LUCAS 7 |
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22 | 23 | 24 |
La fe del centurión pagano.
1
Después que hubo acabado de decir al
pueblo todas estas enseñanzas, volvió a entrar en
Cafarnaúm.
2
Y sucedió que un centurión tenía un servidor enfermo
a punto de morir, y que le era de mucha estima.
3
Habiendo oído
hablar de Jesús, envió a Él a algunos ancianos de los
judíos, para rogarle que viniese a sanar a su servidor.
4
Presentáronse ellos a Jesús, y le rogaron
con insistencia, diciendo: “Merece que se lo concedas,
5
porque quiere bien a nuestra nación, y él fue quien
nos edificó la sinagoga”.
6
Y Jesús se fue con ellos. No estaba ya
lejos de la casa, cuando el centurión envió unos amigos
para decirle: “Señor, no te des esta molestia, porque yo
no soy digno de que Tú entres bajo mi techo*;
7
por eso no me
atreví a ir a Ti en persona: mas dilo con tu palabra, y
sea sano mi criado.
8
Pues también yo, que soy un subordinado, tengo
soldados a mis órdenes, y digo a éste: “Anda”, y va; y
al otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo
hace”*.
9
Jesús al oírlo se admiró de él; y volviéndose, dijo a
la gente que le seguía: “Os digo que en Israel no hallé
fe tan grande”.
10
Y los enviados, de vuelta a la casa, hallaron sano al
servidor.
Resurrección del joven de Naím.
11
Después se
encaminó a una ciudad llamada Naím*;
iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre de
pueblo.
12
Al llegar a la puerta de la ciudad, he ahí que era
llevado fuera un difunto, hijo único de su madre, la
cual era
viuda, y venía con ella mucha gente de la
ciudad.
13
Al verla, el Señor
movido de misericordia hacia ella, le dijo: “No llores”.
14
Y se acercó y tocó el féretro,
y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo:
“Muchacho, Yo te digo: ¡Levántate!”
15 Y el (que
había estado) muerto se
incorporó y se puso a hablar. Y lo devolvió a la madre.
16
Por lo cual todos
quedaron poseídos de temor, y glorificaron a Dios,
diciendo: “Un gran profeta se ha levantado entre
nosotros”, y: “Dios ha visitado a su pueblo”.
17
Esta fama referente a
su persona se difundió por toda la Judea y por toda la
comarca circunvecina.
Jesús y el Bautista.
18
Los discípulos de Juan le informaron de
todas estas cosas. Entonces, Juan llamando a dos de sus
discípulos,
19
enviólos a decir al Señor: “¿Eres Tú el que ha de
venir, o debemos esperar a otro?”*
20
Y llegados a Él estos hombres, le
dijeron: “Juan el Bautista nos envió a preguntarte:
“¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”
21
En aquella hora sanó Jesús a muchos, de
enfermedades y plagas y de malos espíritus, y concedió
la vista a muchos ciegos.
22
Les respondió, entonces, y dijo: “Volved y anunciad a
Juan lo que acabáis de ver y oír: ciegos ven, cojos
andan, leprosos son limpiados, sordos oyen, muertos
resucitan, a pobres se les anuncia la Buena Nueva.
23
Y ¡bienaventurado el que no se escandalizare de Mí!”*
24 Cuando los enviados de Juan
hubieron partido, se puso Él a decir a la multitud
acerca de Juan: “¿Qué salisteis a ver en el desierto?
¿Acaso una caña sacudida por el viento?
25
Y si no ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre
lujosamente vestido? Los que llevan vestidos lujosos y
viven en delicias están en los palacios.
26
Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os
digo, y más que profeta.
27
Este es aquel de quien está escrito:
«Mira que Yo envío mi mensajero ante tu faz que irá
delante de Ti para barrerte el camino».
28
Os digo, no hay, entre los hijos de mujer, más grande
que Juan; pero el más pequeño en el reino de Dios es más
grande que él*;
29
porque todo el
pueblo que lo
escuchó (a
Juan), y aun los
publicanos reconocieron la justicia de Dios, recibiendo
el bautismo de Él.
30
Pero los fariseos y los
doctores de la Ley frustraron los designios de Dios para
con ellos, al no dejarse bautizar por Juan”.
Parábola de los niños
caprichosos.
31
“¿Con quién
podré comparar a hombres de este género?
32
Son semejantes
a esos muchachos que, sentados en la plaza, cantan unos
a otros aquello de: “Os tocamos la flauta, y no
danzasteis; entonamos lamentaciones, y no llorasteis”*.
