Ezequiel 33 |
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III. Restauración de Israel
El profeta, atalaya del pueblo
1*Me
fue dirigida la palabra de Yahvé en estos términos:
2
*“Hijo
de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles:
Cuando Yo enviare la espada sobre un país, y la
gente del país toma un hombre de su territorio, y le
pone por atalaya suyo; 3y éste, viendo
venir la espada sobre el país, toca la trompeta y
avisa al pueblo; 4si entonces el que oye
la voz de la trompeta, no se deja apercibir, y llega
la espada y le arrebata, la sangre de éste recaerá
sobre su propia cabeza. 5*Pues
oyó la voz de la trompeta, más no se dejó prevenir,
por eso recae su sangre sobre él. Si hubiese tomado
nota del aviso habría salvado su vida, 6Pero
si el atalaya, viendo venir la espada, no toca la
trompeta y el pueblo no es avisado, y llegando la
espada arrebata a alguno de ellos, este, por su
iniquidad, perderá la vida, pero Yo demandaré su
sangre de manos del atalaya.
7*Ahora
bien, hijo de hombre, Yo te he puesto por atalaya de
la casa de Israel; tú oirás de mi boca la palabra y
los apercibirás de mi parte. 8*Si
Yo digo al impío: Impío, tú morirás sin remedio; y
tú no hablas para apartar al impío de su camino,
este impío por su iniquidad morirá, pero Yo
demandaré su sangre de tu mano. 9*Pero
si tú apercibiste al impío para que se convierta de
su camino, y si
(el impío) no se convierte de su camino, por su iniquidad morirá;
mas tú has salvado tu alma.
10Di
oh hijo de hombre, a la casa de Israel: Vosotros
seguís diciendo: “Ya que nuestras faltas y nuestros
pecados pesan sobre nosotros, y por ellos nos
estamos consumiendo, ¿cómo podremos vivir?” 11*Diles:
Por mi vida, dice Yahvé, el Señor, que no quiero la
muerte del impío, sino que el impío se convierta de
su camino y viva. Convertidos, convertíos de
vuestros perversos caminos. ¿Por qué queréis morir,
oh casa de Israel?
Justicia y misericordia de Dios
12Tú,
hijo de hombre, di a los hijos de tu pueblo: La
justicia del justo no le salvará en el día de su
transgresión; y la iniquidad no dañará al impío
cuando se convierta, como tampoco el justo podrá
vivir por su
(justicia) cuando pecare. 13Si Yo
digo al justo: Ciertamente vivirás, y si él,
confiando en su justicia, comete maldad, ninguna de
sus obras justas será recordada, sino que por la
maldad que cometió morirá. 14Asimismo, si
Yo digo al impío: Ciertamente morirás; y si este
impío, convirtiéndose de su pecado, practicare la
equidad y la justicia, 15devolviere la
prenda, restituyere lo robado, y siguiere los
mandamientos de vida, sin cometer maldad, de seguro
vivirá; no morirá. 16Ninguno de sus
pecados que haya cometido será recordado contra él;
ha obrado con equidad y justicia; de cierto vivirá.
17*Y
sin embargo, dicen los hijos de tu pueblo: «El
camino del Señor no es recto», cuando, al contrario,
los caminos de ellos no son rectos. 18Si
el justo se aparta de su justicia y comete maldades,
morirá por ellas, 19y si el impío se
aparta del mal y practica la equidad y la justicia,
por esto vivirá. 20¡Y vosotros decís: «No
es recto el camino del Señor»! Yo os juzgaré, oh
casa de Israel, a cada uno, conforme a su camino.
Impenitencia de los que habían quedado
21*El
año doce de nuestro cautiverio, el día cinco del
décimo mes, vino a mí un escapado de Jerusalén, que
dijo: “Cayó la ciudad”. 22La tarde antes
de llegar el fugitivo, había venido sobre mí la mano
de Yahvé, para abrirme la boca, y
(estuvo sobre
mí) hasta que ése vino a mí por la mañana; y se
abrió mi boca, y ya no estuve mudo. 23Y
me llegó la palabra de Yahvé que dijo: 24*“Hijo
de hombre, los que habitan entre aquellas ruinas en
la tierra de Israel andan diciendo: «Si Abrahán que
era uno solo, recibió en herencia el país ¿cuánto
más quedará éste en posesión nuestra, puesto que
somos muchos?» 25Por tanto les dirás: Así
dice Yahvé, el Señor: Vosotros, los que coméis
(la carne) con la sangre y alzáis los ojos hacia vuestros ídolos y
derramáis sangre, ¿acaso vosotros habéis de poseer
el país? 26Confiáis en vuestras espadas,
cometéis abominación, y cada cual contamina a la
mujer de su prójimo, ¿y pensáis ser herederos del
país?
