Iglesia Remanente

Ezequiel 16



1 2 3 4 5 6 7
8 9 10 11 12 13 14
15 16 17 18 19 20 21
22 23 24 25 26 27 28
29 30 31 32 33 34 35
36 37 38 39 40 41 42
43 44 45 46 47 48  


Alegoría de la historia de Israel

1Vino a mí la palabra de Yahvé, diciendo: 2*“Hijo de hombre, echa en cara a Jerusalén sus abominaciones. 3*Dirás: Así habla Yahvé, el Señor, a Jerusalén: Según tu origen y tu nacimiento procediste de la tierra del cananeo; tu padre era un amorreo y tu madre una hetea. 4Al nacer, el día que saliste a luz, no te fue cortado el ombligo, ni fuiste lavada con agua para limpiarte; no fuiste frotada con sal, ni envuelta en pañales. 5*Ningún ojo se apiadó de ti ni tuvo compasión para prestarte uno de estos servicios, sino que fuiste arrojada sobre el campo, con desprecio de tu vida, el día en que naciste.

6*Mas pasando Yo cerca de ti, te vi cómo pataleabas en tu sangre, y te dije cuando estabas en tu sangre: «¡Vive!» Sí, cuando estabas en tu sangre, te dije: «¡Vive!» 7*Te hice crecer como la hierba del campo; y creciste y te hiciste grande, y llegaste a ser muy hermosa; se formaron tus pechos y te creció el pelo; pero estabas desnuda y sin abrigo. 8*Y pasé junto a ti y te vi; era tu tiempo, el tiempo del amor; y extendí sobre ti las faldas de mi (manto) y cubrí tu desnudez, y te hice un juramento y entré en alianza contigo, dice Yahvé, el Señor; y así viniste a ser mía.

9Te lavé con agua, te limpié de la sangre que tenías encima y te ungí con óleo. 10Te vestí de ropa recamada, te calcé de piel de tejón, te ceñí de lino fino y te cubrí de seda. 11Te engalané con joyas, puse brazaletes en tus brazos y un collar en tu cuello. 12Coloqué también un anillo en tu nariz, zarcillos en tus orejas y una magnífica diadema en tu cabeza. 13*Y quedaste ataviada con oro y plata; tu vestido era de lino fino y de seda recamada; te nutriste con flor de harina, con miel y aceite; y viniste a ser extraordinariamente hermosa y llegaste a ser reina. 14*Se hizo famoso tu nombre entre las naciones, gracias a tu hermosura, la cual era perfecta por los adornos que Yo había puesto en ti, dice Yahvé, el Señor.

15Pero confiaste en tu belleza y prostituiste tu nombre y ofreciste tus fornicaciones a todos los transeúntes, entregándote a ellos. 16*Tomando tus vestidos te hiciste toda clase de lugares altos y te prostituiste en ellos; cosa que nunca se había hecho ni se verá en adelante. 17Echaste mano de tus hermosas joyas hechas de mi oro y mi plata, las que Yo te había regalado; y te hiciste simulacros humanos y fornicaste con ellos. 18*Tomaste tus vestidos recamados, y con ellos los cubriste y les ofreciste mi aceite y mi incienso. 19Mi pan también que Yo te había dado y con que te alimentaba, la flor de harina, el aceite y la miel, los pusiste delante de ellos como (ofrenda) de suave olor. Tal cosa sucedió, dice Yahvé, el Señor.

20Asimismo tomaste tus hijos y tus hijas, que habías dado a luz para Mí, y se los sacrificaste para que les sirviesen de pasto. Y como si fuese cosa insignificante tu fornicación, 21*degollaste a mis hijos, y los entregaste haciéndolos pasar (por el fuego) en honor de ellos. 22*En todas tus abominaciones y fornicaciones no te acordaste de los días de tu juventud, cuando estabas desnuda y sin abrigo y pataleabas en tu sangre.

