulos:
“Hacedlos recostar por grupos como de a cincuenta”.
15
Hiciéronlo así y
acomodaron a todos.
16 Entonces tomó los
cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo,
los bendijo, los partió y los dio a sus discípulos para
que los sirviesen a la muchedumbre*.
17
Todos comieron hasta
saciarse, y de lo que les sobró se retiraron doce
canastos de pedazos.
Confesión de Pedro.
18
Un día que estaba orando a solas*,
hallándose con Él sus discípulos, les hizo esta
pregunta: “¿Quién dicen las gentes que soy Yo?”
19
Le respondieron diciendo: “Juan el Bautista; otros,
que Elías; otros, que uno de los antiguos profetas ha
resucitado”.
20
Díjoles: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” Pedro
le respondió y dijo: “El Ungido de Dios”*.
21
Y Él les recomendó con energía no decir esto a nadie*,
22
agregando: “Es
necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea
reprobado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y
por los escribas, que sea muerto, y que al tercer día
sea resucitado”.
Negación del yo.
23
Y a todos les decía: “Si alguno quiere
venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo*,
tome su cruz cada día, y sígame.
24
Porque el que quiera salvar su vida, la
perderá; mas el que pierda su vida a causa de Mí, la
salvará*.
25
Pues ¿qué
provecho tiene el hombre que ha ganado el mundo entero,
si a sí mismo se pierde o se daña?
26
Quien haya, pues, tenido vergüenza de Mí y de mis
palabras, el Hijo del hombre tendrá vergüenza de él,
cuando venga en su gloria, y en la del Padre y de los
santos ángeles.
27
Os digo, en
verdad, algunos de los que están aquí, no gustarán la
muerte sin que hayan visto antes el reino de Dios”*.
La gloriosa Transfiguración.
28
Pasaron como ocho días después de estas
palabras, y, tomando a Pedro, Juan y Santiago, subió a
la montaña para orar*.
29
Y mientras
oraba, la figura de su rostro se hizo otra y su vestido
se puso de una claridad deslumbradora.
30
Y he aquí a dos hombres hablando con Él: eran Moisés
y Elías,
31
los cuales, apareciendo en gloria, hablaban del éxodo*
suyo que Él iba a verificar en Jerusalén.
32
Pedro y sus compañeros estaban agobiados de sueño,
mas habiéndose despertado, vieron su gloria y a los dos
hombres que estaban a su lado.
33
Y en el momento en que se separaban de Él, dijo Pedro
a Jesús: “Maestro, bueno es para nosotros estarnos aquí;
hagamos, pues, tres pabellones, uno para Ti, uno para
Moisés, y uno para Elías”, sin saber lo que decía.
34
Mientras él decía esto, se hizo una nube que los
envolvió en sombra. Y se asustaron al entrar en la nube.
35
Y desde la nube una voz se hizo oír: “Éste es mi Hijo
el Elegido: escuchadle a Él”*.
36
Y al hacerse oír la voz, Jesús se encontraba solo.
Guardaron, pues, silencio; y a nadie dijeron, por
entonces, cosa alguna de lo que habían visto.
El niño epiléptico.
37
Al día siguiente, al bajar de la montaña,
una gran multitud de gente iba al encuentro de Él*.
38
Y he ahí que de
entre la muchedumbre, un varón gritó diciendo: “Maestro,
te ruego pongas tus ojos sobre mi hijo, porque es el
único que tengo.
39
Se apodera de
él un espíritu, y al instante se pone a gritar; y lo
retuerce en convulsiones hasta hacerle echar
espumarajos, y a duras penas se aparta de él, dejándolo
muy maltratado.
40
Rogué a tus discípulos que lo echasen, y ellos no han
podido”.
41
Entonces Jesús respondió y dijo: “Oh, generación
incrédula y perversa, ¿hasta cuándo estaré con vosotros
y tendré que soportaros? Trae acá a tu hijo”*.
42
Aún no había llegado éste a Jesús, cuando el demonio
lo zamarreó y lo retorció en convulsiones. Mas Jesús
increpó al espíritu impuro y sanó al niño, y lo devolvió
a su padre.
43
Y todos estaban
maravillados de la grandeza de Dios.
Predicción de la Pasión. Como se admirasen todos de cuanto Él hacía, dijo a
sus discípulos:
44
“Vosotros, haced que penetren bien en vuestros oídos
estas palabras: el Hijo del hombre ha de ser entregado
en manos de los hombres”.