27Así
les hablarás: Esto dice Yahvé, el Señor: Por mi
vida, que los que están entre las ruinas caerán a
espada, y los que se hallan en el campo los daré
como pasto a las fieras, y los que están en lugares
fuertes y en cavernas morirán de peste. 28Haré
del país un desierto y una soledad; se acabará la
soberbia de su poder; y las montañas de Israel
quedarán asoladas, porque no habrá quien pase por
ellas. 29Y conocerán que Yo soy Yahvé, al
convertir Yo el país en desierto y desolación, a
causa de todas las abominaciones que han cometido.
30*En
cuanto a ti, hijo de hombre, los hijos de tu pueblo
chismean de ti, junto a las paredes y a las entradas
de las casas. Hablan entre sí cada uno con su
compañero, diciendo: « ¡Ea, vamos a oír cuál es la
palabra que ha salido de Yahvé!» 31Y
vienen a ti como a reuniones del pueblo, y se sienta
delante de ti mi pueblo para oír tus palabras, pero
no las ponen en práctica, porque con su boca te
alaban, mientras su corazón va tras su avaricia.
32Pues he aquí que eres para ellos como
un cantor de amores que tiene hermosa voz y toca
bien; porque escuchan tus palabras, mas no las
cumplen. 33Pero cuando ello viniere —he
aquí que viene ya— conocerán que hubo un profeta en
medio de ellos.”
*
1. En este capítulo, que tiene
reminiscencias de varios anteriores, nos
enteraremos de que se ha consumado la caída
de Jerusalén (versículo 21). “Dios elige
este momento doloroso, para proclamar por su
profeta la futura resurrección de Israel.
Desde la primera parte, esta dulce promesa
había sonado de tiempo en tiempo (cf. 11,
17; 16, 60; 17, 22; 20, 37, etc.), pero en
términos rápidos. Ahora va a ser largamente
desarrollada en estos dieciséis capítulos”
(Fillion).
*
2. Un
hombre de su territorio: La Vulgata
dice:
uno de los últimos. El profeta va a ser
nuevamente constituido atalaya de su pueblo
(versículo 7) como en el capítulo 3. Fillion
explica esta nueva instalación en ese cargo
porque “al principio de su ministerio
Ezequiel sólo había recibido sus poderes
para anunciar desgracias (cf. 2, 3; 3, 11),
en tanto que ahora sólo tendrá que anunciar
bendiciones al pueblo de Dios”.
*
5. Después de haber tratado en tantos
ejemplos la responsabilidad colectiva, el
profeta vuelve a revelar como en el capítulo
18 (véase allí las notas), la doctrina de la
salvación individual, que aún era posible
dentro de la nación colectivamente infiel.
Así, dice San Pablo, “conoce el Señor a los
que son suyos” y los que son vasos de oro y
plata, en medio de una casa grande que tiene
otros de barro (II Timoteo 2, 19-21). Así
muestra Jesús que se salvarán los elegidos,
como por milagro, en medio de la apostasía
final (Mateo 24, 24).
*
7. Véase 3, 16 ss., donde se expresa el
mismo concepto sobre la misión del atalaya,
que consiste en transmitir las palabras
recibidas de Dios. Idéntica es la misión
fundamental que Jesús encomienda a la
Jerarquía de su Iglesia —obispo, o epíscopo,
también significa atalaya, cf. Hechos 20,
28—, cuando le manda predicar el Evangelio
para que se salven los que crean a esa
palabra divina (Marcos 16, 15 s.).
Jesucristo, que vino a darnos vida eterna
para glorificar al Padre (cf. versículo 11 y
nota), agrega que esa vida consiste en el
conocimiento del Padre y del Hijo, que Éste
nos comunicó por su palabra (Juan 17, 3),
dando luego su sangre para ganarnos esa vida
eterna, de modo que su palabra de verdad
tuviese eficacia santificadora (Juan 17, 17
y 19). Él mismo envió después a sus
discípulos para predicarla (Ibíd. 18).