23Y después de tanta malicia tuya — ¡ay, ay de ti! dice Yahvé, el Señor— 24te edificaste una altura y te hiciste altares en todas las plazas. 25En cada encrucijada de camino te construiste una altura y desfiguraste tu hermosura, entregándote a cualquier transeúnte y multiplicando tus fornicaciones. 26Fornicaste con los hijos de Egipto, tus gordos vecinos, y multiplicaste tus fornicaciones, para irritarme. 27*Y he aquí que Yo extendí mi mano contra ti, disminuí tu porción y te entregué al capricho de tus enemigas, las hijas de los filisteos, que se avergonzaban de tu mala conducta.

28No saciada aún te prostituiste a los hijos de Asiria; fornicaste con ellos; mas tampoco así quedaste satisfecha. 29*Cometiste muchas fornicaciones en la tierra de Canaán, hasta la Caldea; y tampoco con esto te saciaste.

30*¡Cuán débil es tu corazón! dice Yahvé, el Señor. ¡Haces todas estas fechorías como la ramera más desvergonzada! 31¡Te edificaste santuarios en todas las encrucijadas y te construiste altares en todas las plazas aunque no eres como las (otras) rameras por cuanto desdeñas la paga (de la prostitución)! 32Tú eres la adúltera, que en vez de su marido se acoge a extraños. 33A todas las rameras se les da paga, pero tú pagabas a todos tus amantes, y les hacías regalos, para que de todas partes viniesen a fornicar contigo. 34Y ha sucedido contigo, en tus fornicaciones, lo contrario de lo que sucede con (otras) mujeres, pues ninguno te buscaba y tú dabas paga en lugar de recibirla. Así has sido lo contrario (de otras).

Castigo de Judá como adúltera

35Por eso, oh ramera, escucha la palabra de Yahvé. 36*Así dice Yahvé, el Señor: Por cuanto ha sido malgastado tu dinero y se ha descubierto tu desnudez en tus fornicaciones con tus amantes y con todos tus ídolos abominables, y a causa de la sangre de tus hijos que tú les ofreciste, 37por eso, he aquí que congregaré a todos tus amantes con quienes te deleitaste; a todos los que has amado y a todos los que has aborrecido, los reuniré alrededor de ti, y les descubriré tu desnudez, para que vean toda tu vergüenza. 38*Y te juzgaré como son juzgadas las adúlteras, y las que derraman sangre; y te haré víctima de furor y de celos. 39Te entregaré en sus manos, y destruirán tus santuarios, derribarán tus altares, te despojarán de tus vestidos, robarán tus magníficos adornos y te dejarán completamente desnuda. 40Reuniran contra ti una multitud, te apedrearán y te atravesarán con sus espadas. 41*Pegarán fuego a tus casas y ejecutarán en ti juicios, a la vista de muchas mujeres; y así cesarás de ser fornicaria, y no darás más regalos.

42Así desahogaré en ti mi ira y no tendré más celos de ti; me calmaré y ya no me irritaré. 43Por no haberte tú acordado de los días de tu juventud y por haberme irritado con todo esto, por eso he aquí que Yo por mi parte he echado tus obras sobre tu cabeza, dice Yahvé, el Señor; y no cometerás más estos crímenes ni todas estas tus abominaciones.

44He aquí que todos los que saben aquel proverbio lo aplicarán a ti, diciendo: «Cual la madre, tal su hija». 45*Hija eres de tu madre, que aborreció a su marido y a sus hijos; y hermana eres de tus hermanas, que aborrecieron a sus maridos y a sus hijos. Vuestra madre es una hetea y vuestro padre un amorreo.