33
Porque vino
Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y
vosotros decís: “Está endemoniado”*;
34
ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y
decís: “Es un hombre glotón y borracho, amigo de
publicanos y pecadores”.
35
Mas la sabiduría ha quedado justificada por todos sus
hijos”*.
La pecadora perdonada.
36
Uno de los fariseos le rogó que fuese a
comer con él, y habiendo
entrado (Jesús)
en la casa del fariseo, se
puso a la mesa.
37
Entonces una mujer de
la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús se
encontraba reclinado a la mesa en casa del fariseo, tomó
consigo un vaso de alabastro, con ungüento*;
38
y, colocándose detrás
de Él, a sus pies, y llorando con sus lágrimas bañaba
sus pies y los enjugaba con su cabellera; los llenaba de
besos y los ungía con el ungüento.
39
Viendo lo cual el
fariseo que lo había convidado dijo para sus adentros:
“Si Éste fuera profeta, ya sabría quién y de qué clase
es la mujer que lo está tocando, que es una pecadora”.
40 Entonces Jesús
respondiendo (a
sus pensamientos)
le dijo: “Simón, tengo
algo que decirte”. Y él: “Dilo, Maestro”.
41 Y dijo: “Un
acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos
denarios, el otro cincuenta.
42
Como no tuviesen con
qué pagar, les perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos lo
amará más?”
43
Simón respondió
diciendo: “Supongo que aquel a quien más ha perdonado”.
Él le dijo: “Bien juzgaste”.
44 Y volviéndose
hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Vine a
tu casa, y tú no vertiste agua sobre mis pies; mas ésta
ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado
con sus cabellos.
45
Tú no me diste el
ósculo; mas ella, desde que entró, no ha cesado de besar
mis pies.
46
Tú no ungiste con óleo
mi cabeza; ella ha ungido mis pies con ungüento*.
47 Por lo cual, te
digo, se le han perdonado sus pecados, los muchos,
puesto que ha amado mucho. A la inversa, aquel a quien
se perdone poco, ama poco”*.
48
Después dijo a ella:
“Tus pecados se te han perdonado”.
49
Entonces, los que
estaban con Él a la mesa se pusieron a decir entre sí:
“¿Quién es Éste, que también perdona pecados?”
50 Y dijo a la
mujer: “Tu fe te ha salvado: ve hacia la paz”*.
6.
Se fue con ellos:
como
el servidor (22, 27) siempre dispuesto. Cf. Fil.
2, 7 y nota.
No soy
digno: Las palabras del centurión sirven
para recordar antes de la Comunión, que no somos
ni seremos nunca, dignos de la unión con Jesús.
Pero antes se dice, en el Agnus Dei, que Él es
el Cordero divino que lleva sobre Sí los pecados
del mundo, como dijo Juan precisamente cuando
“lo vio venir hacia él” (Jn. 1, 29). El mismo
Jesús se encargó de enseñarnos que no vino a
encontrar justos sino pecadores, y que, como
figura del Padre Celestial, el padre del hijo
pródigo corrió al encuentro de éste para
abrazarlo, vestirlo y darle un banquete; y que,
si tenemos mucha deuda para ser perdonada,
amaremos más, pues “aquel a quien menos se le
perdona, menos ama” (Lc. 7, 47).
8. Cf. Mt. 8, 5
ss. Además de la
fe de este pagano
(cf. Hch. cap. 10) es de admirar su caridad que
le hace sentir la enfermedad de su criado como
suya. Bella enseñanza para que amen los patrones
a sus servidores, y las dueñas de casa a sus
sirvientes. Véase Ef. 6, 5 ss. y nota.
11.
Naím,
pequeña ciudad
situada en la parte sur de Galilea.
19 ss. Aun en
la
cárcel cumple el Bautista su misión de precursor
del Mesías enviándole sus propios discípulos,
que tal vez vacilaban entre él y Jesús. Éste les
responde mostrándoles sus obras, que atestiguan
su divinidad. Véase Mt. 11, 2 ss.; Is. 35, 5;
61, 1; Mal. 3, 1. Cf. Jn. 3, 30.
23.
¡Escandalizarse
de Jesús!
Parecería irónico
decir esto de la santidad infinita. Pero es Él
mismo quien se anuncia como piedra de escándalo.