Nosotros no podemos ganar la vida eterna
para nadie, sino es por los méritos de aquel
Único que la ganó (cf. 4, 4 y nota). Pero
podemos comunicar como Él, esa vida eterna,
transmitiendo a otros esas palabras divinas
con las cuales Él nos la comunicó (Juan 6,
63). Por eso Él mismo dijo que escuchar a
sus discípulos es como escucharlo a Él
(Lucas 10, 16), siempre, naturalmente, que
digamos lo mismo que Él dijo, y no
incurramos en las tremendas sanciones que
Ezequiel fulmina contra los pastores que
predican como divinas sus propias opiniones
(cf. 13, 3 ss.) o que se apacientan a sí
mismos (cf. 34, 1 ss.).
*
8.
Impío, tú morirás: San Jerónimo aplica
esta sentencia a la muerte espiritual. Por
su parte San Agustín agrega una nota sobre
la falsa esperanza que dice por un lado:
Dios es bueno y hará lo que deseamos; por el
otro, empero, desmaya pensando: Estamos
condenados, ¿por qué entonces esforzarnos? A
aquéllos exhorta la Escritura a no postergar
la conversión; a éstos les inspira confianza
con la promesa de que se olvidará de sus
pecados con tal que se conviertan de sus
malos caminos.
*
9. Si
el impío no se convierte de su camino:
Reiteración de 3, 19. En ambos pasajes, como
en 2, 5, y en muchos otros (cf. Cantar de
los Cantares 3, 5; Eclesiástico 20, 2 y
notas) vemos que Dios quiere la adhesión
libre de la voluntad, sin coacción que la
obligue, es decir, deja aquí a los hombres,
y aun al pueblo en general, que acepte o
rechace el mandato de su profeta, no
obstante tratarse de una nación
esencialmente religiosa y teocrática. Es Él
quien castigará luego, porque a Él toca la
venganza (cf. Deuteronomio 32, 35; Hebreos
10, 30). Es ésta una enseñanza importante en
nuestro apostolado, para librarnos del celo
indiscreto que, al ver la bondad de una
cosa, quiere obligar a todos a aceptarla.
Jesús confirmó fundamentalmente esta
doctrina al enseñarnos, en la primera de las
parábolas (Mateo 13, 1 ss.), que su palabra
es semilla, cuyo fruto depende de la
disposición propia del terreno, es decir,
que hay que dejarla caer sin pretender
forzar la tierra a que se abra para
recibirla. Recordémoslo también cuando se
trate de llevar las almas a los sacramentos,
para evitar que una invitación demasiado
apremiante pueda provocar en ellas una
aquiescencia falta de sinceridad, sin tener
viva esa planta de la fe que viene de la
semilla, o sea de la predicación de la
Palabra de Dios. Así lo confirma San Pablo
en Romanos 10, 17 ss.; y ésta es una de las
cosas que hacen incomparablemente digno de
amor el yugo divino, que Cristo llama
“excelente” (cf. Mateo 11, 30 texto griego y
nota): la libertad cristiana, que Él
proclama, y con Él todos los apóstoles (Juan
8, 32 ss.; II Corintios 3, 17; Santiago 1,
25; 2, 12; Gálatas 2, 4; 4, 31; Romanos 8,
15; II Timoteo 1, 7; I Pedro 2, 16; Juan 4,
18, etc.); pues el culto forzado no podría
ser “adoración en espíritu y en verdad” (cf.
Juan 4, 23 s.), de modo que nosotros mismos
seamos templo de Dios (I Corintios 3, 17),
“con suavidad, en el Espíritu Santo y con
amor no fingido” (II Corintios 6, 6). En 44,
7 reprende Dios la admisión de los gentiles
al Templo. Esto nos muestra cuan celoso es
Él cuando se trata de la santidad de su
Casa. Véase la nota que pusimos al citado
versículo.