46*Tu hermana mayor es Samaría, ella con sus hijas, que habita a tu izquierda; y tu hermana menor, que habita a tu derecha, es Sodoma con sus hijas. 47*No solamente has seguido los caminos de ellas obrando conforme a sus abominaciones —demasiado poco era esto para ti— sino que has sido más perversa que ellas en todo tu proceder. 48Por mi vida, dice Yahvé, el Señor, que no hizo tu hermana Sodoma, ella y sus hijas, lo que tú y tus hijas habéis hecho. 49*He aquí cuál fue el crimen de tu hermana Sodoma: la soberbia, la hartura de pan, el reposo ocioso que gozaron ella y sus hijas, y el no socorrer al pobre y al menesteroso. 50*Y así se ensoberbecieron, y cometieron lo que era abominable delante de Mí; por eso las quité de en medio conforme a lo que he visto. 51Samaría no cometió ni la mitad de tus pecados; al contrario, tú has cometido más abominaciones que tus hermanas, y las has justificado por medio de todas las abominaciones por ti cometidas.

52Lleva tu ignominia, tú que has juzgado a tus hermanas, ya que por tus pecados te has mostrado más abominable que ellas, con lo cual son más justas que tú. Avergüénzate por tu parte, y lleva tu oprobio, por cuanto has justificado a tus hermanas.

Perdón y nueva alianza

53*Mas Yo mudaré el cautiverio de ellas, el cautiverio de Sodoma y de sus hijas, el cautiverio de Samaría y de sus hijas, y también el cautiverio de tus cautivos juntamente con ellas, 54a fin de que lleves tu oprobio y te avergüences de todo lo que has hecho y les seas a ellas motivo de consuelo. 55*Tu hermana Sodoma y sus hijas volverán a su antiguo estado; Samaría y sus hijas volverán a su antiguo estado. Así también tú y tus hijas volveréis a vuestro primer estado. 56*Tú no mencionabas ni siquiera el nombre de tu hermana Sodoma, en los días de tu soberbia, 57antes que se descubriese tu malicia, como sucede ahora que llevas la afrenta de las hijas de la Siria y de todos sus alrededores, y de las hijas de los filisteos que te insultan por todos lados. 58Ahora tienes que llevar tu maldad y tus abominaciones, dice Yahvé, el Señor.

59Porque así dice Yahvé, el Señor: Te trataré según tus obras, pues despreciaste el juramento y quebrantaste la alianza.

60Pero me acordaré de la alianza que hice contigo en los días de tu mocedad, y estableceré contigo una alianza eterna. 61*Entonces te acordarás de tus caminos, y te avergonzarás cuando recibas a tus hermanas, tanto tus hermanas mayores como tus menores, que Yo te daré por hijas, pero no en virtud de tu alianza. 62Y estableceré contigo mi alianza, y conocerás que Yo soy Yahvé; 63*para que te acuerdes y te avergüences, y avergonzada no vuelvas más a abrir tu boca, cuando Yo te haya perdonado todo lo que has hecho”, dice Yahvé, el Señor.

 



* 2 ss. Alegoría de la esposa adúltera (cf. Jeremías capítulos 2 y 3; Oseas capítulos 1-4). Este celebérrimo capítulo encierra un drama inmenso y sublime, que es algo así como el reverso del Cantar de los Cantares. Su asunto es la infidelidad del pueblo elegido, mas no ya de todo Israel, sino de la nación judía en particular, pues se la llama hermana de Samaría (versículo 46), la cual más de un siglo antes había caído en la esclavitud asiria, con las diez tribus del norte o reino de Israel propiamente dicho. La esposa está personificada en Jerusalén (versículo 2 y 3), porque “cuando Israel salió de Egipto... Judá fue hecha su santuario” (Salmo 113, 2), y Dios “amó las puertas de Sión más que todos los tabernáculos de Jacob” (Salmo 86, 2 y nota). El Templo de Salomón, próximo ahora a ser abandonado por Dios (véase 10, 18; 24, 21 y notas) y destruido por los babilonios, estaba allí, en la Capital santa por excelencia, que Jesús iba a llamar “la ciudad del gran Rey” (Mateo 5, 35; cf. Salmo 86, 3 y nota) por la gloria de su destino (versículo 60 ss.; Salmo 75 y notas), cantada por todos los profetas cf. Isaías capítulos 54 ss.). Un día, sin embargo, había de llorar sobre ella el gran Rey, porque Jerusalén “no conoció entonces el tiempo de su visita” (Lucas 19, 44), y más tarde tuvo Él que despedirse diciendo que ella no volvería a verlo hasta que dijese: “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mat 23, 39).

