LUCAS 8 |
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 |
8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 |
15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 |
22 | 23 | 24 |
Las santas mujeres.
1
En el tiempo siguiente anduvo caminando
por ciudades y aldeas, predicando y anunciando la Buena
Nueva del reino de Dios, y con Él los Doce,
2
y también algunas mujeres, que habían sido sanadas de
espíritus malignos y enfermedades: María, la llamada
Magdalena, de la cual habían salido siete demonios*;
3
Juana, mujer de Cuzá el intendente de Herodes;
Susana, y muchas otras, las cuales les proveían del
propio sustento de ellas.
Parábola del sembrador.
4
Como se juntase una gran multitud, y
además los que venían a Él de todas las ciudades, dijo
en parábola:
5
“El sembrador salió a sembrar su simiente. Y al
sembrar, una semilla cayó a lo largo del camino; y fue
pisada y la comieron las aves del cielo*.
6
Otra cayó en la piedra y, nacida, se secó por no
tener humedad.
7
Otra cayó en medio de abrojos, y los abrojos, que
nacieron juntamente con ella, la sofocaron.
8
Y otra cayó en
buena tierra, y brotando dio fruto centuplicado”.
Diciendo esto, clamó: “¡Quién tiene oídos para oír
oiga!”
9 Sus discípulos le preguntaron lo
que significaba esta parábola.
10
Les dijo: “A vosotros ha sido dado
conocer los misterios del reino de Dios; en cuanto a los
demás (se les habla) por
parábolas, para que «mirando, no vean; y oyendo, no
entiendan»*.
11
La parábola es ésta:
«La simiente es la palabra de Dios.
12
Los de junto al camino, son
los que han oído; mas luego viene el diablo, y saca
afuera del corazón la palabra para que no crean y se
salven.
13
Los de sobre la piedra,
son aquellos que al oír la palabra la reciben con gozo,
pero carecen de raíz: creen por un tiempo, y a la hora
de la prueba, apostatan.
14
Lo caído entre los abrojos,
son los que oyen, mas siguiendo su camino son sofocados
por los afanes de la riqueza y los placeres de la vida,
y no llegan a madurar.
15
Y lo caído en la buena tierra,
son aquellos que oyen con el corazón recto y bien
dispuesto y guardan consigo la palabra y dan fruto en la
perseverancia»”.
16 “Nadie que enciende
luz, la cubre con una vasija ni la pone bajo la cama,
sino en el candelero, para que todos los que entren,
vean la luz*.
17 Nada hay oculto
que no deba ser manifestado, ni nada secreto que no deba
ser conocido y sacado a luz.
18
¡Cuidad de escuchar
bien! Al que tiene, se le dará, y al que no tiene, aun
lo que cree tener le será quitado”.
Los parientes de Jesús.
19
Luego su madre y sus hermanos se
presentaron y no podían llegar hasta Él por causa de la
multitud.
20
Le anunciaron: “Tu madre y tus hermanos están de pie
afuera y desean verte”.
21
Respondióles y dijo: “Mi madre y mis
hermanos son éstos: los que oyen la palabra de Dios y la
practican”*.
La tempestad calmada.
22
Por aquellos días subió con sus
discípulos en una barca, y les dijo: “Pasemos a la otra
orilla del lago”, y partieron.
23
Mientras navegaban, se durmió*.
Entonces un torbellino de viento cayó sobre el lago, y
las aguas los iban cubriendo, y peligraban.
24
Acercándose a Él, lo despertaron
diciendo: “¡Maestro, Maestro, perecemos!” Despierto, Él
increpó al viento y al oleaje, y cesaron, y hubo
bonanza.
25
Entonces les dijo: “¿Dónde está vuestra
fe?” Y llenos de miedo y de admiración, se dijeron unos
a otros: “¿Quién, pues, es Éste que manda a los vientos
y al agua, y le obedecen?”
El poseso de Gergesa.
26
Y abordaron en la tierra de los
gergesenos, que está en la ribera opuesta a Galilea*.
