MATEO 26 |
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V. PASIÓN Y MUERTE DE
JESÚS
(26, 1 - 27, 66)
María de Betania unge a Jesús.
1 Cuando Jesús hubo acabado todos estos discursos,
dijo a sus discípulos:
2 “La Pascua, como sabéis, será dentro de dos días, y
el Hijo del hombre va a ser entregado para que lo
crucifiquen”.
3 Entonces los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se
reunieron en el palacio del pontífice que se llamaba
Caifás;
4 y deliberaron prender a Jesús con engaño, y darle muerte.
5 Pero, decían: “No durante la fiesta, para que no haya tumulto en el
pueblo”.
6 Ahora bien, hallándose Jesús en Betania, en casa de
Simón el leproso,
7 una mujer se acercó a Él, trayendo un vaso de
alabastro, con ungüento de mucho precio, y lo derramó
sobre la cabeza de Jesús, que estaba a la mesa.
8 Los discípulos, viendo esto, se enojaron y dijeron:
“¿Para qué este desperdicio?
9 Se podía vender por mucho dinero, y darlo a los
pobres”*.
10 Mas Jesús,
notándolo, les dijo: “¿Por qué molestáis a esta mujer?
Ha hecho una buena obra conmigo.
11 Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros,
pero a Mí no me tenéis siempre.
12 Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo; lo hizo
para mi sepultura.
13 En verdad, os digo, en el mundo entero, dondequiera
que fuere predicado este Evangelio, se contará también,
en su memoria, lo que acaba de hacer”*.
Judas vende al Maestro.
14 Entonces uno de los Doce, el llamado Judas Iscariote*,
fue a los sumos sacerdotes,
15 y dijo: “¿Qué me dais, y yo os lo entregaré?” Ellos le asignaron
treinta monedas de plata.
16 Y desde ese momento buscaba una ocasión para
entregarlo.
La última Cena.
17 El primer día de los Ázimos*,
los discípulos se acercaron a Jesús, y le preguntaron:
“¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”
18 Les respondió: “Id a la ciudad, a cierto hombre, y
decidle: “El Maestro te dice: Mi tiempo está cerca, en
tu casa quiero celebrar la Pascua con mis discípulos”.
19 Los discípulos hicieron lo que Jesús les había
mandado, y prepararon la Pascua.
20 Y llegada la tarde, se puso a la mesa con los Doce.
21 Mientras comían les dijo: “En verdad, os digo, uno
de vosotros me entregará”.
22 Y entristecidos en gran manera, comenzaron cada uno
a preguntarle: “¿Seré yo, Señor?”
23 Mas Él respondió y dijo: “El que conmigo pone la
mano en el plato, ése me entregará.
24 El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él,
pero ¡ay de aquel hombre, por quien el Hijo del hombre
es entregado! Más le valdría a ese hombre no haber
nacido”.
25 Entonces
Judas, el que le entregaba, tomó la palabra y dijo:
“¿Seré yo, Rabí?” Le respondió: “Tú lo has dicho”*.
26 Mientras comían, pues, ellos, tomando Jesús pan, y habiendo bendecido
partió y dio a los discípulos diciendo: “Tomad, comed,
éste es el cuerpo mío”*.
27 Y tomando un
cáliz, y habiendo dado gracias, dio a ellos, diciendo:
“Bebed de él todos,
28 porque ésta es la sangre mía de la Alianza, la cual por muchos se
derrama para remisión de pecados.
29 Os digo: desde ahora no beberé de este fruto de la
vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros,
nuevo, en el reino de mi Padre”.
Jesús predice a Pedro su
negación.
30 Y entonado el himno, salieron hacia el Monte de los
Olivos.
31 Entonces les dijo Jesús: “Todos vosotros os vais a
escandalizar de Mí esta noche, porque está escrito:
“Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del
rebaño”*.
32 Mas después que Yo haya resucitado, os precederé en Galilea”.
33 Respondióle Pedro y dijo: “Aunque todos se escandalizaren de Ti, yo no
me escandalizaré jamás”.
34 Jesús le respondió: “En verdad, te digo que esta
noche, antes que el gallo cante, tres veces me negarás”.
35 Replicóle Pedro: “¡Aunque deba contigo morir, de ninguna manera te
negaré!” Y lo mismo dijeron también todos los discípulos*.
Agonía de Jesús.
36 Entonces, Jesús llegó con ellos al huerto llamado
Getsemaní, y dijo a los discípulos: “Sentaos aquí,
mientras voy allí y hago oración”*.
37 Y tomando
consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a
entristecerse y a angustiarse.
38 Después les dijo: “Mi alma está triste, mortalmente;
quedaos aquí y velad conmigo”.
39 Y
adelantándose un poco, se postró con el rostro en
tierra, orando y diciendo: “Padre mío, si es posible,
pase este cáliz lejos de Mí; mas no como Yo quiero, sino
como Tú”.
40 Y yendo hacia los discípulos, los encontró
durmiendo. Entonces dijo a Pedro: “¿No habéis podido,
pues, una hora velar conmigo?