* 3. Tu origen, etc.: Habla con Jerusalén, y se dirige más a la ciudad misma que al pueblo judío, pues éste desciende de Abrahán, aunque luego no se mostró digno de su padre (cf. Mateo 3, 9; Juan 8, 34-56). Jerusalén, en hebreo Jeruschalaim (morada de la paz) que se identifica con la llamada Salem en Génesis 14, 18, cuyo rey era Melquisedec en tiempo de Abrahán, se menciona por primera vez en la historia profana en el siglo xv o xiv a. C. en las cartas de Tel Amarna, donde es llamada Urusalim. No hay duda de que estaba en la tierra de los cananeos cuyos aliados eran los amorreos (Génesis 15, 16) y los heteos (Génesis 27, 46) aquí mencionados, y era habitada por otro de esos pueblos: el de los jebuseos, cuando David hecho rey de las doce Tribus, la conquistó (II Reyes 5, 5 ss.) para trasladar allá su trono desde Hebrón.

* 5. Arrojada... el día en que naciste: Puede decirse que estas palabras se cumplieron para Israel casi literalmente en la persona de aquel gran caudillo en el cual se encerraba todo el futuro de su pueblo y que, salvado por Dios en forma providencial, mediante la princesa del Faraón, recibió de ella el nombre egipcio de Moisés que quiere decir precisamente salvado del agua (o hijo, según otros). Cf. Oseas 2, 3.

* 6. Te dije cuando estabas en tu sangre: ¡Vive! Es decir que cuando la ve en el abismo de la miseria y de la impotencia, es cuando repara en ella (cf. Lucas 1, 48 y nota) y cuando decide colmarla (cf. Salmo 112, 6 s. y nota). Esto, que no es ciertamente según la lógica ordinaria, nos hace comprender uno de los principales misterios del amor de Dios, y aún sabremos por qué Él permite el pecado, según nos los descubre San Pablo, lleno de asombro él mismo, al decirnos que Dios permitió a todos, judíos y cristianos, que cayesen en incredulidad (que es el “pecado” por antonomasia, según enseña Jesús en Juan 16, 9) “para poder hacer misericordia a todos”. Véase Romanos 11, 32 ss. Santa Gertrudis entendió esto cuando Jesús le dijo que no quería quitarle sus defectos, para no perder el gusto que tenía en perdonárselos. Y Santa Teresita lo entendió cuando nos dijo que nos complaciésemos en ser débiles e incapaces para toda virtud (véase II Corintios 12, 9 s.). Precisamente para que el uno pueda dar, es necesario que el otro esté en condiciones de recibir. Si fuésemos buenos y santos ¿para qué necesitaríamos del Salvador que vino para los malos y enfermos? (cf. Marcos 2, 17 y nota). De ahí que, como dice la Virgen, Dios nos colma tanto más cuanto más vacíos nos ve (Lucas 1, 53). El que no se aprovecha de este Dios tan maravilloso, es porque no lo conoce. Por eso la vida eterna consiste en conocerlo, como lo dice Jesús (Juan 17, 3 y 17 y notas). Y el que no tiene en cuenta que el amor es el misterio esencial de Dios, vive desganado, como sirviendo a un tirano, al cual vanamente pretenderá obedecer. Ésta es la verdad salvadora, que esperan, por instinto sobrenatural, quién sabe cuántas almas. Es la verdad que nos hace admirar al Padre y a Jesús, para poder amarlos a Ambos. Entonces, sí, cumpliremos su Ley, porque nos gozaremos más en Ellos que en el mundo engañoso. Y esto es, justamente, cumplir su Ley, pues que el mandamiento primero y mayor es amarlo a Él.

* 7. Alusión al crecimiento del pueblo israelita en Egipto, de donde se dice que salieron seiscientos mil hombres de a pie (Éxodo 12, 37; Números 1, 46; 2, 32; 11, 21; 26, 51).