Y es que Él, al revelar que el omnipotente
Creador es un padre lleno de sencillez y de
bondad como Él mismo, dejaba, por ese solo
hecho, tremendamente condenada y confundida la
soberbia de cuantos se creían sabios o virtuosos
(Jn. 7, 7). De ahí que fueran éstos, y no el
común de los pecadores, quienes lo persiguieron
hasta hacerlo morir. Jesús es signo de
contradicción (2, 34) y todo su Evangelio es una
constante ostentación de ella. En sólo S. Lucas
podremos recorrer las siguientes pruebas, con
inmenso provecho de nuestra alma: Cap. 1, vv.
31, 36, 52, 53; cap. 2, 7, 10, 12 y 49; cap. 3,
23; cap. 4, 24 y 41; cap. 5, 32; cap. 6, 20 y
29; cap. 7, 9, 22, 28 y 47; cap. 8, 18, 21, 32,
37; cap. 9, 3, 13, 22, 24, 48 y 58; cap. 10, 4,
12, 15, 21, 24, 33 y 41; cap. 11, 23 y 52; cap.
12, 11, 22, 31, 40 y 51; cap. 13, 2, 19, 24 y
30; cap. 14, 8, 13, 24 y 26; cap. 15, 7 y 29;
cap. 16, 8, 15 y 22; cap. 17, 6, 18 y 22; cap.
18, 8, 14, 17, 27 y 34; cap. 19, 5, 10, 17, 24 y
40; cap. 20, 8, 17 y 46; cap. 21, 3, 14, 16 y
33; cap. 22, 21, 26 y 27; cap. 23, 9, 12, 18,
28, 38, 43 y 47; cap. 24, 21 y 46.
28.
Juan Bautista
es el
último y el más grande de los profetas de la
Antigua Alianza. Los verdaderos hijos de la
Iglesia son superiores a él, siempre que tengan
esa fe viva cuya falta tanto reprochaba Jesús a
los mismos apóstoles; pues siendo hijos de Dios
(Jn. 1, 12) forman el Cuerpo de Cristo (Ef. 1,
22). Son la Esposa, que es “una” con Él como
nueva Eva con el nuevo Adán –en tanto que de
Juan sólo se dice que es “amigo del Esposo” (Jn.
3, 29)–; se alimentan con su Carne y su Sangre
redentora; reciben su Espíritu y esperan la
vuelta del Esposo que los hará gloriosos como Él
(Flp. 3, 20 s.). Justo es que a estos
privilegios corresponda mayor responsabilidad.
Cf. Hb. 6, 4 ss.; 10, 26 ss.; Rm. 11, 20-22.
32. Alusión
a un juego de niños. Jesús desenmascara la mala
fe de los fariseos que, censurándolo a Él como
falto de austeridad y amigo de pecadores, habían
rechazado también al Bautista que predicaba la
penitencia. Cf. Mt. 21, 25 ss.
35.
Por todos sus
hijos:
La Sabiduría es
el mismo Jesús (Sb. 7, 26; Pr. 8, 22 y notas).
Los verdaderos hijos de la Sabiduría son movidos
por el Espíritu de Dios (Rm. 8, 14) y con su
vida recta dan testimonio de ella. En Mt. 11, 19
dice: “por sus obras”. Véase allí la nota.
37 s. Tan grande
como el arrepentimiento era el
perdón, y el amor que de éste procedía según el
v. 47. Como observa. S. Jerónimo y muchos otros
intérpretes, esta cena no es la de Betania (Mt.
26, 6 ss.; Mc. 14, 3 ss.; Jn. 12, 1 ss.).
46.
Cuando se trata de honrar a Dios no debemos ser
avaros, y sólo hemos de cuidar que sea según Él
quiere (cf. Is. 1, 11 y nota), y que el amor sea
el único móvil y no la vanidad o el amor propio.
Véase Jn. 12, 1-8.
47.
Ama poco:
Esta
conclusión del Señor muestra que si la pecadora
amó mucho es porque se le había perdonado mucho,
y no a la inversa, como parecería deducirse de
la primera parte del v. La iniciativa no parte
del hombre, sino de Dios que obra misericordia
(Sal. 58, 11; 78, 8; Denz. 187). S. Agustín
confirma esto diciendo que al fariseo no se le
podía perdonar mucho porque él, creyéndose
justo, a la inversa de Magdalena, pensaba deber
poco. Y entonces, claro está que nunca podría
llegar a amar mucho según lo enseñado por Jesús.
50. Véase 8, 48;
17,
19; 18, 42.
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