*
11. Nueva y preciosa revelación de la
voluntad salvífica del Padre (véase 18, 21
ss. y notas). Jesús la reafirma expresamente
en Juan 6, 39 s. Por eso la gloria qué Él
quiere dar al Padre consiste en darnos a
nosotros vida eterna (Juan 17, 2 y nota). Y
entretanto, lo devora el celo por evitar que
el pecador se pierda, por lo cual siente
sobre Sí mismo, como si Él los hubiera
cometido, los baldones con que el pecador
labra su ruina al apartarse del Padre (Salmo
68, 6-10 y notas). “No te aflijas, decía un
varón de Dios, por los santos que sufren sin
que tú puedas evitarlo.” En efecto, ellos
están en manos de Dios (Sabiduría 3, 1) y su
prueba, llena de consuelos interiores que la
sobrepujan (II Corintios 7, 4); es como si
estuvieran realizando un negocio que les
traerá una prosperidad inmensa, aunque para
hacerlo hayan tenido que irse a un lejano
desierto. Mucho más sería de temer por los
que están muy prósperos si son impíos. “¡Ay
de los que pierden el sufrimiento y
abandonan las vías de Dios para ir por
sendas torcidas!” (Eclesiástico 2, 16).
Porque ésos ya tienen “sus bienes” (Lucas
16, 25 y nota). De ahí que “no hay mayor
prueba que la de no ser probado”, como dice
San Agustín (cf. Salmo 80, 13 y nota). Pero
aun en tales casos (como el de Santa Mónica,
madre del mismo Agustín) ¡qué consuelo es el
saber que todo depende en definitiva del
Dios bueno, fuerte y sabio que no quiere la
muerte del pecador!
convertíos: Para los que estamos ahora,
bajo la alianza nueva consumada en la sangre
de Cristo (Lucas 22, 20), “convertirse es
progresar en el conocimiento del Padre y de
su Hijo Unigénito Jesucristo, para pasar de
la vía iluminativa a la vía unitiva por el
florecimiento en nosotros de los dones del
Espíritu Santo. Tal es la feliz condición de
los perfectos”. “Es perfecto el que elimina
de sus afectos todo lo que impide al alma
volverse totalmente hacia su Dios y Padre;
es perfecto el que permanece adherido a Dios
y pone en Él todas sus complacencias; es
perfecto el que ya no vibra sino con los
atractivos de la soberana Bondad” (Santo
Tomás). 12. Véase 18, 21-27 y notas.
*
17.
Véase 18, 29.
*
21
s. El Señor le había prohibido profetizar
hasta que llegase este fugitivo de Jerusalén
(24, 25 ss.). Por ese motivo desde entonces
no recibió profecías para sus compatriotas
(cf. versículo 1 y 2 y notas) hasta este
histórico momento en que se cumple todo lo
que Dios ha venido mostrándole. Véase 8, 1
ss. y nota.
*
24
ss. Los versículo 24-29 nos muestran que
nada había que esperar de los que quedaron
en Palentina, aferrándose a la tierra y
pretendiendo que sólo por ser muchos,
obtendrían la posesión definitiva de aquella
tierra en la que el mismo Abrahán, como dice
San Pablo, no obstante ser el heredero de la
promesa, solamente “peregrinó como en tierra
ajena, morando en cabañas, como Isaac y
Jacob, herederos con él de la misma promesa;
porque esperaba la ciudad que tiene los
fundamentos y cuyo arquitecto y constructor
es Dios” (Hebreos 11, 9 s.). Estos vanos y
descastados hijos de Abrahán (cf. Mateo 3,
9; Juan 8, 33 ss.) pretenden aquí obtener el
cumplimiento de esa promesa no obstante sus
iniquidades, sin comprender que el perdón no
significa aprobación del delito y que, por
lo tanto, presupone la contrición, como Dios
acaba de decirlo (versículo 13). En vez de
ese cumplimiento, el Señor les anuncia todo
lo contrario (véase Oseas 9, 17 y nota).
Ello no obsta a que el profeta renueve la
promesa en los capítulos siguientes (cf.
versículo 1 y nota), cuyo cumplimiento, en
definitiva, será siempre obra de la pura
misericordia de Yahvé, y nunca del
merecimiento de su pueblo, según vimos en
Jeremías 30, 13 y nota. Cf. Romanos 11, 5.
*
30 ss. En el pasaje precedente vimos lo
relativo a los judíos que habían quedado en
Palestina. Aquí se trata de los que forman
el auditorio de Ezequiel en Babilonia.
Parece que estuvieran mejor dispuestos,
pero, como vemos, todo es apariencia, según
lo que ya había dicho Isaías 29, 13 y
recordó el Señor Jesús en Mateo 15, 8. Hay
aquí un cuadro de elocuente aplicación a los
que, en todos los tiempos y países, siguen a
los predicadores de moda, como quien va al
teatro. Tal rebaño se mostraba en verdad
digno de tener pastores como los que vemos
en el capítulo siguiente.
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