45
Pero ellos no entendían este lenguaje, y les estaba
velado para que no lo comprendiesen; y no se atrevieron
a interrogarlo al respecto.
Humildad y tolerancia.
46
Y entró en ellos la idea: ¿Quién de entre
ellos sería el mayor?
47
Viendo Jesús el pensamiento de sus
corazones, tomó a un niño, púsolo junto a Sí,
48
y les dijo:
“Quien recibe a este niño en mi nombre, a Mí me recibe;
y quien me recibe, recibe al que me envió; porque el que
es el más pequeño entre todos vosotros, ése es grande”.
49
Entonces Juan le respondió diciendo: “Maestro, vimos
a un hombre que expulsaba demonios en tu nombre, y se lo
impedíamos, porque
no (te) sigue
con nosotros”.
50
Mas Jesús le dijo: “No
impidáis, pues quien no está contra vosotros, por
vosotros está”*.
IV. VIAJE A JUDEA Y
ACTIVIDAD EN JERUSALÉN
(9, 51 - 21,
38)
Los samaritanos le niegan
hospedaje.
51
Como se acercase el tiempo en que debía
ser quitado, tomó resueltamente la dirección de
Jerusalén.
52
Y envió mensajeros delante de Sí, los cuales, de
camino, entraron en una aldea de samaritanos para
prepararle alojamiento.
53
Mas no lo recibieron, porque iba camino de Jerusalén*.
54
Viendo (esto) los discípulos
Santiago y Juan, le dijeron: “Señor, ¿quieres que
mandemos que el fuego caiga del cielo, y los consuma?”
55
Pero Él, habiéndose
vuelto a ellos los reprendió.
56
Y se fueron hacia otra
aldea.
El seguimiento de Jesús.
57
Cuando iban caminando, alguien le dijo:
“Te seguiré a donde quiera que vayas”.
58
Jesús le dijo:
“Las raposas tienen guaridas, y las aves del cielo,
nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la
cabeza”.
59
Dijo a otro: “Sígueme”. Este le dijo:
“Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre”.
60
Respondióle:
“Deja a los muertos enterrar a sus muertos; tú, ve a
anunciar el reino de Dios”*.
61
Otro más le
dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme primero decir
adiós a los de mi casa”.
62
Jesús le dijo: “Ninguno que pone mano al arado y mira
hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.
3. En 22, 35 Él
les muestra cómo nada les
faltó a pesar de
esto. Los apóstoles y sus sucesores deben
dedicarse exclusivamente a la
propagación del reino de Dios. Es la
Providencia la que se encarga de sustentarlos
(Mt. 6, 23). Cf. Mt. 10, 9 ss.; Mc. 6, 8 ss.; 2
Tm. 2, 4 y nota.
4. El sentido es
el
mismo de 10, 7.
16. La
multiplicación de
los panes,
efecto de la
oración y bendición del Señor, es una figura del
misterio eucarístico por el cual todos
participamos de un mismo pan que es Cristo (1
Co. 10, 17), nuestro pan celestial (11, 3).
18 s. Véase Mt. 16, 13 ss.; Mc. 8, 27 ss.
Estaba orando a solas:
Basta saber que
Jesús cultivaba la soledad, para comprender que
es bueno hacer lo mismo, y que en ello se
encuentra un tesoro. No solamente en su Cuaresma
del desierto (Mt. 4, 1 ss.; Lc. 4, 1 ss.), ni
solamente antes de elegir sus discípulos, sino
de un modo habitual buscaba la soledad del monte
(Mt. 14, 23), o de la noche (Lc. 6, 12; Jn. 8, 1
s.), o de Getsemaní, para ponerse en oración; y
así nos enseña a que lo imitemos, exhortándonos
a orar en la soledad, y en el secreto del
aposento (Mt. 6, 5 ss.). Todas las biografías de
hombres de pensamiento nos muestran que amaron
la soledad, el silencio, el campo y que allí
concibieron sus más grandes ideas. ¿Cuánto más
será así cuando no se trata de puros conceptos
terrenales o ensueños de poetas, sino de la
realidad toda interior que se pasa entre el alma
y Dios? Cuando vemos un paisaje, o sentimos una
emoción, o se nos ocurre alguna idea,
quisiéramos compartirla con los amigos como un
desahogo sentimental. El día que nuestra fe
llegue a ser bastante viva para recordar que
Jesús, junto con el Padre (Jn. 14, 23) y el
Espíritu Santo (Jn. 14, 16), habita siempre en
los corazones de los que creen (Ef. 3, 17) y
que, por tanto, siempre la soledad es estar con
Él como Él estaba con el Padre (Jn. 16, 32)
pensando con Él (Jn. 8, 16) y viviendo de Él
(Jn. 6, 57); entonces amaremos ese trato con Él
real y durable, en conversación activísima y
permanente; pues si se interrumpe puede
reanudarse siempre al instante. Es allí donde Él
nos indica las cosas de caridad y apostolado que
Él quiere realicemos, sea por escrito o de obra
o de palabra, cuando llegue el momento. “Nadie
puede sin peligro aparecer, dice el Kempis, sino
aquel que prefiera estar escondido”. Cf. Ct. 1,
8 y nota.