* 8. Evoca el pacto entre Dios y su pueblo en el monte Sinaí. Cf. Éxodo capítulos 19 ss. Dios extendió el manto sobre ti, en señal de que Él te eligió por esposa. Véase Rut 3, 9, donde Booz hace el mismo acto con Rut. Acerca del desposorio de Dios con el pueblo israelita, véase Isaías 50, 1 ss.; 54, 5 ss.; Jeremías 2, 2 y el Cantar de los Cantares, passim. En Jeremías 3, 1 ss. y Oseas 2, 19; 3, 3, hallamos afectos muy semejantes a los que nos muestra el Corazón de Dios en todo este asombroso capítulo.

* 13. Dios nutrió a Israel no solamente con la leche y miel de Canaán, sino también con los alimentos exquisitos de su Palabra escrita en la Biblia y hablada por los Profetas (cf. Salmo 147, 3 y 9 y notas). Viniste a ser extraordinariamente hermosa: Para destacar todo lo que tiene de sobrenatural este proceso (que, como el Cantar de los Cantares, se aplica históricamente a Judá, y espiritualmente a cada alma de todos los tiempos), comparémoslo con el célebre mito griego de Leda, madre de los gemelos Castor y Pólux, amada por Júpiter a causa de su hermosura propia. Poema carnal, en que la mujer queda glorificada como símbolo de belleza y fecundidad, y el rey de los dioses, que anda buscando saciar su egoísmo a costa de cualquier infidelidad, tiene que enmascararse para agradarle, transformándose en cisne, ¡Qué abismos de distancia con el divino poema bíblico! ¡Y pensar que hay tantos admiradores de los libros mitológicos, y tan pocos del Libro inspirado! Dios pasa aquí como el Samaritano caritativo (versículo 6 y 8), y nos ve en extrema miseria desde la infancia, porque “he aquí que entre iniquidades fui dado a luz, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 50, 7). Entonces, por esa característica infinitamente maravillosa de amar con misericordia todo lo que es pobre (Lucas 1, 53), saca del estiércol príncipes (Salmo 112, 5-8) y princesas como María Magdalena, y ama a Jerusalén haciéndola hermosa, pero no antes, sino después de haberla amado.

* 14. Por los adornos que Yo había puesto: Es decir, que si Israel fue admirada muchas veces por los gentiles, no era por su cultura a lo mundano (véase la introducción al Cantar de los Cantares), sino por su Dios, que no sólo encarnaba un concepto infinitamente más grande que el de los dioses paganos (cf. nota anterior) sino que era el único verdadero, según se había revelado en su Libro y en su conducta con sus amigos y con el pueblo elegido. Así lo proclamaban los paganos como Aquior el ammonita (Judit 5, 5 ss.) y Naamán de Siria (IV Reyes 5, 15 ss.) e Hiram de Tiro (III Reyes 5, 7) y la reina de Sabá (III Reyes 10, 9) y el propio Nabucodonosor de Babilonia (Daniel 2, 47), etc. Este gran Dios de Israel aseguró a su pueblo una gloria que retoñará a pesar de su caída (cf. versículo 60 ss.; Romanos 11, 25-36), en tanto que la fecundidad clásica y pagana quedará como su propio símbolo de Niobe, que tuvo muchos hijos, y por alardear de ellos, los perdió a todos. No olvidemos que en esa tradición bíblica está injertada nuestra gloria cristiana (Romanos 11, 17 ss.) y no en Grecia ni en Roma (Efesios 2, 11 ss.), y que en la Babilonia del Apocalipsis nos está anunciado el fracaso de la gentilidad, sin duda no menor que el de Israel, y cuyo comienzo pareciera estar ya en las catástrofes de todo orden que en nuestros días van señalando la decadencia de Occidente.