41 Velad y orad, para que no entréis en tentación. El
espíritu, dispuesto (está),
mas la carne, es débil”.
42 Se fue de nuevo, y por segunda vez, oró así: “Padre
mío, si no puede esto pasar sin que Yo lo beba, hágase
la voluntad tuya”*.
43 Y vino otra
vez y los encontró durmiendo; sus ojos estaban, en
efecto, cargados.
44 Los dejó, y yéndose de nuevo, oró una tercera vez, diciendo las mismas
palabras.
45 Entonces, vino hacia los discípulos y les dijo:
“¿Dormís ahora y descansáis?*
He aquí que llegó la hora y el Hijo del hombre es
entregado en manos de pecadores.
46 ¡Levantaos! ¡Vamos! Mirad que ha llegado el que me entrega”.
La Divina Víctima es presa y
llevada ante el Sanhedrín.
47 Aún estaba hablando y he aquí que Judas, uno de los Doce, llegó
acompañado de un tropel numeroso con espadas y palos,
enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del
pueblo.
48 El traidor les
había dado esta señal: “Aquel a quien yo daré un beso,
ése es; sujetadle”.
49 En seguida se aproximó a Jesús y le dijo: “¡Salud, Rabí!”, y lo besó.
50 Jesús le dijo: “Amigo, ¡a lo que vienes!”*
Entonces, se adelantaron, echaron mano de Jesús, y lo
prendieron.
51 Y he aquí que uno de los que estaban con Jesús llevó
la mano a su espada, la desenvainó y dando un golpe al
siervo del sumo sacerdote, le cortó la oreja*.
52 Díjole, entonces, Jesús: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos
los que empuñan la espada, perecerán a espada.
53 ¿O piensas que
no puedo rogar a mi Padre, y me dará al punto más de
doce legiones de ángeles?*
54 ¿Mas, cómo entonces se cumplirían las Escrituras de que así debe
suceder?”*
55 Al punto dijo Jesús a la turba: “Como contra un ladrón habéis salido,
armados de espadas y palos, para prenderme. Cada día me
sentaba en el Templo para enseñar, ¡y no me prendisteis!
56 Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que
escribieron los profetas”. Entonces los discípulos todos*,
abandonándole a Él, huyeron.
57 Los que habían prendido a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo
sacerdote, donde los escribas y los ancianos estaban
reunidos.
58 Pedro lo había seguido de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote, y
habiendo entrado allí, se hallaba sentado con los
satélites para ver cómo terminaba eso.
59 Los sumos sacerdotes, y todo el Sanhedrín, buscaban
un falso testimonio contra Jesús para hacerlo morir;
60 y no lo encontraban, aunque se presentaban muchos testigos falsos.
Finalmente se presentaron dos*,
61 que dijeron: “Él ha dicho: “Yo puedo demoler el templo de Dios, y en
el espacio de tres días reedificarlo”.
62 Entonces, el
sumo sacerdote se levantó y le dijo: “¿Nada respondes?
¿Qué es eso que éstos atestiguan contra Ti?” Pero Jesús
callaba.
63 Díjole, pues,
el sumo sacerdote: “Yo te conjuro por el Dios vivo a que
nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”.
64 Jesús le respondió: “Tú lo has dicho. Y Yo os digo:
desde este momento veréis al Hijo del hombre sentado a
la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del
cielo”.
65 Entonces, el
sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, y dijo: “¡Ha
blasfemado!*
¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ahora mismo,
vosotros habéis oído la blasfemia.
66 ¿Qué os
parece?” Contestaron diciendo: “Merece la muerte”.
67 Entonces lo
escupieron en la cara, y lo golpearon, y otros lo
abofetearon,
68 diciendo: “Adivínanos, Cristo, ¿quién es el que te pegó?”
Negación de Pedro.
69 Pedro, entretanto, estaba sentado fuera, en el
patio; y una criada se aproximó a él y le dijo: “Tú
también estabas con Jesús, el Galileo”.
70 Pero él lo negó delante de todos, diciendo: “No sé
qué dices”.
71 Cuando salía hacia la puerta, otra lo vio y dijo a
los que estaban allí: “Éste andaba con Jesús el
Nazareno”.
72 Y de nuevo lo negó, con juramento, diciendo: “Yo no conozco a ese
hombre”.
73 Un poco después, acercándose los que estaban allí de
pie, dijeron a Pedro: “¡Ciertamente, tú también eres de
ellos, pues tu habla te denuncia!”
74 Entonces se puso a echar imprecaciones y a jurar:
“Yo no conozco a ese hombre”. Y en seguida cantó un
gallo,
75 y Pedro se acordó de la palabra de Jesús: “Antes que el gallo cante,
me negarás tres veces”*.
Y saliendo afuera, lloró amargamente.
13. En el sentir
de la mayoría de los intérpretes,
esta mujer era
María de
Betania, hermana de Lázaro, en tanto que S.