20. Cf. Mt. 16,
13 ss.
y notas.
El Ungido o Mesías. Así también Mc. 8, 29.
En Mt. 16, 16 se lee “el Hijo” de Dios, aunque
algunos han leído como aquí
ungido
o “Santo de Dios”.
23. Jesús
no dice, como el oráculo griego: “conócete a ti
mismo”, sino: “niégate a ti mismo”. La
explicación es muy clara. El pagano ignoraba el
dogma de la caída original. Entonces decía
lógicamente: analízate, a ver qué hay en ti de
bueno y qué hay de malo. Jesús nos enseña
simplemente a descalificarnos a priori, por lo
cual ese juicio previo del autoanálisis resulta
harto inútil, dada la amplitud inmensa que tuvo
y que conserva nuestra caída original. Ella nos
corrompió y depravó nuestros instintos de tal
manera, que San Pablo nos pudo decir con el
Salmista: “Todo hombre es mentiroso” (Rm. 3, 4;
Sal. 115, 2). Por lo cual el Profeta nos
previene: “Perverso es el corazón de todos e
impenetrable: ¿Quién podrá conocerlo?” (Jr. 17,
9). Y también: “Maldito el hombre que confía en
el hombre” (ibíd. 5). De Jesús sabemos que no se
fiaba de los hombres, “porque los conocía a
todos” (Jn. 2, 24; Mc. 8, 34 y nota).
24. Cf. Mt. 10,
39 y nota. Bien se explica, después del v. 23,
este
fracaso del que intenta lo que no es capaz de realizar. Véase 14, 33;
Jn. 15, 5 y notas.
Su vida
se traduce también:
su alma.
27. Véase
Mt. 16, 28 y
nota; Mc. 9, 1.
28 ss. Véase Mt. 17, 1-8; Mc. 9, 2 s.
31.
El éxodo:
su muerte
(cf. 2 Pe. 1, 15), como el nacimiento es llamado
entrada
en Hch. 13, 24 (cf. Sb. 3, 2; 7, 6). Jesús
solía hablar de
su partida
y a veces los judíos pensaban que se iría a
los gentiles (Jn. 7, 33-36; 8, 21 s.).
35.
Escuchadle:
Véase
Mt. 17, 5; Mc. 9, 6 y nota. “Como si dijera: Yo
no tengo más verdades que revelar, ni más cosas
que manifestar. Que si antes hablaba, era
prometiendo a Cristo; mas ahora el que me
preguntase y quisiese que yo algo le revelase,
sería en alguna manera pedirme otra vez a
Cristo, y pedirme más verdades, que ya están
dadas en Él” (S. Juan de la Cruz).
37 ss. Véase Mt. 18, 1-5; Mc. 9, 33 ss.
53. Los
samaritanos
y los
judíos se odiaban mutuamente. Jesús, cuya
mansedumbre contrasta con la cólera de los
discípulos, les muestra en 10, 25 ss.; 17, 18 y
Jn. 4, 1 ss. cómo hay muchos samaritanos mejores
que los judíos.
60. Los
muertos que
entierran a sus muertos
son los que
absortos en las preocupaciones mundanas no
tienen inteligencia del reino de Dios (cf. 1 Co.
2, 14). Ni este aspirante, ni los otros dos
llegan a ser discípulos, porque les falta el
espíritu de infancia y prefieren su propio
criterio al de Jesús. Véase 2 Co. 10, 5.
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