27
Cuando hubo descendido a tierra, vino a su encuentro
un hombre de la ciudad, que tenía demonios; hacía mucho
tiempo que no llevaba ningún vestido, ni vivía en casa,
sino en los sepulcros.
28
Al ver a Jesús, dio gritos, postróse ante Él y dijo a
gran voz: “¿Qué tenemos que ver yo y Tú, Jesús, Hijo del
Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes”.
29
Y era que Él estaba mandando al espíritu
inmundo que saliese del hombre. Porque hacía mucho
tiempo que se había apoderado de él; lo ataban con
cadenas y lo sujetaban con grillos, pero él rompía sus
ataduras, y el demonio lo empujaba al despoblado.
30
Y Jesús le preguntó: “¿Cuál es tu nombre?” Respondió:
“Legión”; porque eran muchos los demonios que habían
entrado en él.
31
Y le suplicaron que no les mandase ir al abismo.
32
Ahora bien, había allí una piara de muchos puercos
que pacían sobre la montaña; le rogaron que les
permitiese entrar en ellos, y se lo permitió*.
33
Entonces los demonios salieron del hombre y entraron
en los puercos, y la piara se despeñó precipitadamente
en el lago, y allí se ahogó*.
34
Los porqueros
que vieron lo ocurrido huyeron y dieron la noticia en la
ciudad y por los campos.
35
Vinieron, pues, las gentes a ver lo que había pasado,
y al llegar junto a Jesús, encontraron al hombre, del
cual los demonios habían salido, sentado a los pies de
Jesús, vestido, en su sano juicio, y se llenaron de
miedo.
36
Los que lo habían visto les refirieron cómo había
quedado libre el endemoniado.
37
Y todos los pobladores de la comarca de
los gergesenos le rogaron a Jesús que se alejara de
ellos, porque estaban poseídos de gran temor. Y Él,
entrando en la barca, se volvió*.
38
Y el hombre,
del cual los demonios habían salido, le suplicaba estar
con Él; pero Él lo despidió diciéndole:
39
“Vuelve de nuevo a tu casa, y cuenta todo
lo que Dios ha hecho contigo”. Y él se fue proclamando
por toda la ciudad todas las cosas que le había hecho
Jesús.
Jesús resucita a la hija de
Jairo y sana a una mujer enferma.
40
A su regreso, Jesús fue recibido por la multitud,
porque estaban todos esperándolo.
41
He ahí que llegó un hombre llamado Jairo,
que era jefe de la sinagoga. Se echó a los pies de Jesús
y le suplicó que fuera a su casa*;
42
porque su hija única, como de doce años de edad, se
moría. Mas yendo Él, la multitud lo sofocaba.
43
Y sucedió que
una mujer que padecía de un flujo de sangre, desde hacía
doce años y que, después de haber gastado en médicos
todo su sustento, no había podido ser curada por
ninguno,
44
se acercó por detrás y tocó la franja de
su vestido, y al instante su flujo de sangre se paró.
45
Jesús dijo:
“¿Quién me tocó?” Como todos negaban, Pedro le dijo:
“Maestro, es la gente que te estrecha y te aprieta”.
46
Pero Jesús dijo: “Alguien me tocó, porque
he sentido salir virtud de Mí”.
47
Entonces, la
mujer, viéndose descubierta, vino toda temblorosa a
echarse a sus pies y declaró delante de todo el pueblo
por qué motivo lo había tocado, y cómo había quedado
sana de repente.
48
Y Él le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado,
ve hacia la paz”.
49 Cuando Él hablaba todavía, llegó
uno de casa del jefe de la sinagoga a decirle: “Tu hija
ha muerto, no molestes más al Maestro”.
50
Oyendo Jesús, le dijo: “No temas; únicamente cree y
sanará”.
51
Llegado, después, a la casa, no dejó entrar a nadie
consigo, excepto a Pedro, Juan y Santiago, y también al
padre y a la madre de la niña*.
52
Todos lloraban
y se lamentaban por ella. Mas Él dijo: “No lloréis; no
ha muerto, sino que duerme”.