Jerónimo y muchos otros se pronuncian contra
esta identificación. Véase Mc. 14, 3-9; Lc. 7,
37; Jn. 11, 2; 12, 1-8.
14.
Iscariote,
es decir,
hombre de
Kariot, que significa aldea y es también el
nombre propio de una población de Idumea. Véase
la profecía de Abdías que es toda contra Edom.
Cf. v. 24; Sal. 59, 11; 75, 11; Is. 63, 1 ss.;
Ha. 3, 3; Ap. 19, 13 ss.
17. Los
ázimos
son panes sin
levadura, que los judíos comían durante la
Octava de la Fiesta de Pascua. El día era un
jueves, ese mismo en que ellos anticipadamente
debían comer el cordero pascual (Lc. 22, 8; Jn.
18, 28 y nota).
25
Tú lo has dicho:
Jesús
pronunció estas palabras en voz baja, de modo
que los otros discípulos no las entendieron,
como se ve en Jn. 13, 28-29. La traición de
Judas no es solamente fruto de su avaricia, sino
también de la falsa idea que tenía del Mesías.
Para él un Mesías humilde y doliente era un
absurdo, porque no comprendía que Jesús quiso
poner a prueba la fe de sus discípulos, con su
humildad, que también estaba anunciada por los
profetas lo mismo que los esplendores de su
reino (Is. 49, 7 s.; 53, 1 ss.; 61, 1 ss.).
Véase Lc. 24, 46 y nota.
26. Cf. Lc. 22,
20 y nota. Merk cita aquí Ex.
24, 8; Jr. 31, 31; Za. 9, 11; Hb. 9, 12 y 20. El
texto de Jeremías es el que S. Pablo reproduce
ampliamente en Hb. 8, 8 ss., donde trata del
sacerdocio de Cristo. Véase Mc. 14, 14 y nota.
La Iglesia Católica Apostólica Romana profesa la
fe de que, diciendo: “éste es el cuerpo mío”,
Jesús convirtió la substancia del pan en su
Cuerpo, así como después la substancia del vino
en su Sangre. Con esto no sólo quedó instituido
el sacramento de la Eucaristía, sino también el
sacrificio de la Santa Misa, en que Jesús se
ofrece constantemente al Padre. Véase los
lugares paralelos.
36. Que ellos se
sienten,
mientras Él va a postrarse en tierra. Lo que
sigue muestra cómo respondieron ellos... y
nosotros.
42. Esto es:
quiero que tu voluntad de salvar a los hombres,
para lo cual me enviaste (Jn. 6, 38-40), se
cumpla sin reparar en lo que a Mí me cueste. Ya
que ellos no aceptaron mi mensaje de perdón (Mc.
1, 15; Jn. 1, 11; Mt. 16, 20 y nota), muera el
Pastor por las ovejas (Jn. 10, 11 y nota). Aquí
se ve la libre entrega de Jesús como víctima “en
manos de los hombres” (17, 12 y 22) para que no
se malograse aquella voluntad salvífica del
Padre. ¿Acaso no le habría Éste mandado
al punto
más de doce legiones de ángeles? (v. 53).
“Esta voz de la Cabeza es para salud de todo el
cuerpo porque es ella la que ha instruido a los
fieles, inflamado a los confesores, coronado a
los mártires” S. León.
45.
¿Dormís ahora y
descansáis?
Véase Mc. 14, 41
y nota.
50. No le
pregunta Jesús a qué ha venido, sino que le
manifiesta conformidad con que lleve adelante su
propósito, como cuando le dijo:
lo que haces,
hazlo cuanto antes
(Jn. 13, 27).
56.
¡Todos!
Véase Mc. 14,
50 y nota. Es muy digno de observar el contraste
entre esta fuga y la escena precedente (v.
51-54). Allí vemos que se intenta una defensa
armada de Jesús, es decir, que si Él la hubiese
aceptado, obrando como los que buscan su propia
gloria (Jn. 5, 43), los discípulos se habrían
sin duda jugado la vida por su caudillo (Jn. 11,
16; 13, 37). Pero cuando Jesús se muestra tal
cual es, como divina Víctima de la salvación, en
nuestro propio favor, entonces todos se
escandalizan de Él, como Él se lo tenía
anunciado (v. 31 ss.), y como solemos hacer
muchos cuando se trata de compartir las
humillaciones de Cristo y la persecución por su
Palabra (13, 21). Algo análogo había de suceder
a Pablo y Bernabé en Listra, donde aquél fue
lapidado después de rechazar la adoración que se
les ofrecía creyéndolos Júpiter y Mercurio (Hch.
14, 10-18).
65. La blasfemia
consiste, a los ojos de los sanhedrinitas, en el
testimonio que Jesús da de Sí mismo,
confesando la
verdad de que Él es el Hijo de Dios. Cf. Lv. 24,
16.
75.
Pedro
cayó, porque
presumió de sus propias fuerzas, según se lo
advirtió el mismo Cristo. Si hubiera pensado,
como David, que sólo la gracia nos da la
constancia y fortaleza, no habría caído
ciertamente.
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