MATEO 28 |
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VI. LA RESURRECCIÓN
(28, 1-20)
Resurrección de Jesús.
1 Después del sábado, cuando comenzaba ya el primer
día de la semana, María la Magdalena y la otra María*
fueron a visitar el sepulcro.
2 Y he ahí que hubo un gran terremoto, porque un ángel
del Señor bajó del cielo, y llegándose rodó la piedra, y
se sentó encima de ella.
3 Su rostro brillaba como el relámpago, y su vestido
era blanco como la nieve.
4 Y de miedo a él, temblaron los guardias y quedaron
como muertos.
5 Habló el ángel y dijo a las mujeres: “No temáis*,
vosotras; porque sé que buscáis a Jesús, el crucificado.
6 No está aquí; porque resucitó, como lo había dicho.
Venid y ved el lugar donde estaba.
7 Luego, id pronto y decid a sus discípulos que
resucitó de los muertos, y he aquí que os precederá en
Galilea; allí lo veréis. Ya os lo he dicho”.
8 Ellas, yéndose a prisa del sepulcro, con miedo y
gran gozo, corrieron a llevar la nueva a los discípulos
de Él.
9 Y de repente Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Salud!” Y
ellas, acercándose, se asieron de sus pies y lo
adoraron.
10 Entonces Jesús les dijo: “No temáis. Id, avisad a los hermanos míos
que vayan a Galilea; allí me verán”.
Soborno de los soldados.
11 Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a
la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que
había pasado.
12 Éstos, reunidos con los ancianos, deliberaron y resolvieron dar mucho
dinero a los soldados,
13 diciéndoles: “Habéis de decir: Sus discípulos
vinieron de noche, y lo robaron mientras nosotros
dormíamos*.
14 Y si el gobernador llega a saberlo, nosotros lo
persuadiremos y os libraremos de cuidado”.
15 Ellos, tomando
el dinero, hicieron como les habían enseñado. Y se
difundió este dicho entre los judíos, hasta el día de
hoy.
Aparición de Jesús en Galilea.
16 Los once discípulos fueron, pues, a Galilea, al
monte donde les había ordenado Jesús.
17 Y al verlo lo
adoraron; algunos, sin embargo, dudaron.
18 Y llegándose
Jesús les habló, diciendo: “Todo poder me ha sido dado
en el cielo y sobre la tierra.
19 Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo*;
20 enseñándoles a
conservar todo cuanto os he mandado. Y mirad que Yo con
vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del
siglo”*.
1.
La otra María:
la
madre de Santiago el Menor (27, 56). Su marido
se llamaba Cleofás o Alfeo.
5. Notemos la
lección del ángel: el que busca a Jesús nada
tendrá que temer, ni aun frente a un terremoto
como aquél. Así será en
“el último día”. Véase 1 Ts. 5, 2-4; Lc. 21, 36;
Sal. 45, 3.
13. El fracaso de
los argumentos contra la Resurrección es más que
evidente: recurren a “testigos dormidos”. “¡Oh
infeliz astucia!, exclama S. Agustín; cuando
estaban durmiendo, ¿cómo pudieron ver? Si nada
vieron,
¿cómo pueden ser testigos?”
20.
Enseñándoles a
conservar todo cuanto os he mandado:
Las enseñanzas de
Jesús fueron completadas, según lo anunciara Él
mismo (cf. Jn. 16, 13), por el Espíritu Santo,
que inspiró a los apóstoles los demás Libros
sagrados que hoy forman el Nuevo Testamento. De
esta manera, según se admite unánimemente (cf. 1
Tm. 6, 3 y 20), la Revelación divina quedó
cerrada con la última palabra del Apocalipsis.
“Erraría, pues, quien supusiese que ésta (la
jerarquía) estuviera llamada a crear o enseñar
verdades nuevas, que no hubiere recibido de los
apóstoles, sea por la tradición escrita en la
Biblia, sea por tradición oral de los mismos
apóstoles”. Se entiende así cómo la Jerarquía
eclesiástica no es, ni pretende ser, una nueva
fuente de verdades reveladas, sino una
predicadora de las antiguas, según aquí ordena
Cristo, de la misma manera que la misión del
tribunal superior encargado de interpretar y
aplicar una carta constitucional, y de una
universidad encargada de enseñarla, no es la de
crear nuevos artículos, ni quitar otros, sino al
contrario, guardar fielmente el depósito, de
modo que no se disminuya ni se aumente. De ahí,
como lo dice Pío XII, la importancia
capitalísima de que el cristiano conozca en sus
fuentes primarias ese depósito de la Revelación
divina, ya que, según declara el mismo
Pontífice, “muy pocas cosas hay cuyo sentido
haya sido declarado por la autoridad de la
Iglesia, y no son muchas más aquellas en las que
sea unánime la sentencia de los santos Padres”
(Enc. “Divino Afflante”).
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