Eclesiastés
01 | 02 | 3 | 4 | 5 | 06 | 07 |
8 | 9 | 10 | 11 | 12 |
El
autor de este Libro es un "Sabio" de mediados del siglo III a. C.
que pone sus reflexiones en boca del ECLESIASTÉS, palabra
griega que significa "predicador" o "presidente" de una asamblea
religiosa. De ahí el titulo de la obra, cuyo nombre hebreo
-COHÉLET-parece significar más o menos lo mismo. El hecho de
identificar a este "predicador" con el rey Salomón es un artificio
literario común a todos los escritos sapienciales.
El tono dominante del Eclesiastés es más bien sombrío y pesimista.
En él se van exponiendo las reflexiones y las actitudes de un hombre
a partir de su experiencia personal. Esa experiencia le ha hecho
descubrir la caducidad de la vida y la aparente inutilidad de todas
las cosas, llevándolo a una amarga convicción, repetida
incansablemente a lo largo del Libro: "¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada
más que vanidad! ¿Qué provecho saca el hombre de todo el esfuerzo
que realiza bajo el sol?"(1. 2-3).
Este Sabio comprueba que nada de lo que tradicionalmente era
considerado una retribución por el cumplimiento de la Ley puede
satisfacer plenamente al corazón humano. El amor, los placeres, las
riquezas y la gloria no dejan más que vacío y desencanto. La misma
sabiduría está acompañada de aflicción. Para colmo de males, muchas
veces los necios oprimen a los sabios.
Más aún, "¡el sabio muere igual que el necio!" y "todo cae en el
olvido" (2. 16). La ausencia de la esperanza en una retribución
después de la muerte explica esta manera de pensar (9. 4-6). Lo
único que vale la pena es gozar moderadamente de las alegrías y de
los pocos bienes que Dios pone a nuestro alcance (5. 17-19; 9. 7-10;
11. 7-10).
¿Cómo se puede compaginar el pesimismo del Eclesiastés, por momentos
rayano en el escepticismo, con la fe y la esperanza de un israelita
que se siente heredero de las promesas hechas por Dios a su Pueblo?
Por lo pronto, no se debe olvidar que este Libro no es "toda" la
Biblia, sino "una" de sus partes. Escrito en el estilo de los
"maestros de sabiduría", abundan en él los aforismos, las paradojas
e, incluso, las afirmaciones aparentemente contradictorias que
intentan expresar las diversas caras de una misma realidad.
Por otra parte, al escepticismo existencial del autor del
Eclesiastés no corresponde un escepticismo religioso. Al contrario,
este pensador desilusionado guarda la serenidad del creyente y
reconoce que todo ha sido dispuesto por la sabia Providencia divina
(3. 10-11). Para él, las cosas buenas son un don de Dios (2. 24-26),
y el hombre tendrá que dar cuenta al Creador de su conducta sobre la
tierra (12. 14).
La enseñanza moral de este "predicador" concuerda muy bien con la de
todo el Antiguo Testamento: "Teme al Señor y observa sus
mandamientos, porque esto es todo para el hombre" ( 12. 13).
De todas maneras, al llamar la atención sobre la relatividad de
cuanto hay "bajo el sol", este Sabio nos lleva a la búsqueda del
único "Absoluto". "El Eclesiastés habla de Dios, se ha dicho con
razón, como la sed del agua". Y el Nuevo Testamento, al revelarnos
la resurrección de los muertos, viene a colmar la sensación de vacío
que deja la lectura de este Libro: "La creación quedó sujeta a la
vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió,
pero conservando una esperanza" (Rom. 8. 20).
Fuente: Catholic.net