* 16. Te hiciste toda clase de lugares altos: En estas “alturas” o “lugares altos” se practicaba el culto prohibido, la “fornicación” o “adulterio” con dioses ajenos. Véase 6, 3; 20, 26; 23, 37; IV Reyes 16, 3; 21, 3 ss.; Jeremías 7, 31; 19, 5; 32, 35; Apocalipsis 17, 2; 18, 3, etc. Véase también el versículo 25. Cf. 6, 3 y nota.

* 18. Nótese la dramática elocuencia con que Dios dice: mi aceite y mi incienso. Recordemos, como contraste, el ejemplo de la Santísima Virgen María, que tanto más se aniquila cuanto mayor es el don que reconoce haber recibido del Altísimo (Lucas 1, 48 s. y nota).

* 21. Cf. Levítico 18, 21; Deuteronomio 18, 10; IV Reyes 16, 3; Salmo 105, 37; Jeremías 7, 31 y notas.

* 22. Abominaciones y fornicaciones: son sinónimos de idolatría y apostasía, lo mismo que los términos “altura” y “lugar alto”. Cf. nota 16, 26. Las alianzas con Egipto y otros pueblos paganos, como los asirios (versículo 28) y caldeos (versículo 29), eran contrarias al pacto hecho con Dios y constituían otros tantos peligros de recaer en la idolatría (Éxodo 34, 16).

* 27. Tu porción, es decir, tu parte de esposa (cf. Éxodo 21, 9 s.), o sea, el país de Canaán que Dios había dado a su pueblo. Hijas de los filisteos: las ciudades de Palestina, nombre que significa Filistea, tierra de los filisteos.

* 29. En tierra de Canaán, hasta la Caldea: no parece expresar el sentido exacto. Algunos traducen: desde Canaán hasta Caldea. Los Setenta omiten Canaán y dicen más claramente: multiplicaste tus alianzas con la tierra de los caldeos.

* 30. ¡Cuán débil es tu corazón! La Vulgata vierte: ¿Con qué limpiaré tu corazón? ¿Quién podrá esperar fidelidad de una mujer semejante?

33. Les hacías regalos: se refiere a los presentes de cosas sagradas, hechos por reyes de Judá para buscar la amistad no sólo de los dioses sino también de los reyes asirios (cf. IV Reyes 16, 8 ss.; II Paralipómenos 28, 21 ss.). Dentro de esta parábola, y en el terreno espiritual, lo que esto tiene de abominable para un marido bueno, amante, preocupado de hacer feliz a su esposa, es precisamente eso: que ella vaya a buscar en otros brazos, y aún a costa de regalos, la felicidad que él le brindaba con toda su alma; que ella le tenga asco, que no lo quiera más. Y si el marido es un hombre lleno de atractivos y un gran señor, y ella no es nadie, y sin embargo lo abandona por otro hombre inferior y estúpido y malo... ¿hay algo peor que la indignación de esos celos? Esto es, exactamente lo que siente también con nosotros el Dios celoso de Israel, y lo que traerá la ira del Cordero (Apocalipsis 6, 16). Porqué la miseria nuestra, como la de Israel, fue y es insondable. Cristo hizo hermosa -mi alma porque la amó, y la lavó con su propia Sangre; y con sólo poner en ella los ojos la dejó embellecida con Su resplandor que es el Espíritu Santo. Pero apenas ella se sintió hermosa con esos dones, reclamó su libertad. Y se prostituyó con cualquiera de los ídolos del mundo, y tanto apreció esas caricias cuanto despreciaba las del Esposo. Por eso llegó a pagar a sus amantes, al revés de lo que hacen las rameras. Sólo a la luz del amor de un Dios celoso (cf. Éxodo 34, 14; Deuteronomio 32, 21; Santiago 4, 4 s.) puede comprenderse esto y los espantosos anuncios del Apocalipsis que tanto asombraron a San Juan (cf. Apocalipsis 17, 6). Véase las prevenciones que San Pablo hace en su Epístola a los Romanos (11, 17-24), para que no caigamos en la misma incredulidad de Israel, y el tremendo vaticinio de Cristo en Lucas 18, 8.

