Jueces
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El
libro de los JUECES nos presenta a Israel en una de las
etapas más críticas de su historia. Es el tiempo que transcurre
entre la penetración de las tribus hebreas en Canaán y la
instauración de la monarquía, es decir, entre los años 1200 y 1020
a. C. El pueblo se encuentra amenazado por todas partes. Algunos
grupos cananeos, sólidamente atrincherados en sus plazas fuertes,
continúan oponiendo una tenaz resistencia. Otros invasores
–especialmente los filisteos, mucho mejor organizados y armados que
Israel– luchan por adueñarse de los mismos territorios. Las tribus
israelitas se encuentran aisladas unas de otras, sin un gobierno
central que pueda asegurar una firme cohesión interna. Y la única
base de la unidad nacional –la fe en el Señor, el Dios de Israel–
corre el peligro de dejarse contaminar por los seductores cultos
cananeos.
En este clima de inseguridad y anarquía, se ve surgir a los héroes
llamados "Jueces". Este título tiene un sentido más amplio que el
habitual entre nosotros. Los Jueces de Israel son "caudillos", que
se constituyen en defensores de la "justicia" para hacer valer el
derecho conculcado. Bajo la presión de un grave peligro, se ponen al
frente de una o varias tribus y liberan a sus hermanos de la
opresión a que estos han sido sometidos. Su autoridad no es estable,
sino transitoria y excepcional. Una vez concluida la acción militar,
vuelven a su vida ordinaria, aunque el prestigio adquirido con sus
hazañas les asegura a veces una cierta preeminencia sobre las tribus
liberadas.
Por su origen, su carácter y su condición social, estos caudillos y
libertadores difieren considerablemente unos de otros. Pero tienen
un rasgo común: todos actúan bajo el impulso del "espíritu". El
espíritu del Señor se manifiesta siempre como una fuerza divina, que
irrumpe súbitamente, se posesiona de ellos y los mueve a realizar
proezas que están por encima de sus capacidades naturales. De allí
que a los protagonistas de estas gestas guerreras se los pueda
llamar con razón líderes "carismáticos".
Los héroes del libro de los Jueces viven en una época de costumbres
rudas e incluso bárbaras. La traición de Ejud, el asesinato de
Sísara, la masacre de Abimélec, el sacrificio de la hija de Jefté y
las aventuras amorosas de Sansón reflejan una moral que no es la del
Evangelio. Pero estos viejos relatos no están exentos de grandeza.
En ellos se vislumbra la pujanza de un pueblo que lucha por
sobrevivir y mantener su identidad en medio de circunstancias
adversas. Y se descubre, sobre todo, la acción del Señor, que guía y
defiende a Israel, a pesar de sus miserias y claudicaciones.
INTRODUCCIONES
Dos Introducciones sirven de prólogo a la historia de los Jueces
propiamente dicha. La primera, de carácter histórico, describe
sumariamente la instalación de las tribus israelitas en Canaán. La
ocupación es lenta, las tribus actúan casi siempre separadamente y
los triunfos se alternan con las derrotas. Esta presentación de los
hechos completa y matiza la "epopeya" relatada en el libro de Josué,
donde la penetración de todo Israel en la Tierra prometida aparece
como una conquista rápida, unificada y total.
La segunda Introducción –inspirada en la enseñanza del Deuteronomio–
expone una visión de conjunto sobre la época de los Jueces, desde
una perspectiva religiosa. Dicha visión es presentada mediante un
esquema cíclico, que se desarrolla en cuatro tiempos: Israel cae en
la idolatría y el Señor lo entrega en manos de sus enemigos; la
opresión lleva al arrepentimiento y el Señor responde al clamor de
su Pueblo, suscitando un "salvador". Una vez completado el ciclo, el
proceso vuelve a repetirse con la misma regularidad (6. 1-6; 10.
6-16).
A pesar de su esquematismo, esta sucesión de infidelidad y castigo,
de súplica y liberación, pone bien de relieve la crisis que sacudió
a Israel al entrar en contacto con los pueblos cananeos. Muchos
israelitas, sin renunciar por completo a la fe en el Dios de sus
padres, comenzaron a rendir culto a los dioses del país. Este
sincretismo religioso ponía en peligro la unidad nacional y hacía a
Israel más vulnerable a los ataques de sus enemigos.
Fuente: Catholic.net