53
Y se reían de Él, sabiendo que ella había muerto.
54
Mas Él, tomándola de la mano, clamó diciendo: “Niña,
despierta”.
55
Y le volvió el espíritu, y al punto se levantó y
Jesús mandó que le diesen de comer.
56
Sus padres quedaron fuera de sí; y Él les
encomendó que a nadie dijeran lo acontecido.
2. Sólo Lucas
relata esos nombres de las
mujeres
que
acompañaban a Jesús. Saludemos en ellas a las
primeras representantes del apostolado de la
mujer en la Iglesia.
5 s. Véase Mt.
13, 1 ss. y el comentario que allí hacemos de
esta importantísima
parábola; Mc. 4, 1 ss.; Is. 6, 9 s.; Jn. 12, 40.
10. Véase Is. 6, 9 ss.; Jn. 12, 40; Hch. 28, 26; Rm. 11, 8.
16. Mt. 5, 15.
Vemos aquí cuán ociosa es la pregunta sobre si
es necesario hacer alguna vez actos de fe. Ella
ha de ser la vida del justo, según
enseña San Pablo (Rm. 1, 17; Ga. 3, 11; Hb. 10,
38). Cf. Hab. 2, 4.
21.
María
es precisamente
la primera que escucha la palabra de Dios y la
guarda en su corazón (1, 45; 2, 19 y 51; 11,
28). Jesús muestra además que la vocación del
apóstol está por encima de la voz de la sangre.
Cf. 2, 49; Mt. 12, 46 ss.; Mc. 3, 31 ss.
23. Véase Mt. 8, 23 ss.; Mc. 4, 35 ss.
Olvidado siempre
de Sí mismo, el Verbo hecho hombre cae rendido
de cansancio en la barca (cf. Jn. 4, 6). Con
frecuencia pasaba la noche en el mar o al raso,
donde no podía reclinar su cabeza. Cf. 9, 58;
Mt. 8, 20; Fil. 2, 7.
26.
Gergesa:
en Mateo (8,
28):
Gadara; en la Vulgata
Gerasa,
situada al Este del Mar de Galilea.
32. He aquí un
ruego de demonios. Y Jesús lo escuchó. Era sin
duda menos perverso que
el que le hicieron los hombres en el v. 37.
33. El ahogarse
la piara
parece un castigo infligido a los propietarios
de los cerdos, para quienes los sucios animales
valían más que la presencia del bienhechor que
había curado al endemoniado. Cf. Mt. 8, 28 ss.;
Mc. 5, 1 ss.
37. Es una
oración que ruega a Jesús... ¡para que
se vaya! Y es todo un pueblo el que así ruega,
con tal de no arriesgar sus puercos. Cf. v. 32;
4, 31. Sobre el miedo que aleja de Cristo, véase
Jn. 6, 21 y nota.
41. La fe del que
era
jefe de la
sinagoga
no es tan grande
como la del centurión pagano. Éste creyó que la
presencia de Jesús no era necesaria para hacer
un milagro, mientras que Jairo insiste en que
Jesús se presente personalmente. Cf. Mt. 9, 18
ss.; Mc. 5, 22 ss. Jesús nos muestra
continuamente esas sorpresas para que no nos
escandalicemos por nada. Cf. 10, 13-15 y 31-33;
Mt. 15, 24-28; 21, 31; Jn. 16, 1-4.
51. Esta medida y
la prohibición de hablar de lo sucedido (v. 56)
tienen por objeto prevenir la indiscreción de la
muchedumbre
que habría estorbado la actividad apostólica del
Señor y contribuido a aumentar la envidia y
provocar inútilmente la persecución antes del
tiempo señalado (cf. 4, 30; Jn. 8, 59). Así
también a sus discípulos “corderos entre lobos”,
les enseña Él la prudencia de la serpiente (Mt.
10, 16) que cuida de no exponer su cabeza a que
la aplasten. Recuérdese las catacumbas donde los
cristianos, para hacer el bien, tenían que
ocultarse como si fuesen malhechores. Cf. 9, 21.
|