LUCAS 4 |
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22 | 23 | 24 |
Tentación de Jesús.
1
Jesús, lleno del Espíritu Santo, dejó el
Jordán, y fue conducido por el Espíritu al desierto;
2
(donde permaneció) cuarenta días, y fue
tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días; y
cuando hubieron transcurrido, tuvo hambre*.
3 Entonces el diablo
le dijo: “Si Tú eres el Hijo de Dios, di a esta piedra
que se vuelva pan”.
4
Jesús le replicó:
“Escrito está: «No sólo de pan vivirá e hombre»”*.
5
Después le
transportó (el
diablo) a una altura, le
mostró todos los reinos del mundo, en un instante,
6 y le dijo: “Yo te
daré todo este poder y la gloria de ellos, porque a mí
me ha sido entregada, y la doy a quien quiero*.
7 Si pues te
prosternas delante de mí, Tú la tendrás toda entera”.
8 Jesús le replicó y
dijo: “Escrito está: «Adorarás al Señor tu Dios, y a Él
solo servirás»”*.
9
Lo condujo entonces a
Jerusalén, lo puso sobre el pináculo del Templo, y le
dijo: “Si tú eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo,
10
porque está escrito:
«Él mandará en tu favor a sus ángeles que te guarden»*;
11 y «ellos te
llevarán en palmas, para que no lastimes tu pie contra
alguna piedra»”.
12 Jesús le replicó
diciendo: “Está dicho: «No tentarás al Señor tu Dios»”*.
13 Entonces el
diablo habiendo agotado toda tentación, se alejó de Él
hasta su tiempo.
III. LA VIDA PÚBLICA DE
JESÚS EN GALILEA
(4, 14 - 9, 50)
Predicación en Nazaret.
14
Y Jesús volvió con el poder del Espíritu
a Galilea, y su fama se difundió en toda la región.
15
Enseñaba en las
sinagogas de ellos y era alabado por todos.
16
Vino también a
Nazaret, donde se había criado, y entró, como tenía
costumbre el día de sábado, en la sinagoga, y se levantó
a hacer la lectura.
17
Le entregaron
el libro del profeta Isaías, y al desarrollar el libro
halló el lugar en donde estaba escrito:
18
“El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Él me
ungió; Él me envió a dar la Buena Nueva*
a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberación, y
a los ciegos vista, a poner en libertad a los oprimidos,
19
a publicar el año de gracia del Señor”.
20
Enrolló el libro, lo devolvió al ministro, y se
sentó; y cuantos había en la sinagoga, tenían los ojos
fijos en Él.
21
Entonces empezó a decirles: “Hoy esta Escritura se ha
cumplido delante de vosotros”.
22
Y todos le daban testimonio, y estaban
maravillados de las palabras llenas de gracia, que
salían de sus labios, y decían: “¿No es Éste el hijo de
José?”
23
Y les dijo:
“Sin duda me aplicaréis aquel refrán: Médico, cúrate a
ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm,
hazlo aquí también, en tu pueblo”*.
24
Y dijo: “En
verdad, os digo, ningún profeta es acogido en su tierra.
25
En verdad, os digo: había muchas viudas en Israel en
tiempo de Elías, cuando el cielo quedó cerrado durante
tres años y seis meses, y hubo hambre grande en toda la
tierra;
26
mas a ninguna
de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta,
en el país de Sidón.
27
Y había muchos leprosos en Israel en tiempo del
profeta Eliseo; mas ninguno de ellos fue curado, sino
Naamán el sirio”.
28
Al oír esto, se llenaron todos de cólera allí en la
sinagoga;
29
se levantaron,
y, echándolo fuera de la ciudad, lo llevaron hasta la
cima del monte, sobre la cual estaba edificada su
ciudad, para despeñarlo.
30
Pero Él pasó
por en medio de ellos y se fue.
Expulsa a un demonio.
31
Y bajó a Cafarnaúm*,
ciudad de Galilea. Y les enseñaba los días de sábado.
32
Y estaban
poseídos de admiración por su enseñanza, porque su
palabra era llena de autoridad.
33
Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu
de un demonio inmundo, y gritó con voz fuerte:
34
“¡Ea! ¿qué
tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido
para perdernos? Ya sé quien eres Tú: el Santo de Dios”.
35
Y Jesús le increpó diciendo: “¡Cállate y
sal de él!” Y el demonio, salió de él, derribándolo al
suelo en medio de ellos, aunque sin hacerle daño.
36
Y todos se llenaron de estupor, y se
decían unos a otros: “¿Qué cosa es ésta que con imperio
y fuerza manda a los espíritus inmundos, y salen?”
37
Y su fama se extendió por todos los
alrededores.
Sana a la suegra de Pedro y a
muchos enfermos.
38
Levantóse de la
sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón
padecía de una fiebre grande, y le rogaron por ella*.
39
Inclinándose sobre ella increpó a la fiebre, y ésta
la dejó. Al instante se levantó ella y se puso a
atenderlos.
40 A la puesta del sol, todos los que
tenían enfermos, cualquiera que fuese su mal, se los
trajeron, y Él imponía las manos sobre cada uno de
ellos, y los sanaba.
41
Salían también los demonios de muchos, gritando y
diciendo: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” Y Él los reprendía
y no los dejaba hablar, porque sabían que Él era el
Cristo*.