* 36. La sangre de tus hijos: sacrificados a Moloc. Cf. versículo 20 s.; 20, 31; 23, 37. Véase Jeremías 19, 5 y nota.

* 38. La pena del adulterio era la muerte (Levítico 20, 10) por lapidación (Deuteronomio 22. 24). como se ve en el Evangelio (Juan 8, 5). El contexto muestra que la adúltera sigue viviendo para sufrir las ignominias que vienen a continuación. Por otra parte, vemos cómo en el versículo 42 se aplacará del todo la ira. Cf. versículo 55 y nota.

* 41. A la vista de muchas mujeres: todas las naciones que fueron testigos de su fornicación y que como tales tenían derecho de arrojarle la primera piedra (Deuteronomio 17, 7; cf. Juan 8, 7).

* 45. Hija eres de tu madre: Jerusalén, a quien llama hija de pueblos cananeos (cf. versículo 3 y nota) es digna sucesora de esos paganos que desechaban a su creador (véase Romanos 1, 18 ss.) e inmolaban sus hijos a Moloc.

* 46. El que desde Jerusalén mira hacia el este, tiene a la izquierda la ciudad idólatra de Samaría, y a la derecha la región de Sodoma. Hermana mayor es Samaría, el reino del norte, por la extensión de su territorio que abarcaba diez tribus, en tanto que Jerusalén sólo era capital de Judá y Benjamín. Véase la parábola de las dos rameras en el capítulo 23.

* 47 s. La responsabilidad de Judá también era mayor por los especiales dones recibidos, y así lo dijo igualmente Jesús anunciando que sería más liviano el juicio de Sodoma y Gomorra, y el de Tiro y Sidón (pueblos fenicios paganos), que el de Cafarnaúm y las ciudades de Galilea que no quisieron escucharlo a Él (cf. Mateo 10, 15; 11, 21 ss.).

* 49. En pocas palabras nos enseña Dios aquí cuál es el proceso de la depravación de los pueblos gentiles, y así lo vimos exactamente en la caída del Imperio Romano. Pero hay para Él algo peor que esos vicios paganos, y es el aspecto místico de la apostasía de Jerusalén, porque nada indigna tanto como la falsía del amor fingido, la traición de la propia esposa.

* 50. Lo que he visto, aludiendo a Génesis 18, 21, donde Dios dice: quiero ir y ver. De todos modos se trata aquí de una nueva advertencia, cuyo sentido es el siguiente: si eso hice con ellos, menos culpables que tú (versículo 49 y 51) ¿qué no haré contigo? Cf. lo que San Pablo advierte a los cristianos con respecto a Israel en Romanos 11, 21. Cf. Jeremías 25, 28 s.

* 53. Las hijas de Sodoma son los pueblos de los moabitas y ammonitas, ambos descendientes de las hijas de Lot, y ambos llevados también cautivos a Babilonia por Nabucodonosor. El Señor los restablecerá, y lo mismo a Samaría. El sentido es que esos pueblos despreciados por Jerusalén (versículo 56) algún día tendrán la misma relación con Dios que el pueblo judío, si bien no oímos que esto se cumpliese en los días de Jesús, como sucedió con la Galilea de los gentiles (véase Isaías 9, 1 y el comentario); pues si exceptuamos el viaje de Jesús al territorio de los sidonios, Él solo llegó, por el norte, a la tierra de los gerasenos, donde fue muy mal recibido (Lucas 8, 26 ss.), y por el sur a la Perea.

