Números
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29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34 | 35 |
36 |
El
título NÚMEROS refleja bastante imperfectamente el contenido
del cuarto libro del Pentateuco, pero destaca, al menos, una de sus
características: la preocupación por las precisiones numéricas. Esta
preocupación se manifiesta, entre otras cosas, en los dos censos
registrados en el Libro (caps. 1-4; 26), en la reglamentación sobre
los sacrificios (caps. 28-29), y en las instrucciones para el
reparto del botín (cap. 31) y para la división del territorio
alrededor de las ciudades levíticas (35. 1-8).
Los judíos de lengua hebrea llamaban a este libro "EN EL DESIERTO",
porque estas son las palabras más importantes del versículo inicial.
Dicho titulo evoca otro de sus temas característicos: la marcha de
los israelitas a través del desierto, desde el Sinaí hasta las
fronteras de la Tierra prometida.
El libro de los Números da la impresión de ser un conjunto de
elementos heterogéneos, sin ninguna conexión lógica. A pesar de
todo, es posible establecer un cierto orden, si se tiene en cuenta
el marco geográfico de los acontecimientos relatados.
1.º La partida desde el Sinaí se prepara con un censo del pueblo y
con las ofrendas presentadas con motivo de la dedicación del
Santuario (1. 1 – 10. 10).
2.º Después de celebrar la segunda Pascua, los israelitas salen del
Sinaí y llegan a Cades, donde realizan un intento desafortunado de
entrar en Canaán por el sur (10. 11 - 21. 35).
3.º Tras una larga permanencia en Cades, vuelven a ponerse en camino
y llegan a las estepas de Moab, frente a Jericó (caps. 22-36).
En torno a estos relatos, se mezclan numerosas disposiciones legales
y litúrgicas, que completan la legislación del Sinaí o preparan el
establecimiento de Israel en Canaán.
En el libro de los Números vuelven a aparecer las tradiciones
"yahvista", "elohísta" y "sacerdotal". Esta última es la que dio una
forma acabada a toda la obra y le imprimió su espíritu peculiar.
Es inútil buscar en esta compilación de antiguas tradiciones, un
relato exacto y ordenado de los hechos. La tradición sobre el
itinerario del desierto es fragmentaria y se limita a unos pocos
episodios. Además, la historia es vista desde una perspectiva
religiosa. Su intención es mostrar la solícita providencia de Dios
en favor de su Pueblo, a pesar de las murmuraciones y rebeldías del
mismo.
Durante su marcha por el desierto, Israel vivió sus primeras
experiencias como Pueblo de Dios. Allí la masa heterogénea de
fugitivos que habían salido de Egipto bajo la guía de Moisés (Éx.
12. 38) comenzó a tomar conciencia de su destino común. Al llegar la
plenitud de los tiempos, también el nacimiento del nuevo Pueblo de
Dios estuvo vinculado con el desierto. Allí predicó y bautizó Juan
el Bautista, para preparar "el camino del Señor" (Mt. 3. 3). Y allí
Jesús "fue llevado por el Espíritu" (Mt. 4. 1) para prepararse a
cumplir su misión de "iniciador y consumador de nuestra fe" (Heb.
12. 2).
ORGANIZACIÓN DE LOS ISRAELITAS EN EL SINAÍ ANTES DE SU PARTIDA
Israel ya se dispone a abandonar el Sinaí, la Montaña santa de su
encuentro con Dios. Pero antes de ponerse en camino, se realiza el
censo de las tribus, y Moisés complementa la legislación con algunas
disposiciones relativas al Santuario, al culto y a los levitas. Así
el libro de los Números retoma la trama narrativa que había quedado
en suspenso al final del libro del Éxodo.
El Pueblo de Dios aparece aquí como un ejército bien organizado,
reunido alrededor de sus jefes y sus estandartes. Pero, sobre todo,
es la Asamblea del Señor, una comunidad litúrgica agrupada en
círculos concéntricos alrededor del Santuario. El Señor está
presente en medio de ella y manifiesta su presencia a través de la
"nube". La marcha de Israel por el desierto tiene todas las
características de una solemne procesión: la "nube" da la orden de
partida y el Arca de la Alianza, el trono visible del Señor, avanza
al frente de la caravana.
Esta presentación nos da una visión muy idealizada del número y la
organización de los israelitas en el tiempo del desierto. En
realidad, el grupo que salió de Egipto bajo la guía de Moisés,
estaba lejos de formar una corporación tan numerosa y compacta como
a veces se piensa. Pero esta presentación idealizada, que la
tradición sacerdotal propone como norma y modelo a Israel, encierra
un profundo sentido: el Pueblo de Dios es y debe ser siempre una
comunidad en marcha, sin morada permanente; su organización y el
camino que debe recorrer no los fija él mismo, sino el Dios que lo
liberó de la servidumbre y lo consagró a su servicio. Esto vale
igualmente para la Iglesia, el Pueblo de la Nueva Alianza.
Fuente: Catholic.net