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Los Salmos

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Capítulo 68: Salmo 68 (67)

CANTO DE VICTORIA AL DIOS DE ISRAEL

1 Del maestro de coro. De David. Salmo. Canto.

Comienzo de la liturgia procesional

2 ¡Se alza el Señor!
Sus enemigos se dispersan
y sus adversarios huyen delante de él.

3 Tú los disipas como se disipa el humo;
como se derrite la cera ante el fuego,
así desaparecen los impíos delante del Señor.

4 Pero los justos se regocijan,
gritan de gozo delante del Señor
y se llenan de alegría.

5 ¡Canten al Señor,
entonen un himno a su Nombre!
¡Ábranle paso al que cabalga sobre las nubes!
Su Nombre es "el Señor":
¡griten de alegría en su presencia!

6 El Señor en su santa Morada
es padre de los huérfanos y defensor de las viudas:
7 él instala en un hogar a los solitarios
y hace salir con felicidad a los cautivos,
mientras los rebeldes habitan en un lugar desolado.

La marcha del Señor por el desierto

8 Señor, cuando saliste al frente de tu pueblo,
cuando avanzabas por el desierto,
9 tembló la tierra y el cielo dejó caer su lluvia,
Pausa
delante del Señor –el del Sinaí–
delante del Señor, el Dios de Israel.

10 Tú derramaste una lluvia generosa, Señor:
tu herencia estaba exhausta y tú la reconfortaste;
11 allí se estableció tu familia,
y tú, Señor, la afianzarás
por tu bondad para con el pobre.

El anuncio de la victoria

12 El Señor pronuncia una palabra
y una legión de mensajeros anuncia la noticia:
13 "Huyen los reyes, huyen con sus ejércitos,
y te repartes como botín los adornos de un palacio.

14 ¡No se queden recostados entre los rebaños!
Las alas de la Paloma están recubiertas de plata,
y su plumaje, de oro resplandeciente".

15 Cuando el Todopoderoso dispersó a los reyes,
caía la nieve sobre el Monte Umbrío.

La Montaña de Sión, Morada del Señor

16 ¡Montañas divinas, montañas de Basán,
montañas escarpadas, montañas de Basán!

17 ¿Por qué miran con envidia, montañas escarpadas,
a la Montaña que Dios prefirió como Morada?
¡Allí el Señor habitará para siempre!

18 Los carros de guerra de Dios
son dos miríadas de escuadrones relucientes:
¡el Señor está en medio de ellos,
el Sinaí está en el Santuario!

19 Subiste a la altura llevando cautivos,
recogiste dones entre los hombres
–incluso entre los rebeldes–
cuando te estableciste allí, Señor Dios.

El Señor, defensor de su Pueblo

20 ¡Bendito sea el Señor, el Dios de nuestra salvación!
Él carga con nosotros día tras día; Pausa
21 él es el Dios que nos salva
y nos hace escapar de la muerte.

22 Sí, Dios aplastará la cabeza de sus enemigos,
el cráneo de los que se obstinan en sus delitos.

23 Dice el Señor: "Los traeré de Basan,
los traeré desde los abismos del mar,
24 para que hundas tus pies en la sangre del enemigo
y la lengua de tus perros también tenga su parte".

Marcha litúrgica hacia el Santuario

25 Ya apareció tu cortejo, Señor,
el cortejo de mi Rey y mi Dios hacia el Santuario:
26 los cantores van al frente, los músicos, detrás;
las jóvenes, en medio, van tocando el tamboril.

27 ¡Bendigan al Señor en medio de la asamblea!
¡Bendigan al Señor desde la fuente de Israel!

28 Allí Benjamín, el más pequeño, abre la marcha
con los príncipes de Judá, vestidos de brocado,
con los príncipes de Zabulón
y los príncipes de Neftalí.

El sometimiento de los pueblos

29 Tu Dios ha desplegado tu poder:
¡sé fuerte, Dios, tú que has actuado por nosotros!

30 A causa de tu Templo, que está en Jerusalén,
los reyes te presentarán tributo.

31 Reprime a la Fiera de los juncos,
al tropel de los toros y terneros:
que esos pueblos se rindan a tus pies,
trayendo lingotes de oro.
El Señor dispersó a los pueblos guerreros;
32 telas preciosas llegan de Egipto
y Etiopía, con sus propias manos,
presenta sus dones a Dios.

Alabanza final

33 ¡Canten al Señor, reinos de la tierra,
entonen un himno al Señor, Pausa
34 al que cabalga por el cielo,
por el cielo antiquísimo!
Él hace oír su voz poderosa,
35 ¡reconozcan el poder del Señor!
Su majestad brilla sobre Israel
y su poder, sobre las nubes.

36 Tú eres temible, Señor, desde tus santuarios.
El Dios de Israel concede a su pueblo
el poder y la fuerza.
¡Bendito sea Dios!
 

 

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Fuente: Catholic.net

 

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