Deuteronomio
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DEUTERONOMIO
es una palabra de origen griego, que significa "segunda ley". Tal
designación expresa sólo en parte el contenido del quinto libro del
Pentateuco, ya que este, más que un código de leyes en sentido
estricto, es una larga y vibrante exhortación destinada a "recordar"
a Israel el sentido y las exigencias de la Alianza. De allí que las
prescripciones concretas estén siempre acompañadas de advertencias y
reproches, de promesas y amenazas.
El Deuteronomio está estructurado como una serie de discursos
dirigidos por Moisés a los israelitas antes de su entrada en Canaán.
Esta forma literaria se explica por las circunstancias que dieron
origen a la composición del Libro.
Desde tiempos muy antiguos, los sacerdotes levíticos prolongaron la
actividad de Moisés, proclamando solemnemente en las celebraciones
litúrgicas la Alianza del Señor con su Pueblo elegido. En estas
celebraciones, ellos no se limitaban a repetir una Ley fijada para
siempre, sino que la completaban y actualizaban, a fin de responder
a nuevas situaciones y necesidades. Así las leyes contenidas en los
códigos tradicionales de Israel se vieron enriquecidas con elementos
originales de importancia, que luego quedaron consignados en la
legislación deuteronómica. Entre estos aportes merecen especial
atención la ley sobre la unidad del Santuario, los criterios para
discernir a los auténticos profetas y las severas prescripciones
contra la idolatría. Todo esto estaba destinado a contrarrestar el
pernicioso influjo que la religión de Baal y los cultos cananeos
ejercían sobre la fe de Israel.
La composición del Deuteronomio atravesó por diversas etapas. Su
redacción primitiva puede situarse en el siglo VIII a.C., en los
ambientes levíticos del reino del Norte. Después de la destrucción
de Samaría, estos grupos se refugiaron en Judá y el Libro quedó
depositado en los archivos del Templo de Jerusalén. En el año 622
a.C., el rey Josías mandó reparar el Templo, y allí se encontró un
"libro de la Alianza" (2 Rey. 23.2), que fue leído en presencia del
rey y dio un nuevo impulso a la reforma religiosa iniciada por él.
Este "libro de la Alianza" era sin duda el Deuteronomio, aunque en
una forma más breve que la actual. A partir de ese momento, la
legislación deuteronómica se convirtió en objeto de asidua
meditación y proporcionó un criterio de primer orden para
interpretar toda la historia de Israel. Posteriormente, la obra
original fue completada y enriquecida con nuevos aportes, hasta que
pasó a formar parte del Pentateuco.
Entre todos los escritos del Antiguo Testamento, el Deuteronomio se
destaca por su estilo peculiar. Su lenguaje es solemne, pero al
mismo tiempo directo, cálido y preocupado por suscitar una
incondicional fidelidad al Señor. Es un estilo que quiere hablar
sobre todo al corazón. La repetición incansable de ciertas palabras
y giros confiere a toda la obra una notable fuerza persuasiva.
El paso frecuente del "tú" al "ustedes" es otra característica del
estilo deuteronómico. Esta alternancia es un procedimiento oratorio
para interpelar a los oyentes: el "tú" apunta menos a los individuos
en particular que a la conciencia de la comunidad, en la que cada
uno debe verse representado y medir su propia responsabilidad.
El Deuteronomio traza para Israel un programa de vida, inspirado en
la predicación de los Profetas, en los escritos sapienciales y en
las tradiciones históricas del Pentateuco, desde los tiempos
patriarcales hasta la entrada en la Tierra prometida. El Dios que
aquí se manifiesta no es una divinidad fría y distante, sino el Dios
misericordioso que está cerca de su Pueblo y le revela su Ley,
porque lo ama y espera ser amado con la misma intensidad. De esa
manera, el Deuteronomio marca un jalón decisivo en el camino hacia
la revelación definitiva de Dios en el Nuevo Testamento, donde el
Apóstol san Juan afirma: "Dios es amor, y el que permanece en el
amor permanece en Dios, y Dios permanece en él" (1 Jn. 4. 16).
PRIMER DISCURSO DE MOISÉS
El Deuteronomio se presenta como el testamento espiritual de Moisés.
Poco antes de su muerte, él reúne por última vez al pueblo y
pronuncia sus palabras de despedida. En su primer discurso, Moisés
evoca la experiencia común vivida en el desierto. Esta experiencia
está llena de enseñanzas. En los acontecimientos de su propia
historia, Israel debe ver el signo más elocuente del amor del Señor,
que lo eligió gratuitamente. Y también debe reconocer el poder de su
Dios, que lo liberó de todos los peligros. Así, antes de proclamar
la voluntad divina expresada en la Ley, el legislador expone los
hechos que fundamentan la autoridad del Señor y su derecho a
reclamar una absoluta fidelidad.
En esta evocación histórica, se destaca la suerte corrida por la
primera generación de israelitas en el desierto. Por su pecado de
incredulidad, ellos fueron condenados a morir sin entrar en la
Tierra prometida. También este hecho debe servir de advertencia. El
amor del Señor es exigente. La fidelidad a él abre el camino de la
felicidad; la infidelidad separa al Pueblo de su Dios, única fuente
de vida, y lo lleva necesariamente a la ruina.
Fuente: Catholic.net