Joel
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El
texto bíblico no proporciona ninguna información sobre la persona y
la vida de JOEL, cuyo nombre significa "El Señor es Dios". Tampoco
ofrece datos precisos para determinar la fecha en que el profeta
consignó por escrito su mensaje, si bien todo parece indicar que fue
después del exilio, hacia el 400 a. C., cuando el Templo ya había
sido restaurado. El libro de Joel ocupa un puesto relevante en la
literatura hebrea por el vuelo poético de su lenguaje y el vigor de
sus imágenes.
La predicación de Joel tiene un trasfondo marcadamente litúrgico. Él
manifiesta un especial conocimiento del culto y le atribuye una gran
importancia, lo mismo que Ageo y Zacarías. A raíz de esto, se suele
afirmar con razón que Joel era un profeta dedicado al servicio del
Templo y que sus oráculos –al menos en parte– son una profecía
"cultual", es decir, un mensaje profético proclamado en el marco de
una asamblea litúrgica. Sin embargo, no hay nada en el Libro que
pueda ser tachado de ritualismo. En él no se encuentran
prescripciones minuciosas relativas al culto, tan frecuentes en
Ezequiel, y ni siquiera reproches por los abusos cometidos en la
celebración de los ritos, como los que deplora Malaquías. Lo que más
preocupa a Joel es la conversión interior: "Desgarren su corazón y
no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios" (2. 13). Por eso su
predicación ha encontrado un eco profundo en la liturgia penitencial
de la Iglesia.
LA PLAGA DE LAS LANGOSTAS: LITURGIA PENITENCIAL
Una terrible invasión de langostas ha devastado todo el país y lo ha
privado hasta de los elementos indispensables para los sacrificios
rituales. Esta plaga, fatal para un pueblo de agricultores, es
descrita poéticamente como el avance de un ejército poderoso y
ordenado, que se lanza al asalto de una fortaleza y no deja tras de
sí más que desolación y miseria. Para conjurar la catástrofe, el
profeta invita a los sacerdotes a proclamar un solemne ayuno
expiatorio y exhorta al pueblo a convertirse de corazón al Señor.
Pero la invasión de langostas es para Joel mucho más que un hecho
fortuito: en los estragos causados por esa plaga devastadora, él ve
la señal y el preanuncio del "Día del Señor" (1. 15), el gran Día
final en que Dios intervendrá como Juez de las naciones (4. 12) y
Salvador de su Pueblo (4. 20).
Fuente: Catholic.net