Evangelio según San Juan
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El
cuarto Evangelio difiere considerablemente de los tres anteriores,
tanto por su forma literaria cuanto por su contenido. La tradición
cristiana lo atribuye al Apóstol JUAN, a quien identifica con
"el discípulo al que Jesús amaba" (13. 23; 19. 26; 20. 2; 21. 7,
20), y hay varios indicios en el mismo Evangelio que corroboran esta
atribución. De todas maneras, la redacción final del Libro es el
resultado de una larga elaboración en la que también intervinieron
los discípulos del Apóstol. La obra fue concluida hacia el año 100,
y tenía como destinatarios inmediatos a las comunidades cristianas
de Asia Menor.
El Evangelio de Juan gira en torno a un tema fundamental: Jesús es
el Enviado de Dios, su Palabra por excelencia, que vino a este mundo
para hacernos conocer al Padre. Él no habla por sí mismo, sino que
"da testimonio" de la Verdad que escuchó del Padre (3. 11-13,
31-34), y toda su vida es una revelación de la "gloria" que recibió
de su mismo Padre antes de la creación del mundo (17. 1-5).
Con más insistencia que los otros evangelistas, Juan acentúa la
oposición entre Jesús a "Luz", el "Camino", la "Verdad" y la
"Vida" y los que se niegan a creer en él, designados habitualmente
con el nombre genérico de "los judíos". Jesús no vino a "juzgar" al
mundo, sino a salvarlo. Pero, por el simple hecho de manifestarse a
los hombres, él los pone ante una alternativa: la de permanecer en
sus propias "tinieblas" o creer en la "luz". El que no cree en Jesús
"ya" está condenado, mientras que el que cree en él "ya" ha pasado
de la muerte a la Vida y tiene Vida eterna.
A diferencia de los Evangelios sinópticos, que mencionan una sola
"subida" de Jesús a Jerusalén, este Evangelio habla de tres Pascuas
celebradas en la Ciudad santa. Más aún, casi toda la actividad
pública del Señor, se desarrolla dentro del marco litúrgico de
alguna festividad judía. En lugar de las parábolas del Reino
utilizadas a manera de comparaciones, tan características de los
otros Evangelios, Juan se vale de breves y expresivas alegorías,
como por ejemplo, la de la vid y los sarmientos y la del buen
Pastor. También emplea diversos "símbolos" para referirse a la
persona de Jesús y a los bienes que él brinda a los hombres: en
especial, el "agua" y el "pan" le sirven para hacer una verdadera
"catequesis sacramental" sobre el Bautismo y la Eucaristía.
El autor de este Evangelio vuelve constantemente sobre los mismos
temas, desarrollándolos y profundizándolos una y otra vez. En cada
uno de esos temas está contenido todo el misterio de Cristo. Pero
más que los "hechos" de su vida, lo que le interesa y quiere poner
de relieve es el "significado" que ellos encierran y que sólo la fe
puede descubrir. Desde esa perspectiva, Juan interpreta las obras y
amplía los discursos de Jesús, como fruto de una larga y profunda
contemplación. Su objetivo fundamental es conducirnos a la Vida
eterna, que consiste en conocer al "único Dios verdadero" y a su
"Enviado, Jesucristo" (17. 3). Con razón se ha llamado al Evangelio
de Juan el "Evangelio espiritual".
PRÓLOGO
Mientras que el Evangelio de Marcos se inicia con el bautismo del
Señor y los de Mateo y Lucas se remontan a su infancia, Juan va más
lejos todavía y comienza hablando de su origen divino. En su Prólogo
tan característico, presenta a Jesús como la "Palabra" de Dios
personificada, que existía desde siempre junto al Padre y "era Dios"
(1. 1-2). Esa Palabra trasciende infinitamente el mundo y la
historia, pero a la vez es una Palabra "creadora": "Todas las cosas
fueron hechas por medio de la Palabra", y en ella está la Vida que
ilumina a los hombres (1. 3-4).
Y para revelarles el rostro invisible de Dios y hacerlos participar
de su filiación divina, la Palabra eterna e increada "se hizo carne"
y vino a convivir con los hombres "como Hijo único" del Padre (1.
14). Es el Misterio de la Encarnación: Dios tiene ahora un rostro
humano. Al advertirnos que las tinieblas del mundo no recibieron a
la Palabra (1. 5, 11), Juan anticipa el tema del eterno conflicto
entre la luz y las tinieblas, tan destacado en su Evangelio. Más que
una introducción, este admirable Prólogo como la obertura de una
ópera es un resumen de todos los temas contenidos en el resto del
Libro.
Fuente: Catholic.net