42 Cuando se hizo de día, salió y se
fue a un lugar desierto. Mas las muchedumbres que se
pusieron en su busca, lo encontraron y lo retenían para
que no las dejase.
43
Pero Él les
dijo: “Es necesario que Yo lleve también a otras
ciudades la Buena Nueva del reino de Dios, porque para
eso he sido enviado”.
44
Y anduvo
predicando por las sinagogas de Judea.
2. Véase Mt.
4, 11;
Mc. 1, 12 s. El
diablo intentó averiguar quién era Jesús, y por otra parte quiso el
Señor experimentar todas las debilidades de la
naturaleza humana, aun las tentaciones. El
ejemplo de Jesucristo nos enseña así que el ser
tentado no es señal de ser rechazado: al
contrario, las tentaciones son pruebas, y las
pruebas conducen a la perfección (Rm. 5, 3 ss.;
2 Co. 12, 9; St. 1, 2 ss. y notas). “Jesucristo
ha sido tentado para que el cristiano no fuese
vencido por el tentador, y vencedor Jesucristo,
fuésemos nosotros también vencedores” (S.
Agustín).
4. Jesús cita
aquí (cf. Mt. 4, 4) el
texto de Dt. 8, 3 que recuerda a Israel, entre
los beneficios de Yahvé su Dios, el maná con que
supo milagrosamente alimentarlo en pleno
desierto.
6. Podría decirse
que Satanás
“padre de la mentira” (Jn. 8, 44) habla aquí
como impostor al atribuirse frente a Cristo un
dominio que precisamente le está reservado a
Jesús (Mt. 28, 18; Sal. 2, 8; 71, 8 ss.; Dn. 7,
14, etc.). Debe observarse sin embargo que aquí
no se alude ni a ese reino de Jesucristo, que no
tendrá fin, ni tampoco al dominio actual sobre
la naturaleza, que evidentemente pertenece a
Dios (c. Sal. 103 y notas) y del cual nos enseña
Jeremías que ni los mismos cielos pueden
producir la lluvia sin una orden Suya (Jr. 14,
22); sino que se trata más bien del imperio de
la mundanidad, con “sus glorias y sus pompas” a
las cuales renunciamos en el Bautismo, es decir,
al mundo actual con sus prestigios, cuyo
príncipe es Satanás (Jn. 12, 31; 1 Jn. 2, 15; 5,
19) mediante sus agentes (cf. 22, 53 ; Jn. 18,
36). Tal es el mundo que odia necesariamente a
Cristo (Jn. 7, 7; 15, 18 s.), aunque a veces
haga profesión de estar con Él (véase Mt. 7, 21
s.; 2 Co. 11, 13 s. y nota). Sobre ese mundo
adquirió Satanás, con la victoria sobre Adán, un
dominio verdadero (cf. Sb. 2, 24 y nota) del
cual sólo se libran los que renacen de lo alto
(Jn. 3, 3; Col. 1, 13), aplicándose la Redención
de Cristo mediante la fe que obra por la caridad
(Ga. 5, 6). A éstos llama Jesús, dirigiéndose al
Padre, “los que Tú me diste” (Jn. 17, 2) y dice
que ellos están apartados del mundo (ibíd. 6), y
declara expresamente que no ruega por el mundo,
sino sólo por aquellos (ibíd. 9) que no son del
mundo, antes bien son odiados por el mundo
(ibíd. 14).
8. Véase Dt 6,
13;
10, 20; Mt. 4, 10 y nota.
10. Véase Sal.
90, 11; Mt. 4, 6. El diablo aplica esta
promesa a
Jesús, pero ella es para todos nosotros porque
muestra la asistencia, grandemente consoladora,
de los Ángeles Custodios.
18 s.
Buena
Nueva: en griego “euangelion” (Evangelio).
Jesús cita aquí Is. 61, 1 s. sólo en la parte
relativa a su primera venida. Véase allí la
nota.
23 ss. El gusto
con que hasta ahora lo han escuchado va a
tornarse en furia en cuanto Él, con ejemplos del
A. T. (1 R. 17, 9; 2 R. 5, 14), les diga sin
contemplaciones la verdad que no agrada al amor
propio localista. Ya Jeremías tuvo que padecer
como mal patriota por predicar de parte de Dios
contra esa forma del orgullo colectivo. Cf. 6,
26; 16, 15.
31. Jesús emigra.
La primera vez fue de Belén a Egipto, y ahora es
de Nazaret a Cafarnaúm (véase otra emigración en
8, 37). La Virgen lo acompañó, como sin duda lo
hizo fidelísimamente en todos los pasos de Él,
de cerca o de lejos, si bien los evangelistas
parecen tener consigna divina de dejar en
silencio cuanto se refiere a Ella. S. José había
muerto ya.
41. Jesús no
quiere apoyarse en el testimonio de los
demonios,
que sirven a
la mentira, aunque alguna vez digan la verdad.
Él, que no recibió testimonio de los hombres y
ni siquiera necesitaba el de Juan Bautista
porque tenía el de su divino Padre (véase Jn. 5,
34-40 y notas), ¿cómo podía aceptar por
apóstoles a los espíritus del mal? Por ahí vemos
el honor inmenso que Él nos hace al enviarnos
los apóstoles (Jn. 17, 18-21 y notas; 20, 21;
Lc. 24, 48). Es de notar que Satanás mismo nunca
expresó ese conocimiento que aquí manifiestan
los demonios (v. 34 ss.).
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