* 55. También tú; es decir, Judá. Aquí, como en los versículo 42 y 60 ss., vemos que Dios no se avergüenza de ser un marido que perdona, a pesar de cuanto se nos ha mostrado en todo el drama de este inolvidable capítulo. Lo mismo vemos en Jeremías 3, 1 ss.; Oseas 2, 14, etc. Tomemos nota de tan grave lección divina, para compararla con todo ese mundo del “honor”, en que el marido se siente con derecho, y aún obligado, a matar en el adulterio a la mujer, no obstante que él suele creerse exento de la obligación de fidelidad. Aquí, al contrario, el marido fidelísimo, después de mostrar sus terribles celos, tan grandes como su amor, perdona, porque ama.... y aun anticipa a la miserable caída la promesa de ese perdón esplendoroso, por evitarle que caiga en la desesperación que la aleje para siempre de Él. Aprendamos así, por el ejemplo del mismo Dios, a despreciar eso que el mundo llama “pasar por tonto”. Imaginemos lo que habría hecho su Hijo Jesús si hubiera usado ese “buen criterio” del mundo, no queriendo pasar por tonto ni dejarse condenar por los culpables. Espanta pensar lo que habría sido entonces de nosotros. Ese “buen criterio” del mundo, muestra hasta dónde hemos de odiar a éste, persuadiéndonos de eso que parece tan exagerado en San Juan: que el mundo todo está poseído del Maligno (I Juan 5, 19) y que lo que reina en el mundo es la concupiscencia, la avaricia y la soberbia (I Juan 2, 15 ss.). Todo esposo traicionado (y hoy los hay sin duda más que nunca, porque ahora se sabe evitar las consecuencias del pecado de la mujer), sepa, pues, que no es vergonzoso el perdón, sino que es, al contrario, virtud la más sublime, porque nos asemeja a Dios y no a ese despreciable mundo que, sin distinción alguna, tiene siempre por deshonrada a la mujer caída, y tal vez alaba al que la sedujo quién sabe con qué engaños; y que cree que la sangre de un duelo (o la ficción de un duelo) lava la honra (con un nuevo crimen). Pensemos que en cosas semejantes se ha usado y abusado del nombre de la civilización cristiana, y veamos qué queda, en todo este “honor” y este “heroísmo glorioso”, de las palabras de Cristo: “Si no os hiciereis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18, 3); “amad a vuestros enemigos” (Mateo 5, 44); “Dichosos seréis cuando os insultaren” (Mateo 5, 11); “¡Ay cuando los hombres digan bien de vosotros!” (Lucas 6, 26).

* 56. En su orgullo, los judíos consideraban a Sodoma como si no hubiera existido, y usaban su nombre solamente como maldición.

* 61. Entonces te acordarás... y te avergonzarás: Este anuncio, repetido en muchos pasajes (cf. 36, 31 s., etc.), encierra otra gran luz de espíritu: perdón no es aprobación. El que perdona al pecador le devuelve su amistad, es decir, su afecto, sus favores, y aún su confianza; pero no le dice que hizo bien en pecar, ni que el pecado era bueno.

* 63. Para que te acuerdes y te avergüences: Es un “Quos ego!”, pero al revés (véase el contraste en 7, 9 y nota; cf. Juan 8, 28). En amenazas como éstas, de insondable misterio, que nos parecen caprichos de un Dios enamorado, se fundaba aquel santo que convirtió un alma para siempre diciéndole, more agustiniano: Ama a Jesús todo lo que puedas, aunque sigas siendo “malo”. Pretender ser “bueno” es lo peor que te puede suceder, si quieres serlo a los propios ojos, según lo que Jesús dice del fariseo (Lucas 18, 9 ss.), y en casa de Leví (Mateo 9, 13). Cf. 22, 30; Mateo 6, 3 y notas. La lógica del mundo, que no puede entender de amor (porque es carnal y no tiene el Espíritu Santo: cf. Juan 14, 17), desaprobaría, sin duda, como inhábil política, esta pedagogía de Dios que se anticipa a declarar que perdonará (versículo 60 ss.), porque parecería que con esto el pecador, perdiendo el miedo, crecería en afecto al pecado. Pero hemos de creer que Dios no es menos psicólogo que el mundo, y aquí, en efecto, se nos muestra que nada es tan fuerte para llevarnos al verdadero arrepentimiento y detestación de nuestros pecados, como el conocimiento del Corazón magnánimo que perdona, como aquí lo vemos en las palabras paternales que dirige a Israel.