Job
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Por
su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa
un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre
las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba
perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y
del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes
profetas –especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos
escritos de Ezequiel– y había orado con los Salmos que se cantaban
en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y
es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él
sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en
toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de
prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para
componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore
palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre
justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una
extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el
prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país
lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere
que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la
enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la
retribución divina.
Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres
recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo
merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia
de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá
de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina
comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la
realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre
juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son
consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina
tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las
tribulaciones de Job –un justo que padece sin motivo aparente– él
critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus
justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el
bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte.
Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista
la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el
reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza
implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y
pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del
verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que
renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse
justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero
este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido
totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne
lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo,
que es la Iglesia" (Col. 1. 24). "Los sufrimientos del tiempo
presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará
en nosotros" (Rom. 8. 18).
PRÓLOGO NARRATIVO
El prólogo en prosa quiere destacar la justicia de Job y la causa de
sus padecimientos. Estos no son consecuencia del pecado, sino una
prueba permitida por Dios, para mostrar que su servidor lo ama
desinteresadamente y no por los bienes que recibe de él. Pero tanto
Job como sus amigos ignoran el motivo de esta prueba, porque no han
asistido al diálogo del Señor con "el Adversario", esa especie de
acusador público en la corte celestial, que se resiste a creer en la
virtud desinteresada. Así queda abierto el debate que se va a
desarrollar en el resto del Libro.
Fuente: Catholic.net