Epístola de Santiago
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Lo que existía desde el principio,
lo que hemos oído,
lo que hemos visto con nuestros ojos,
lo que hemos contemplado
y lo que hemos tocado con nuestras manos
acerca de la Palabra de Vida,
es lo que les anunciamos.
Lo que hemos visto y oído,
se lo anunciamos también a ustedes,
para que vivan en comunión con nosotros.
Y nuestra comunión es con el Padre
y con su Hijo Jesucristo.
1 Jn. 1. 1, 3
Ustedes son una raza elegida,
un sacerdocio real, una nación santa,
un pueblo adquirido para anunciar
las maravillas de aquel que los llamó
de las tinieblas a su admirable luz.
1 Ped. 2. 9
CARTAS "CATÓLICAS"
Además de las Cartas paulinas, el Nuevo Testamento contiene otras
siete Cartas, que llevan los nombres de Santiago, Pedro, Juan y
Judas, el hermano de Santiago. La mayor parte de ellas no están
dirigidas a comunidades concretas o a personas particulares, sino
que tienen una destinación más universal y tratan cuestiones
generales. En realidad, no son "cartas" propiamente dichas, sino
"homilías" presentadas en estilo epistolar. Por este motivo, después
del siglo IV, fueron agrupadas bajo el título de CARTAS "CATÓLICAS",
es decir, "universales".
Estas Cartas fueron escritas cuando ya el Cristianismo primitivo
había entrado en una nueva etapa. Las comunidades cristianas se
habían extendido por casi todas las provincias del Imperio Romano, y
habían comenzado a experimentar la presión y las reacciones adversas
del ambiente pagano. Aunque no estuvieron sometidas a una constante
persecución, ellas vivían dolorosamente conscientes de su precaria
situación en una sociedad hostil. A estas dificultades provenientes
del exterior, se sumaban otras de carácter interno. La Venida
gloriosa del Señor se hacía esperar, y esta demora planteaba dudas e
interrogantes, que ponían en crisis la fe y debilitaban la práctica
de la vida cristiana. Semejante situación creaba un clima favorable
a la infiltración de falsos profetas y maestros, que alteraban con
su enseñanza la verdad del Evangelio.
En estas nuevas circunstancias, la Iglesia comprendió la necesidad
de consolidar su vida comunitaria, manteniéndose fiel a las
enseñanzas de Jesús transmitidas por los Apóstoles. Dicha
preocupación aparece en los escritos del Nuevo Testamento
provenientes de esa época. Todos ellos insisten en mantener intacta
la verdadera fe, advierten contra los falsos maestros y exhortan a
conservar la esperanza en medio de las pruebas y persecuciones.
Tales características comunes confieren una cierta unidad a las
"Cartas católicas", que por su forma y contenido no constituyen un
grupo demasiado homogéneo.
CARTA DE SANTIAGO
A pesar de su presentación en forma epistolar, la CARTA DE SANTIAGO
es una especie de "homilía", que contiene una serie de exhortaciones
morales. Su estilo sentencioso se asemeja al de los escritos
sapienciales del Antiguo Testamento. Los temas expuestos se van
sucediendo de manera bastante libre, a veces por una semejanza
verbal o por una antítesis. Estas exhortaciones, destinadas a servir
de guía para la vida cristiana, están dirigidas a "las doce tribus
de la Dispersión" (1. 1), es decir, a las comunidades
judeocristianas diseminadas fuera de Palestina, que constituían el
"nuevo Israel". El autor de esta Carta es identificado comúnmente
con Santiago, "el hermano del Señor" (Gál. 1. 19) mencionado en Mt.
13. 55; Mc. 6. 3, que presidía la comunidad de Jerusalén y ocupó un
lugar relevante en la "asamblea" de los Apóstoles (Hech. 12. 17; 15.
13-21).
Santiago insiste, sobre todo, en la necesidad de probar la
autenticidad de la fe por medio de las "obras", haciendo fructificar
"la Palabra sembrada" en el corazón de los creyentes (1. 21). A
primera vista, parece contradecir las enseñanzas de Pablo sobre la
justificación por la fe. Pero la diferencia entre ambos es más
aparente que real. En efecto, siempre que Pablo habla de la fe, se
refiere a "la fe que obra por medio del amor" (Gál. 5. 6), como una
respuesta a la Palabra de Dios que compromete y transforma la vida
del creyente. En este sentido, coincide perfectamente con Santiago.
En último término, para ambos, la fe que justifica no es la fe
"estéril" (2. 20), sino la que "va acompañada de las obras" (2. 17)
y se manifiesta en ellas: "De la misma manera que un cuerpo sin alma
está muerto, así está muerta la fe sin las obras" (2. 26). Por otra
parte, cuando Pablo habla de las "obras" se refiere a las
observancias de la Ley de Moisés, que los "judaizantes" consideraban
necesarias para salvarse (Hech. 15. 1), mientras que Santiago piensa
en los cristianos que hacen una profesión meramente verbal y
exterior de su fe (1. 22).
Y para el autor de esta Carta, como para Pablo (Rom. 13. 8-10; Gál.
5. 14), "la Ley por excelencia" consiste en el amor al prójimo (2.
8). Por eso, con una vehemencia que recuerda a los grandes profetas
de Israel, Santiago denuncia abiertamente las desigualdades y las
injusticias sociales (5. 1-6). Su juicio no es menos severo cuando
censura a las asambleas cristianas en las que se concede un lugar de
privilegio a los ricos y se relega a los pobres. A fin de combatir
estas discriminaciones, él se hace eco de la enseñanza de Jesús.
"¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para
enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino?" (2. 5).
Fuente: Catholic.net