Libro Primero de Samuel
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Los
libros de SAMUEL formaban originariamente una sola obra, que
luego fue dividida en dos partes, debido a la considerable extensión
de la misma. Esta obra abarca un amplio e importante período de la
historia de Israel. Es el que transcurre entre el fin de la época de
los Jueces y los últimos años del reinado de David, o sea, entre el
1050 y el 970 a. C. Israel vive en este tiempo una difícil etapa de
transición, que determina el paso del régimen tribal a la
instauración de un estado monárquico.
Los hechos que aquí se relatan están centrados en torno a tres
figuras protagónicas: Samuel, el profeta austero; Saúl, el primer
rey de Israel, y David, el elegido del Señor. Aunque de muy diversa
manera, los tres tuvieron una parte muy activa en la agitada vida de
su Pueblo y ejercieron sobre ella una influencia decisiva.
Samuel fue el guía espiritual de la nación en los días oscuros de la
opresión filistea. Firmemente arraigado en las tradiciones
religiosas de Israel, luchó más que ningún otro por mantener viva la
fe en el Señor, estimulando al mismo tiempo el fervor patriótico de
los israelitas y la voluntad de resistir a la dominación extranjera.
Una vez instaurada la realeza, le prestó su apoyo, pero nunca dejó
de afirmar que por encima de la autoridad del rey está la Palabra
del Señor, manifestada por medio de sus Profetas.
Saúl fue, ante todo, un rey guerrero. El relato bíblico ha
conservado ciertos episodios que nos hacen entrever, al mismo
tiempo, la importancia histórica de Saúl y la tragedia de su
reinado. Hacia el año 1030 a. C., él comienza la guerra de
liberación y los filisteos tienen que replegarse a sus fronteras.
Pero la violación de las leyes de la guerra santa (1 Sam. 13. 8-14;
15) le atrae la reprobación de Samuel. Con inflexible severidad, el
profeta proclama la caída del rey, y este comienza a perder
prestigio. Saúl se vuelve receloso y colérico. La primera víctima de
sus celos es David, contra quien desata una encarnizada persecución.
Así se desgastan las fuerzas de la monarquía naciente, precisamente
cuando el peligro filisteo se hacía cada vez más amenazador. Por
último, hacia el 1010 a. C., el desastre de Gelboé marca el trágico
fin de este héroe contradictorio y desdichado.
David restauró las ruinas del reino en franco proceso de
desintegración. La más significativa de sus hazañas fue ganarse la
adhesión de todas las tribus de Israel. Los filisteos fueron
rechazados definitivamente y las plazas fuertes cananeas quedaron
sometidas al dominio israelita, lográndose así la unidad
territorial. Después de la conquista de Jerusalén, el reino davídico
tuvo su capital política y religiosa, y las victorias de David sobre
los pueblos vecinos aseguraron su hegemonía sobre la Transjordania y
sobre los arameos de Siria meridional. Sin embargo, la unidad
interna de Israel no llegó a consolidarse realmente. La revuelta de
Absalón –apoyada por las tribus del Norte– puso en peligro la
estabilidad del reino apenas constituido. A pesar de todo, al
término de su larga y azarosa vida, David dejó a su hijo Salomón un
reino lleno de gloria y de grandeza.
Basta una somera lectura de los libros de Samuel para descubrir en
ellos la presencia de elementos heterogéneos. Fuera de la "Crónica
de la sucesión al trono de David" (2 Sam. 9-20), que se caracteriza
por su notable unidad, el resto de la obra fue compuesto a partir de
tradiciones y documentos de índole bastante diversa. De allí las
frecuentes repeticiones y las divergencias en la presentación de los
mismos hechos, particularmente en los relatos sobre los orígenes de
la monarquía. En la redacción final de la obra se percibe la
influencia del Deuteronomio, aunque en menor medida que en los
libros de Josué, de los Jueces y de los Reyes.
Los libros de Samuel relatan una historia que llega a su etapa de
madurez con la formación del reino de David. En el centro de la
narración, el oráculo de Natán (2 Sam. 7. 1-17) asegura la
continuidad de la dinastía davídica en el trono de Israel. Así la
historia de David adquiere un significado profético y mesiánico. El
recuerdo de esta historia fue perfilando en Israel la figura ideal
de un descendiente de David, de un "nuevo" David, el Ungido del
Señor, el Mesías. Y "cuando se cumplió el tiempo establecido" (Gál.
4. 4), "de la descendencia de David, como lo había prometido, Dios
hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús" (Hech. 13. 23).
PRIMER LIBRO DE SAMUEL
INFANCIA Y VOCACIÓN DE SAMUEL
La historia de Samuel, el primero de los grandes profetas que
dejaron una huella indeleble en la vida de Israel, comienza con el
relato de su nacimiento, su infancia y su vocación profética. Estas
narraciones, desbordantes de frescura y de unción religiosa, figuran
entre las más conmovedoras de toda la Biblia.
La tradición bíblica nos da de Samuel una imagen polifacética, ya
que lo presenta ejerciendo las funciones de "juez", de sacerdote, de
vidente y de profeta. Su acción se desarrolla en una época de
profunda transformación social, cuando ya las viejas instituciones
israelitas no ofrecen una respuesta válida a la crisis provocada por
el desafío filisteo. Al comienzo, Samuel se resiste al cambio,
porque ve los peligros e inconvenientes de la monarquía. Pero al fin
renuncia a sus propios criterios, y así prepara el advenimiento de
una nueva era para el Pueblo de Dios.
Fuente: Catholic.net